El hombre no solo vive del pan de lo factible; como hombre, y en lo más propio de su ser humano, vive de la palabra, del amor, del sentido. El sentido es el pan del cual que se alimenta el hombre en lo más íntimo de su ser. Huérfano de palabra, de sentido y de amor, cae en el «ya no vale la pena vivir», aunque viva en medio de un confort terrenal extraordinario.
El sentido, es decir, el suelo en que nuestra existencia puede permanecer y vivir, no se puede construir, solo se puede recibir.
Creer cristianamente significa confiarse al sentido que me sostiene a mí y al mundo, considerarlo como el fundamento firme sobre el que puedo permanecer sin miedo alguno.
Joseph Ratzinger, Invitaciones a la reflexión
Sólo quien se ha sentado en una vacía concha de caracol y ha vivido en el lado de sombra de la Utopía puede medir el progreso.
Günter Grass, Del diario de un caracol
El relicario de los Reyes Magos de la Catedral de Colonia tiene unas proporciones gigantescas : dos metros veinte centímetros de longitud de oro y plata macizos, esmaltes y joyas de incalculable valor. El relicario fue realizado por el mejor artista francés de la época, Nicolás Verdún, y los maestros orfebres de Colonia la terminaron hace 800 años. Dentro del relicario reposan los cráneos de Melchor, Gaspar y Baltasar, en tres cajas forradas de terciopelo y brocado. Cada hueso está envuelto en la seda más fina y se considera que es el sarcófago más grande del mundo, su presencia domina toda la catedral. Su peso es de 350 kilos de oro, plata y vermeil —una mezcla de metales preciosos—, incrustaciones con piedras preciosas, esmaltes y figuras de marfil ricamente adornadas que representan a la Virgen María, a los Reyes Magos y a los profetas. Por estas reliquias, Colonia se ha convertido, junto con Roma y Compostela, en uno de los grandes centros cristianos de peregrinación. En la Capilla de los Tres Reyes, frente al Tesoro, hay un maravilloso vitral, el célebre retablo de “La adoración de los Reyes”, de Dombild, y una serie de alegorías relativas al momento en que los Reyes Magos llegan a Belén a ofrecer sus presentes al recién nacido Niño Jesús. Pero, dejando a un lado su dimensión artística, su valor es nulo, su contemplación deja absolutamente indiferente, deviene huera, desocupa un vacío.
Tendo Jesus nascido em Belém da Judeia no tempo do rei Herodes, eis que uns magos do oriente vieram para Jerusalém, dizendo: «Onde está o rei dos judeus que acaba de nascer? Vimos o seu astro no oriente e viemos para nos prostrarmos diante dele.»
Ao ouvir isto, o rei Herodes ficou agitado e com ele toda a cidade de Jerusalém. Convocando todos os sacerdotes e escribas do povo, informou-se junto deles sobre onde nasceria o Cristo. Ao que eles responderam:
«Em Belém da Judeia: pois assim ficou escrito através do profeta:
E tu, Belém, terra de Judá,
Não és o menor entre os regentes de Judá,
Pois de ti virá o regente,
Que apascentará o meu povo de Israel.»
Então Herodes, chamando secretamente os magos, certificou-se junto deles qual o momento em que se tornara visível o astro; e, enviando-os para Belém, disse-lhes: «Ide lá e informai-vos com exatidão acerca do menino. Quando <o> encontrardes, mandai-me dizer, para que também eu me vá prostrar diante dele.»
Tendo eles ouvido o rei, partiram; e eis que o astro, que tinham visto no oriente, os conduziu, até que, chegando <ao seu destino>, parou por cima do lugar onde estava o menino.Vendo o astro, os magos, sentiram intensamente enorme alegria.»E entrando na casa, viram o menino com Maria, sua mãe; e caindo ao chão, prostraram-se diante dele; e abrindo as suas caixas de tesouros, ofereceram-lhe presentes: ouro, incenso e mirra.
Avisados em sonho de que não deviam regressar para junto de Herodes, voltaram para a sua terra por outro caminho.
Após a partida dos magos, eis que um anjo do Senhor aparece em sonho a José, dizendo: «Levanta-te e pega no menino e na sua mãe e foge para o Egito; e permanece lá até que eu te fale <de novo>. Pois Herodes procura o menino para o matar.»
<José,> levantando-se, pegou no menino e na sua mãe e partiu de noite para o Egito, » e lá ficou até à morte de Herodes – para que se cumprisse o que fora dito pelo Senhor através do profeta, ao dizer:
Do Egito chamei o meu filho.
