“I woke in the guest room, disoriented as if I had been sleeping in a place that belonged to someone else.”
— Lunar Park
El swing como forma de vigilancia emocional
La melodía se abre con una sonrisa que no enseña los dientes. Todo parece relajado. El fraseo se extiende con aire de confianza. Pero algo no encaja. La armonía no avanza. El ritmo no se empuja, se contiene. Hay swing, sí, pero su dulzura es una fachada. Nadie se atreve a levantar la voz.
El narrador de Lunar Park también despierta en un lugar que no reconoce como suyo. El cuarto de invitados. La cama húmeda por el llanto. El peso de una promesa hecha sin saber a quién. Todo lo que ve le pertenece y no le pertenece. Hay confort, pero también una amenaza flotante. La desorientación no viene de la oscuridad, sino de la luz que no explica nada.
La música de Freddie Freeloader sonríe en superficie. Se mueve en círculos precisos. El piano dibuja una geometría que parece informal, pero está calculada. Cada entrada es una reaparición. Nada suena por primera vez. Todo ya estuvo. Lo que cambia es el registro, no la estructura.
En la novela, la memoria también gira sobre lo ya vivido. Pero cada retorno es más vago, más lejano. El padre muerto. El hijo observado desde la distancia. La casa con alarma, pero sin paz. Lo espectral no irrumpe: se instala. El miedo no es un grito, sino una presencia que no desaparece aunque se enciendan todas las luces.
And the tour continued.
I woke up in Milan. I woke up in Singapore. I woke up in Moscow. I woke up in Helsinki. I woke up in Cologne. I woke up in several cities on the east coast. I woke up clutching a bottle of tequila in a white limousine travelling through Texas with megaphones on the front fenders.
Y la gira continuó.
Me desperté en Milán. Me desperté en Singapur. Me desperté en Moscú. Me desperté en Helsinki. Me desperté en Colonia. Me desperté en varias ciudades de la costa oriental. Me desperté aferrado a una botella de tequila en una limusina blanca que recorría Texas con megáfonos en el guardabarros delantero
Freddie Freeloader nunca se desborda. No hay clímax. No hay resolución. Pero tampoco hay reposo. Es una música que baila sin cuerpo. Una forma sin sujeto. Un swing que no termina por desenredarse. En Lunar Park, cada gesto también es una repetición vigilada. El intento de ser padre. El intento de escribir. El intento de creer que esta vez será distinto. Todo vuelve con una coreografía que nadie firma aunque todos estén dispuestos a ejecutar sin mayor motivo; como batir huevos para una tortilla que otros se comerán.
Quien presta atención no observa desde fuera. Se alinea con ese movimiento sin desenlace. No interpreta. Escucha como quien vuelve al mismo cuarto cada noche sabiendo a ciencia cierta que no le será nada fácil quedarse dormido.
El compás persiste. El cuerpo no aparece. Algo se repite que nadie recuerda haber comenzado.
ZIA · Zona Imaginal Autónoma
ramonacrobata · 2025
Let’s be careful out there