Escena en un invernadero inverosímil
Hablamos para no oírnos
Eugène Ionesco, la lección
ELENCO INEXACTO DE PERSONAJES
Isidro Telón, comerciante de presencias defectuosas.
Va vestido con una americana beige, cuello de camisa sin cuello, gafas sin cristal. Lleva los zapatos mojados sin haber llovido. Nadie sabe si su voz es suya.
Clara Muesca, mujer en espera.
Tiene un vendaje circular en la frente y una caja de galletas cerrada con pegamento industrial. Mira como si ya hubiera ocurrido todo. No habla de C, pero está allí por él.
El Otro Nombre, tercero ausente.
Nunca llega, pero su ausencia altera el ritmo de la respiración. Si aparece, el relato termina sin testigos. Si no aparece, la escena se repite con otras máscaras.
LUGAR:
Un invernadero sin plantas, techado con espejos de feria.
Dentro hace calor aunque no hay sol. Las sillas no coinciden. Nadie sabe quién abrió la puerta.
—Perdón… ¿es usted la señora Reutemann?
—No.
—Ah, qué despiste. Es que desde el tren vengo soñando con usted.
—El tren no pasa por aquí.
—Lo sé. Por eso estoy aquí.
—¿Sabe que no puede quedarse?
—Por supuesto. No pienso quedarme. Pero… ¿me permite que le cuente algo?
Isidro saca del bolsillo un peine sin púas y un trozo de pan envasado al vacío.
No sonríe, pero sus zapatos gotean algo.
Tiene un tic apenas perceptible: se rasca el muslo izquierdo con el codo derecho.
—No debería estar contándole esto, pero usted se parece a alguien que no era nadie.
—No tengo tiempo.
—Precisamente. Escúcheme. Hay un animal llamado alfónsigo, con patas de cartón y mirada de corcho. A veces aparece bajo las mesas de los interrogatorios. Si lo atrapa, le cuenta lo que no quiere saber.
—No estoy interesada.
—Mi hermano fue uno de ellos. Se disfrazaba de moneda para entrar en las conversaciones. Una vez convenció a un sacerdote de que su parroquia era una ilusión óptica.
—¿Quiere decirme qué quiere?
—Venderle esta fotografía.
—¿Es suya?
—No. Pero usted aparece en ella.
—Eso es absurdo.
—Por eso mismo es valiosa.
—No tengo dinero.
—Ni yo. Pero no es dinero lo que busco.
Clara no quiere moverse porque El Otro Nombre está por llegar y no debe verla hablando con desconocidos.
No quiere que nadie sepa por qué está allí ni qué contiene la caja de galletas sellada con pegamento.
Respira más rápido cuando Isidro deja de hablar.
—Verá, lo importante no es la fotografía. Lo importante es lo que la fotografía no muestra.
—¿Y qué no muestra?
—Sus pulgares.
Silencio.
El sol se multiplica en los espejos. Una gaviota ciega se estrella contra el techo y rebota.
Isidro deja la foto sobre un ladrillo y retrocede.
Clara no la mira, pero la recoge.
—¿Sabe qué es lo peor?
—No.
—Que tal vez usted me ha hecho venir aquí.
—¿Yo?
—Sí. Para obligarme a recordarle algo que no ocurrió.
Clara parpadea. No contesta.
Del interior de la caja de galletas sale un zumbido mínimo.
La mujer la apoya en el suelo, pero el zumbido persiste.
—Entonces ¿la va a comprar?
—No tengo cómo.
—Entonces mírela.
—¿Qué ocurre si la miro?
—Nada.
—¿Y si no la miro?
—Peor.
Una ráfaga de aire hace volar el sobre. Clara lo atrapa sin moverse.
En la esquina inferior, con lápiz: “autorretrato del impostor”.
Clara observa sus pulgares.
Uno de ellos no le responde.
PULGAR II
monólogo interferido
no te diste cuenta clara que era yo el que no firmaba que era yo el que no tocaba el que no deslizaba el que no sostenía la taza ni la decisión ni la compasión y ahora vienes a mirar sin ver sin preguntar sin abrir y sin embargo te atreves a levantarme en la fotografía como quien recoge una culpa que no ha cometido como quien quiere hacerme decir lo que tú no puedes pensar
pero yo no obedezco
yo no he muerto
yo he estado quieto esperando la grieta
porque yo
sí
recuerdo
recuerdo cuando me dejaste fuera
cuando elegiste al otro
al pulgar obediente
al que sabía cerrar y firmar y calmar y acariciar
al que fingía
yo soy el otro
el que no te siguió
el que no tembló
el que no creyó que amar fuese fingir
y si ahora me miras
y si ahora me nombras
no es porque quieras
es porque te falta
lo que ya no puedes sujetar
tú querías compasión
yo solo soy precisión
tú querías una excusa
yo solo tengo herida
tú querías un dedo
yo soy el corte
yo soy el borde
yo soy lo que no cabe en el cuerpo
y por eso hablo
porque a veces
es el corte
el que recuerda
(Epílogo editorial — anagnórisis)
y fue al final cuando los pulgares ya no oprimían ni sostenían ni escribían ni recogían el hilo del vaso cuando lo vi
no era el gesto sino la trama del gesto
no era el pulgar sino la costra del hábito que le crecía debajo
no era la otra sino el hueco que dejaba su risa en mi nuca
no era piedad sino coreografía de mi miedo
no era el amor sino su teatro de papel recortado con tijeras sin punta
no era yo tampoco claro está
era un eco fingido de mí mismo
una careta que se probaba el rostro antes de elegir qué no decir
y así lo supe
no era obligación era tic
no era compasión era pánico
no era el otro era mi pulgar
escribiendo a ciegas sobre la niebla una excusa con forma de acto
porque uno no sostiene uno quiere parecer que sostiene
y al final uno se desliza sin ruido sin heroísmo
como una cucharilla en la taza
cuando el té ya se ha ido
y entonces por supuesto reí
con una risa sin dientes sin lengua sin garganta
la risa que tienen los maniquíes cuando ya no quedan vitrinas.
Nota:
Patas para no correr no es un cuento en sentido estricto, sino una trampa atmosférica. Una escena congelada en el umbral del equívoco. Un monólogo desplazado entre espejos de feria. Su arquitectura responde a una consigna dadaísta: la lógica ha sido desactivada, pero no abolida. Lo que queda es un andamiaje de voces que no se conocen, que no se deben nada, pero que se enfrentan como si hubieran compartido una catástrofe sin fecha.
El personaje que habla no sabe por qué está allí, ni siquiera si ha sido convocado o expulsado. El que escucha no puede rechazarle, aunque debería. El que falta —El Otro Nombre— lo condiciona todo sin intervenir. De ahí la tensión. De ahí la fisura.
El lector atento reconocerá en este diálogo interrumpido una inversión de los gestos de la compasión: aquí, el impulso de ayudar está envenenado por una ambición secreta. La fotografía no es prueba de nada, salvo de la imposibilidad de encajar en una escena sin desenlace.
Este cuento continúa se despliega como una deriva alegórica sin redención. No hay mensaje. Hay escenografía. No hay moraleja. Hay signos.
Quien busque certezas, se topará con una caja de galletas sellada con pegamento. Quien acepte mirar, quizá logre ver lo que no está.
Modul 42 (Live) · Nik Bärtsch’s Ronin
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