«Então Herodes, vendo que os magos tinham feito dele um alvo de chacota, enfureceu-se grandemente; mandou matar todos os meninos de dois anos e mais novos ainda, nascidos em Belém e nos arredores, de acordo com o espaço de tempo sobre o qual se informara com exa dão junto dos magos. Foi então que se cumpriu o que fora dito através do profeta Jeremias, ao dizer:
«Uma voz em Ramá foi ouvida:
Lamentação e choro copioso.
Raquel, chorando os seus filhos, E ela não queria deixar-se consolar,
Porque eles já não vivem.
«Tendo Herodes morrido, eis que um anjo do Senhor aparece em sonho a José no Egito, dizendo: «Levanta-te e pega no menino e na mãe dele e vai para Israel. Morreram aqueles que procuravam matar o menino. José, levantan-dose, pegou no menino e na mãe dele e foi para a terra de Israel.
Tendo ouvido, porém, que Arquelau rege agora a Judeia no logar do seu pai, Herodes, <José> teve medo de lá voltar. Avisado em sonho, foi para a região da Galileia, e, tendo lá chegado, foi morar numa cidade chamada Nazaré
Mateus 2,1-23
Como Herodes y su corte, la gigantesca urna representa el mundo de los poderosos. En este mundo todo vale con tal de asegurar el propio poder: el cálculo, la estrategia y la mentira. Vale incluso la crueldad, el terror, el desprecio al ser humano y la destrucción de inocentes. Parece un mundo grande y poderoso, se nos presenta como defensor del orden y la justicia, pero es débil y mezquino, pues termina siempre buscando al niño «para matarlo»: el verdadero valor es liviano, ajeno al peso de la púrpura y el oro.
Según el relato de Mateo, unos magos venidos de Oriente irrumpen en este mundo de tinieblas. Algunos exegetas interpretan hoy la leyenda evangélica acudiendo a la psicología de lo profundo. Los magos representan el camino que siguen quienes escuchan los anhelos más nobles del corazón humano; la estrella que los guía es la nostalgia de lo divino; el camino que recorren es el deseo. Para descubrir lo divino en lo humano, para adorar al niño en vez de buscar su muerte, para reconocer la dignidad del ser humano en vez de destruirla, hay que recorrer un camino opuesto al que sigue Herodes.
No es un camino fácil. No basta escuchar la llamada del corazón; hay que ponerse en marcha, exponerse, correr riesgos. El gesto final de los magos es sublime. No matan al niño, sino que lo adoran. Se inclinan respetuosamente ante su dignidad; descubren lo divino en lo humano. Este es el mensaje de su adoración al Hijo de Dios encarnado en el niño de Belén.
Podemos vislumbrar también el significado simbólico de los regalos que le ofrecen. Con el oro reconocen la dignidad y el valor inestimable del ser humano: todo ha de quedar subordinado a su felicidad; un niño merece que se pongan a sus pies todas las riquezas del mundo. El incienso recoge el deseo de que la vida de ese niño se despliegue y su dignidad se eleve hasta el cielo: todo ser humano esta llamado a participar de la vida misma de Dios. La mirra es medicina para curar la enfermedad y aliviar el sufrimiento: el ser humano necesita de cuidados y consuelo, no de violencia y agresión Con su atención al débil y su ternura hacia el humillado, este Niño nacido en Belén introducirá en el mundo la magia del amor, única fuerza de salvación que ya desde ahora hace temblar al poderoso Herodes.
El hombre actual ha quedado en gran medida atrofiado para descubrir a Dios. No es que sea ateo. Es que se ha hecho «incapaz de Dios». Cuando un hombre o una mujer solo busca o conoce el amor bajo formas decadentes, cuando su vida está movida exclusivamente por intereses egoístas de beneficio o ganancia, algo se seca en su corazón.
Muchos viven hoy un estilo de vida que los abruma y empobrece. Envejecidos prematuramente, endurecidos por dentro, sin capacidad de abrirse a Dios por ningún resquicio de su existencia, caminan por la vida sin la compañía interior de nadie.
El teólogo Alfred Delp, ejecutado por los nazis, veía en este endurecimiento interior el mayor peligro para el hombre moderno:
«Así el hombre deja de alzar hacia las estrellas las manos de su ser. La incapacidad del hombre actual para adorar, amar y venerar tiene su causa en su desmedida ambición y en el endurecimiento de su existencia».
