Je ne crois guère aux beautés qui peu à peu se révèlent, pour peu qu’on les invente ; seules m’emportent les apparitions.

No creo en las bellezas que se van revelando poco a poco, a poco que nos las inventemos; sólo me importan las apariciones

Pierre Michon, La Grande  Beune

Hélène me servía aquel jamón suyo perpetuo y aquellos patés de mosquetero; mi deseo no había mermado; me pesaba en el vientre mientras comía.

Pierre Michon, La Grande Beune

 La filosofía fue una creación del genio helénico: no surgió en Grecia a partir de estímulos precisos procedentes de las civilizaciones orientales, sino que de Oriente llegaron algunos conocimientos científicos, astronómicos y matemático-geométricos que los griegos supieron repensar y recrear en una dimensión teórica, mientras que los orientales los concebían en un sentido fundamentalmente práctico.

Así que, si bien los egipcios desarrollaron y transmitieron el arte del cálculo, los griegos, en especial a partir de los pitagóricos, lo convirtieron en una teoría sistemática del número; y si bien los babilonios utilizaron observaciones astronómicas pun- tuales para trazar las rutas de las naves, los griegos las transformaron en una teoría astronómica orgánica.

Conocía los tiros largos por todo el tajo negro que durante diez días había ocultado una pañoleta; y preveía segura- mente con la mirada vieja de sus ojos nuevos la quemazón, la hinchazón, mayor de repente, que iba a lanzarla hacia la noche, con la gabardina echada por los hombros, la noche en cuyo seno Jeanjean la esperaba con la espalda apoyada en su nada, en su Nobody de calcita detrás de la cosechadora, con la espalda apoyada la esperaba firme y surgido de repente de unas travesías bajo el cuchillo de la luna llevaba en la mano el antifaz blanco, el pelo de la noche, le abría tranquilamente la gabardina y tranquilamente era duro con ella, la agarraba, lo remangaba todo dejando la leche al aire, los tacones se torcían y la mano suavísima se desollaba en la pared, él la ajetreaba en los pajares.

Pierre Michon, La Grande Beune

La filosofía surgió en Grecia precisamente porque allí se creó un ambiente espiritual muy especial y un clima cultural y político favorable.

Las fuentes de las que derivó la filosofía helénica fueron: 1) la poesía; 2) la religión; 3) las condiciones sociopolíticas adecuadas.

1) La poesía anticipó el gusto por la armonía, la proporción y la justa medida (Homero, los líricos) y un modo especial de explicar las cosas remontándose a las causas, aunque fuera a un nivel fantástico- poético (especialmente con la Teogonía de Hesíodo),

2) En cuanto a la religión griega, cabe distinguir entre religión pública (inspirada en Homero y Hesíodo) y religión de los misterios, especialmente la órfica. La religión pública considera a los dioses como fuerzas naturales amplificadas en la dimensión de lo divino, o como aspectos característicos sublimados del hombre. La religión órfica considera al hombre desde una perspectiva dualista: como alma inmortal, concebida como un daímon, que por una culpa originaria fue condenada a vivir en un cuerpo, entendido como tumba y prisión. Del orfismo deriva una moral que establece límites claros a algunas tendencias irracionales del hombre. Lo que tienen en común estas dos formas de religión es la ausencia de dogmas fijos y vinculantes en sentido absoluto, de textos sagrados revelados y de intérpretes y custodios de esta revelación (esto es, sacerdotes preparados para estas funciones concretas). Por este motivo, el pensamiento filosófico gozó, desde el principio, de una amplia libertad de expresión, con muy pocas excepciones.

3) También las condiciones socioeconómicas, como se ha dicho, favorecieron el nacimiento de la filosofía en Grecia con sus peculiares características. Los griegos lograron, en efecto, un cierto bienestar y una notable libertad política, comenzando por las colonias de Oriente y de Occidente. Se desarrolló, además, un fuerte sentido de pertenencia a la ciudad, hasta el punto de identificar al individuo con el ciudadano y de relacionar estrechamente la ética con la política.

No creo en las bellezas que se van revelando poco a poco, a poco que nos las inventemos; sólo me importan las apariciones. Ésta me puso al instante pensamientos abominables en la sangre. Decir que era un bocado soberbio es poco. Era alta y blanca, era leche. Era algo amplio y copioso como las huríes en las Alturas; anchuroso, pero estrangulado, con la cintura apretada; si los animales tienen una mirada que no desmiente sus cuerpos, era un animal; si las reinas tienen una forma propia de llevar erguida en la columna del cuello una cabeza plena pero pura, clemente pero fatal, era la reina. Aquel rostro regio iba desnudo como un vientre; y, en él, esos ojos muy claros que tienen, milagrosamente, las morenas de piel blanca, esa índole rubia secreta bajo el pelo de ala de cuervo, ese enigma que nada, si por azar posees a esas mujeres, ni los vestidos remangados ni los gritos, resuelve. Tenía entre treinta y cuarenta años. Todo en ella era conocimiento del placer, ese mismo, desde luego, en que suele pensarse, pero también ese otro que dispensaba a todos, a sí misma y a nada cuando estaba sola y dejaba de verse, sólo con apoyar las yemas de los dedos, volviendo un poco la cabeza, y entonces los discos de oro que llevaba en las orejas le tocaban la mejilla, mientras te miraba o miraba hacia otro lado, y aquel placer era agudo como una herida; lo sabía; lo llevaba con valor y con pasión. Bien está, no es posible hablar de ello; no, no es nada nacido de la arcilla: es como el latido furioso de miles de alas, en tempestad, y, no obstante, no existe materia más plana, más grávida, más ensartada en su peso.

