Figura controvertida y superviviente de las tormentas políticas, Roger Stone encarna la tesis de que la democracia contemporánea ya no se juega en el terreno del debate público, sino en la esfera opaca de los algoritmos y la censura digital. Su relato, a medio camino entre la memoria personal y el manifiesto político, propone una lectura implacable de la historia reciente de Estados Unidos como una secuencia de neutralizaciones orquestadas por el Deep State contra cualquier outsider que amenace su hegemonía.
“Todos ven lo que pareces, pocos sienten lo que eres.”
— Nicolás Maquiavelo, El Príncipe
Roger Stone, el veterano estratega político norteamericano, ha sido descrito de muchas formas: villano shakespeariano, provocador nato, bufón con traje de Savile Row, “dirty trickster” sin escrúpulos. Sus enemigos lo bautizaron “Darth Vader” para subrayar su aura siniestra, y él mismo, lejos de huir de esa etiqueta, la abrazó con ironía, como quien entiende que la política moderna no premia la inocencia ni el juego limpio, y que el poder se juega en clave de audacia y supervivencia, no como un torneo deportivo.
“Mejor cargar con la infamia que pasar desapercibido.”
Con esta confesión Stone sintetiza su ethos. La memoria política no registra a los discretos, sino a los que dejan cicatrices en el campo de batalla.
El ascenso del poder invisible
El itinerario de Stone funciona como una radiografía implacable de la mutación de la política estadounidense desde la era televisiva de Nixon hasta la guerra algorítmica del presente. En su relato hay un hilo conductor: el ascenso y consolidación de un poder paralelo, invisible y burocrático, que él denomina Deep State, y cuya esencia sería perpetuar la hegemonía de una élite no electa.
Se trata de una estructura transnacional que se sirve de agencias de inteligencia, conglomerados mediáticos, corporaciones tecnológicas y organismos globalistas para sofocar cualquier amenaza al statu quo. Si en los sesenta ese poder se encarnaba en los tres grandes networks y en la CIA, hoy se manifiesta en Facebook, Google, Twitter y las plataformas digitales que deciden, sin control democrático, qué voces se escuchan y cuáles se condenan al silencio.
“El enemigo no se encuentra en Moscú ni en Pekín, sino en Washington, Silicon Valley y Bruselas.”
De Nixon a los algoritmos
Formado en la escuela de Nixon, Stone perfeccionó con Roger Ailes las técnicas televisivas que convirtieron a un candidato derrotado en 1960 en presidente en 1968. Comprendió que la política era imagen, y que la imagen podía fabricarse con luces, ángulos y gestos.
Décadas después, el principio era el mismo, pero el terreno había cambiado: la persuasión seguía siendo reina, solo que ahora sus dominios estaban filtrados por algoritmos que decidían qué narrativas tenían alcance y cuáles quedaban sepultadas.
La democracia había migrado de los estudios televisivos a los servidores de Silicon Valley, y con ello el monopolio del poder se volvió más opaco, más asfixiante, más incontrolable.
Trump: anomalía y censura
En 2016, Trump esquivó el monopolio mediático tradicional utilizando Twitter como catapulta inmediata. Un tuit viral podía pulverizar titulares hostiles en cuestión de minutos. Fue la anomalía que el Deep State subestimó. Pero en 2020 la élite ya había aprendido: cuentas suspendidas, algoritmos que reducían alcance, censura de temas explosivos como el portátil de Hunter Biden.
La derrota, sugiere Stone, no fue producto de las urnas, sino de un silenciamiento orquestado: un golpe blando ejecutado con teclas, firewalls y políticas de contenido.
“La política no es un debate de ideas, es un combate por la información, una guerra cognitiva.”
Patrones de neutralización
El razonamiento de Stone sigue una lógica de patrones históricos:
- JFK eliminado en 1963 por una conjura de CIA, crimen organizado e intereses texanos.
- Nixon, hundido en Watergate por infiltrados cuando osó cuestionar a las agencias.
- Reagan, debilitado en 1981 por un atentado con sombras nunca aclaradas que beneficiaron a Bush padre.