Esta incapacidad para adorar a Dios se ha apoderado también de muchos creyentes, que solo buscan un «Dios útil». Solo les interesa un Dios que sirva para sus proyectos individualistas. Dios queda así convertido en un artículo de consumo del que disponer según nuestras conveniencias e intereses. Pero Dios es otra cosa. Dios es Amor infinito, encarnado en nuestra propia existencia. Y, ante ese Dios, lo primero es la adoración, el júbilo, la acción de gracias. la Epifanía es una fiesta. Una fiesta de la luz. «¡Levántate, brilla, Jerusalén, que llega tu luz; la gloria del Señor amanece sobre ti!» (Is 60,1). Con estas palabras del profeta Isaías, la Iglesia describe el contenido de la fiesta. Sí, ha venido al mundo aquel que es la luz verdadera, aquel que hace que los hombres sean luz. Él les da el poder de ser hijos de Dios ( Jn 1,9.12). Para la liturgia, el camino de los Magos de Oriente es solo el comienzo de una gran procesión que continúa en la historia. Con estos hombres comienza la peregrinación de la humanidad hacia Jesucristo, hacia ese Dios que nació en un pesebre, que murió en la cruz y que, resucitado, está con nosotros todos los días hasta el fin del mundo (cf. Mt 28,20). La Iglesia lee la narración del evangelio de Mateo junto con la visión del profeta Isaías, que hemos escuchado en la primera lectura: el camino de estos hombres es solo un comienzo. Antes habían llegado los pastores, las almas sencillas que estaban más cerca del Dios que se ha hecho niño y que con más facilidad podían «ir allí» (cf. Lc 2,15) hacia él y reconocerlo como Señor. Ahora, en cambio, también se acercan los sabios de este mundo. Vienen grandes y pequeños, reyes y siervos, hombres de todas las culturas y pueblos. Los hombres de Oriente son los primeros, a través de los siglos los seguirán muchos más. Después de la gran visión de Isaías, la lectura de la carta a los Efesios expresa lo mismo con sobriedad y sencillez: que también los gentiles son coherederos (cf. Ef 3,6). El Salmo 2 lo formula así: «Te daré en herencia las naciones, en posesión, los confines de la tierra» (Sal 2,8). Como explicó joseph Ratzinger: Los Magos de Oriente van delante. Inauguran el camino de los pueblos hacia Cristo. Según las palabras de Jesús, ir delante del rebaño pertenece a la misión del pastor (cf. Jn 10,4). ¿Qué tipo de hombres eran ellos? Los expertos nos dicen que pertenecían a la gran tradición astronómica que se había desarrollado en Mesopotamia a lo largo de los siglos y que todavía era floreciente. Pero esta información no basta por sí sola. Es probable que hubiera muchos astrónomos en la antigua Babilonia, pero sólo estos pocos se encaminaron y siguieron la estrella que habían reconocido como la de la promesa, que muestra el camino hacia el verdadero Rey y Salvador. Podemos decir que eran hombres de ciencia, pero no solo en el sentido de que querían saber muchas cosas: querían algo más. Querían saber cuál es la importancia de ser hombre. Posiblemente habían oído hablar de la profecía del profeta pagano Balaán: «Avanza la constelación de Jacob, y sube el cetro de Israel» (Nm 24,17). Ellos profundizaron en esa promesa. Eran personas con un corazón inquieto, que no se conformaban con lo que es aparente o habitual. Eran hombres en busca de la promesa, en busca de Dios. Y eran hombres vigilantes, capaces de percibir los signos de Dios, su lenguaje callado y perseverante. Pero eran también hombres valientes a la vez que humildes: podemos imaginar las burlas que debieron sufrir por encaminarse hacia el Rey de los Judíos, enfrentándose por eso a grandes dificultades. No consideraban decisivo lo que algunos, incluso personas influyentes e inteligentes, pudieran pensar o decir de ellos. Lo que les importaba era la verdad misma, no la opinión de los hombres. Por eso afrontaron las renuncias y fatigas de un camino largo e inseguro. Su humilde valentía fue la que les permitió postrarse ante un niño de pobre familia y descubrir en él al Rey prometido, cuya búsqueda y reconocimiento había sido el objetivo de su camino exterior e interior.
Evocando a san Agustín, el corazón inquieto es el corazón que no se conforma en definitiva con nada que no sea Dios, convirtiéndose así en un corazón que ama. Nuestro corazón está inquieto con relación a Dios y no deja de estarlo aun cuando hoy se busque, con «narcóticos» muy eficaces, liberar al hombre de esta inquietud. Pero no solo estamos inquietos nosotros, los seres humanos, con relación a Dios. El corazón de Dios está inquieto con relación al hombre. Dios nos aguarda. Nos busca. Tampoco él descansa hasta dar con nosotros. El corazón de Dios está inquieto, y por eso se ha puesto en camino hacia nosotros, hacia Belén, hacia el Calvario, desde Jerusalén a Galilea y hasta los confines de la tierra. Dios está inquieto por nosotros, busca personas que se dejen contagiar de su misma inquietud, de su pasión por nosotros. Personas que lleven consigo esa búsqueda que hay en sus corazones y, al mismo tiempo, que dejan que sus corazones sean tocados por la búsqueda de Dios por nosotros. Esta era la misión de los apóstoles: acoger la inquietud de Dios por el hombre y llevar a Dios mismo a los hombres. Y esta es nuestra misión siguiendo las huellas de los apóstoles: dejarnos tocar por la inquietud de Dios, para que el deseo de Dios por el hombre se satisfaga.