Pierre Michon, la Grande Beune

La filosofía tiene por objeto la totalidad de las cosas (toda la realidad, el conjunto ) y en este sentido limita con la religión; utiliza un método racional, de modo que está relacionada con la ciencia (con la que durante un tiempo se identifica); además, su objetivo es la pura «contemplación de la verdad», esto es, el conocimiento de la verdad como tal, y en esto se diferencia de las artes que tienen una intención fundamentalmente práctica.

La contemplación de la verdad, que es una aspiración natural del hombre, es vista como fundamento de la moral y también de la vida política en su sentido más elevado; y es considerada por los filósofos el momento supremo de la vida del hombre, fuente de la verdadera felicidad.

El morado de sus ojeras me desgarraba, su perfume en el bosque me crecía en el vientre. Se alejaba, la falda le susurraba más alto que los árboles, los tacones perforaban las hojas caídas. La gabardina, que tensaban las manos metidas en los bolsillos, se acampanaba a la altura de las nalgas. Yo me asfixiaba de bestialidad. El mundo era una carne blanca, un bocado soberbio.

Pierre Michon, Le Grande Beune

El cercado espacio del Auditorio de la Opera de Bordeaux absorbió  la inmensidad del mundo en todo su esplendor cuando en la noche del 16 de julio  de 2016, el piano de Keith Jarrett, una vez más, desplegó su incontenible fuerza acercando a los gruesos labios de quien lo escucha, ese Grial que nadie sabe lo que contiene pero de cuyo mosto emana el infinito presente destilado en el pleno galope de una lluvia de junio encabritada contra los faros entre el golpeteo de los limpiaparabrisas.

La vastedad del genio de Allentow rasga el alma  y es que el talento de Jarrett lejos de formar parte de un mundo condenado a perecer, prolonga y transmite la belleza que no muere.

 La música  de Jarrett procede de un vacío y se dirige hacia él,  contiene en potencia todas las estructuras musicales que se prestan a la creación. Por poner tres ejemplos, tanto en la primera parte como en la cuarta y la quinta, tras los ostinatos de la mano izquierda entrando en sintonía, los racimos de la mano derecha salen del teclado vigorosos, perlados, casi sin resistencia disolviéndolo todo en una sonoridad infinita.

En ese sentido se asemeja al verbo sagrado creativo que contiene todas las creaciones futuras y sus destinos. Su vacío es semejante a Dios. Jarrett escucha y sigue los tonos y sonidos que se deben a la forma en que juegan sus manos y de ahí parte el milagro.

El centro vacío de su genialidad  se asienta sobre la similitud paradójica entre el barroco de Bach y la absoluta libertad expresiva del jazz pues ambas estéticas parten de la idea de una realidad de simulacros e ilusiones endebles cercana a su concepto de improvisación. Habituados a la cotidiana multitud de máscaras de fenómenos artificiales, la eternidad real de Jarrett se convierte en fuente de luz, en una especie de modelo purificado del mundo armonizado que vive según unas leyes más perfectas que el mundo y,  respecto al cual,  toda armonía justifica cada nota siempre que viva dentro de esa esfera y no en su superficie.

 Todas y cada una de las 13 partes del disco van detrás del murmullo del mundo, libres de la agitación vana; al inicio la sombra de Mompou, luego, la oceánica quietud  de la parte 7, además, el blues, y al final, esos  tres  últimos fragmentos: fragmentos silenciosos, hambrientos, desnudos, esenciales, como si todo su fraseo buscase la blusa desabrochada de una mujer, esa trinidad en la que Jarrett asienta la materialización concreta del vacío metafísico en el que se desborda todo el deseo de quien lo escucha. 

Que lo posible no es su elemento queda patente a lo largo y ancho de su homenaje a Andrew lloyd webber (parte 9) en donde Jarrett navega en lo inconcebible, como el sol en lo irrespirable, con la boca de Barbra Streisand cerca de nuestro oído susurrándonos » let the memory live again»; en esa humedad de hembra  que nos aproxima dentro de su sagrada oquedad, como una esfera más de la existencia, a la Ausencia como principio ontológico, y a la Nada como límite del tiempo y del espacio. La música de jarrett ambiciona conocer ese no- lugar mientras aprende a mirarlo situándose dentro del mismo como parte integrante del él para dar cuerpo a sus formas: ese pozo metafísico donde el hombre está solo ante el universo; ese lugar, en donde en algunas ocasiones, el gran don se convierte en suplicio de no poder dar y de no poder darse, y en otras, todo un derroche de miel y leche, se vierte a mares.

Jarrett nos acomoda en la oscuridad y en la desaparición en el absurdo, y en el caos, en una topografía que no es de este mundo aunque pronto se revela como el mapa misterioso de una conciencia superior hacia un camino inexpresable colmado de notas que son el alma en trance de la música pero no el trance mismo. Como de forma atinadísima escribió Le Monde: «una conciencia del tiempo fuera del ruido y del cansancio del mundo».

Let’s be careful out there.