- Trump, víctima en 2020 de la versión digital del mismo mecanismo: algoritmos, censura y lawfare.
“Cada vez que un outsider amenaza la continuidad del aparato, el aparato responde con todas sus armas.”
El “truco sucio” frente al monopolio
Stone admite sus tácticas agresivas, pero insiste: siempre dentro de la ley. Panfletos, operaciones de contra-información, maniobras duras, sí; pero legales. Lo que distingue al Deep State de él, asegura, es que sus enemigos han cruzado la frontera hacia un terreno de manipulación ilegal y sistémica.
Su arresto en 2019 lo ejemplifica: 29 agentes SWAT irrumpieron en su casa al amanecer, con la CNN transmitiendo en directo. Los cargos se desmoronaron tras revisar un millón de correos, pero el espectáculo ya estaba en marcha. La operación no buscaba justicia, sino propaganda.
Salió de la corte con el saludo Nixoniano, recordando al país que la resistencia también es un arma política.
Globalistas vs soberanistas
La división real, sostiene Stone, ya no es republicanos contra demócratas, sino globalistas contra soberanistas. Trump reconfiguró el GOP bajo esta lógica, atrayendo a demócratas desencantados y a voces independientes.
La guerra en Ucrania es para él el laboratorio perfecto: un conflicto inútil prolongado para beneficio de contratistas y burócratas europeos, traicionando acuerdos internacionales y arrastrando al mundo a una reedición de la crisis de Cuba en 1962.
“La división ya no es Republicanos contra Demócratas, sino libertad contra control.”
El algoritmo como arma
El tono combativo de Stone no encubre una máscara, encierra una advertencia. La historia ya no pertenece solo a los vencedores, se configura también en los circuitos invisibles de quienes gobiernan servidores, algoritmos y narrativas.
El riesgo no es solo que un candidato sea censurado, sino que la propia noción de elecciones libres se disuelva en líneas de código. Deepfakes, desinformación y plataformas cerradas pueden fabricar realidades completas, reduciendo al ciudadano a espectador pasivo de un teatro digital.
Frente a ello, Stone llama a pelear con todas las armas legales: medios alternativos, redes descentralizadas, prensa independiente.
Manifiesto de resistencia
El relato de Roger Stone enseña algo más que una advertencia política, ofrece una clave hermenéutica para descifrar la historia reciente de Occidente. Cada outsider que interpeló al orden hegemónico fue sometido a un mismo proceso de neutralización: antaño mediante la bala o el escándalo, hoy por la mediación algorítmica y la censura digital. La infamia, asumida por Stone como blasón de resistencia, no designa al derrotado, se manifiesta como la marca inexorable de quienes deciden fracturar el guion impuesto por un poder que opera desde la invisibilidad.
“En toda república hay siempre dos espíritus: el del pueblo y el de los grandes; y todas las leyes que se hacen a favor de la libertad nacen de su desunión.”
— Nicolás Maquiavelo, Discursos sobre la primera década de Tito Livio
La política, en su forma actual, difícilmente puede comprenderse como un intercambio transparente de argumentos. Se ha transfigurado en un teatro de sombras donde la supervivencia depende de resistir las modulaciones de un Leviatán burocrático y digital. En esa penumbra se inscribe la figura de Stone —provocadora, infame, resiliente— que no comparece como mero arquitecto de campañas, sino como testigo incómodo de una mutación histórica. Si la democracia se decide en el silencio maquínico de los algoritmos, su mensaje adquiere un carácter filosófico implacable: quien rehúsa la confrontación queda condenado a la desaparición.
Rferdia
Filósofo de formación, escritor por necesidad y ciclista por amor a la pendiente. Escribo desde una tensión que no cesa de reaparecer: cómo resistir desde la forma, cómo sostener sentido cuando el mundo se fractura. En el corazón de mi trabajo —articulado a través del dispositivo hermenéutico ZIA— habita la idea del deporte como Weltstammräumung: gesto que despeja, cuerpo que restituye, escritura que no huye.
(Neologismo de raíz alemana que alude al acto de desalojar el ruido del mundo para recuperar un espacio originario donde la forma aún tiene sentido.)
Let`s be careful out there