En una de sus magistrales homilías benedicto XVI, nos dice que «Los Magos siguieron la estrella. A través del lenguaje de la creación encontraron al Dios de la historia. Ciertamente, el lenguaje de la creación no es suficiente por sí mismo. Solo la palabra de Dios, que encontramos en la sagrada Escritura, les podía mostrar definitivamente el camino. Creación y Escritura, razón y fe han de ir juntas para conducirnos al Dios vivo. Se ha discutido mucho sobre qué clase de estrella fue la que guió a los Magos. Se piensa en una conjunción de planetas, en una Super nova, es decir, una de esas estrellas muy débiles al principio pero que debido a una explosión interna produce durante un tiempo un inmenso resplandor; en un cometa, y así sucesivamente. Que los científicos sigan discutiéndolo. La gran estrella, la verdadera Super nova que nos guía es el mismo Cristo. Él es, por decirlo así, la explosión del amor de Dios, que hace brillar en el mundo el enorme resplandor de su corazón». Y podría añadirse que los Magos de Oriente se han convertido ellos mismos poco a poco en constelaciones de Dios, que nos muestran el camino. El contacto con la palabra de Dio provoca, por decirlo así, una explosión de luz, a través de la cual el resplandor de Dios ilumina nuestro mundo y nos muestra el camino.
Los Reyes Magos que llegaron a Belén vieron a un pobre niño con su madre. Pero fueron capaces de trascender esa humilde escena al «reconocer en ese Niño la presencia de un soberano». Es decir, pudieron más allá de la apariencia. «Como los magos, también nosotros debemos dejarnos instruir por el camino de la vida, marcado por las inevitables dificultades del viaje. No permitamos que los cansancios, las caídas y los fracasos nos empujen hacia el desaliento. Por el contrario, reconociéndolos con humildad, nos deben servir para avanzar hacia Jesucristo.
Estamos demasiado acostumbrados al relato de los magos. Por otra parte, hoy apenas tenemos tiempo para detenernos a contemplar despacio las estrellas. Probablemente no es solo un asunto de tiempo. Pertenecemos a una época en la que es más fácil ver la oscuridad de la noche que los puntos luminosos que brillan en medio de cualquier tiniebla.
Sin embargo, no deja de ser conmovedor pensar en aquel escritor cristiano que, al elaborar el relato de los magos, los imaginó en medio de la noche, siguiendo la pequeña luz de una estrella. La narración respira la convicción profunda de los primeros creyentes después de la resurrección. En Jesús se han cumplido las palabras del profeta Isaías: «El pueblo que caminaba en tinieblas ha visto una luz grande. Habitaban en una tierra de sombras, y una luz ha brillado ante sus ojos» (Isaías 9,1).
Sería una ingenuidad pensar que nosotros estamos viviendo una hora especialmente oscura, trágica y angustiosa. ¿No es precisamente esta oscuridad, frustración e impotencia que captamos en estos momentos uno de los rasgos que acompañan casi siempre el caminar del ser humano a lo largo de los siglos?
Basta abrir las páginas de la historia. Sin duda encontramos momentos de luz en que se anuncian grandes liberaciones, se entrevén mundos nuevos, se abren horizontes más humanos. Y luego, ¿qué viene? Revoluciones que crean nuevas esclavitudes, logros que provocan nuevos problemas, ideales que terminan en «soluciones a medias», nobles luchas que acaban en «pactos mediocres». De nuevo las tinieblas.
No es extraño que se nos diga que «ser hombre es muchas veces una experiencia de frustración». Pero no es esa toda la verdad. A pesar de todos los fracasos y frustraciones, el hombre vuelve a recomponerse, vuelve a esperar, vuelve a ponerse en marcha en dirección a algo. Hay en el ser humano algo que lo llama una y otra vez a la vida y a la esperanza. Hay siempre una estrella que vuelve a encenderse.
Para los creyentes, esa estrella conduce siempre a Jesús. El cristiano no cree en cualquier mesianismo. Y por eso no cae tampoco en cualquier desencanto. El mundo no está en completa tiniebla. El mundo está orientado hacia su salvación. Dios será un día el fin del exilio y las tinieblas. Luz total. Hoy sólo lo vemos en una humilde estrella que nos guía hacia Belén.
Lets be careful out there