El centro difuminado de su rostro se ampliaba, de un modo parecido al de un borrador que cruza una pizarra y deja tras de sí una amplia franja de significado anulado.

Philip Roth, El teatro de Sabbath

Para transitar por los paisajes artisticos de Teodor Currentzis hay que estar acostumbrados a moverse  por encima de los 2.000 metros. Tras su proteica lectura de la Quinta publicada en abril de 2020, que el periódico alemán Die Welt proclamó como «La Quinta del siglo XXI», y que The Times definió como «uno de esos relatos incendiarios que hacen volar la corteza de la familiaridad para sugerir de nuevo la fuerza revolucionaria construida en esta partitura maestra», esta segunda incursión de Currentzis por la gigantomaquia sinfónica Beethoveniana alcanza unas cotas a las que hay que subir sin oxígeno y en el más puro estilo alpino cuando lo que se desea es disfrutar de su verdadera plenitud a riesgo de marearse en caso de no estar aclimatado a la belleza que brota a estas alturas.

Currentzis aspira a traer al presente el verdadero espíritu de la música pretérita. No se trata de recuperar un sonido de época, sino de escuchar cada composición como la imaginó su creador. Pone un ejemplo: “A veces alguien toca una obra mía y, aunque no esté de acuerdo con la interpretación, la acepto como la única oportunidad que tengo para escucharla. El problema es que, pasados cien años, alguien piense que esa era la forma correcta de tocarla”. Currentzis a fortiori cree firmemente en su intuición para distanciarse de todos los directores, que divide entre reproductores e historiadores, y convertirse en un “poeta”.

La había rodeado con los brazos y le apretaba las rollizas nalgas enfundadas en tejanos. Te gusta que me dé la vuelta y te enseñe el culo. A todos los hombres les gusta. Pero sólo tú me la metes ahí, Mickey, ¡sólo tú puedes joderme por ahí! No era cierto, pero un bonito sentimiento de todos modos.

Philip Roth, El teatro de Sabbath

 La calidad sonora de la grabación, sustentándose en el colorido sonido de MusicaEterna, es sublime: las familias instrumentales gozan de un equilibrio que ofrece un esplendor vibrante admirable. La idea de Currentzis, basándose en la perfección simétrica de esta creación irrepetible» es recorrer cada compás con su peculiar idea del ritmo y del ataque», que en cada repetición convence más y más al oyente, como ocurre durante un estudiadísimo Poco sostenuto – Vivace, el primer movimiento, llevado a un éxtasis de contrastes. 

Ya en el Allegretto, iniciado con unos pianissimi casi inaudibles para elevarse triunfalmente en su progresión melódica, el director imprime su habitual sello personal que lo convierte en el adalid de los directores de autor; con el genio greco-ruso no hay término medio: o se le quiere, o se le odia. 

De tempi ágiles y con un nervio juvenil en la sección fugada, Currentzis sabe guiar la música hasta un clímax que a nadie puede dejar indiferente. Y en los trepidantes movimientos finales, el disfrute es inagotable, orgásmico.

Madeline soltó una risita muy socarrona, que fue para Sabbath una sorpresa deliciosa. Era una persona encantadora y emitía un tenue sentimentalismo que no era en absoluto juvenil, por muy juvenil que fuese su aspecto. Madeline, dueña de una mente aventurera con un tesoro intuitivo que su sufrimiento no había sepultado, lucía el aspecto vivo, teñido de tristeza pero juicioso, de una despierta colegiala de primer grado que ha descubierto el alfabeto en una escuela donde se utiliza el Eclesiastés como cartilla… la vida es una futilidad, experiencia terrible, pero lo realmente importante es la lectura. La tendencia a perder el dominio de sí misma era casi visible cuando hablaba. El dominio de sí misma no era su centro de gravedad, como tampoco lo era nada de ella que estuviese a la vista, aparte, tal vez, de una manera de decir las cosas que atraía a Sabbath sólo porque era un poco impersonal. Lo que le había negado unos senos y un rostro de mujer, fuera lo que fuese, la había compensado de alguna manera al cargar su mente de significación erótica, o por lo menos su influencia afectaba a Sabbath, siempre atento a todos los estímulos. Una promesa sensual que permeaba la inteligencia de la joven afectaba gratamente a sus esperanzas de erección, deterioradas por el paso del tiempo. 

Philip roth, El teatro de Sabbath

Asimismo, con una estudiada megalomanía originada en un» fanatismo por Ludwig Van» análogo al del joven protagonista de A Clockwork Orange» de  Anthony Burgess, Currentzis elude cualquier tradición interpretativa de la Séptima en aras de la creatividad, a la que no por nada Wagner bautizó como la “apoteosis de la danza” debido al dominio en ella de la estructura rítmica en la que el martilleo es frenético desde el inicio del Vivace, una vez pasada la imponente introducción, que constituye un movimiento entero (poco sostenuto)Ahora bien, Currentzis y sus músicos, además de desplegar a lo largo de páginas y páginas de partitura todo el báquico  frenesí contenido en la obra, encuentran en la Séptima un anhelo  nostálgico profundamente conmovedor, ya que en lugar de mimarnos con un baño tibio de semántica musical tranquilizadora, nos ofrece una ducha fría tonificante y hormigueante. Más importante aún, al regocijarse libremente en el perfil expresivo, la  imagen genérica de la Sinfonía parece disolverse frente a nuestros oídos, para revelar superficies musicales prístinas, indómitas. La Séptima representa para el maestro greco-ruso «la mejor forma jamás lograda en una sinfonía». Compara su perfección estructural a la del clasicismo ateniense, el cénit de la arquitectura clásica donde toda proporción y todo refinamiento de escala se coloca al servicio de la belleza espiritual que rinde homenaje a la protectora de la ciudad, la diosa Atenea. 

¿Qué es la felicidad? La materialidad de esta mujer, el compuesto que la formaba, el ingenio, el atrevimiento, la astucia, el tejido adiposo, la extraña complacencia en las palabras ampulosas, esa risa que refleja vitalidad, lo responsable que es ante todas las cosas, sin excluir su sensualidad. Era una mujer de carácter. Parodia, juego, el talento y el gusto de lo clandestino, el conocimiento de que todo lo subterráneo supera con mucho a lo terráneo, cierto equilibrio físico, el equilibrio que es la expresión más pura de su libertad sexual. Y la comprensión conspiradora con la que hablaba, el terror al reloj que se quedaba sin cuerda… 

Qué extraña manera de plantearlo. ¿Qué tiene que ver la resistencia? Estamos hablando de termodinámica. El calor como una forma de energía y su efecto sobre las moléculas de la materia. Tengo sesenta y cuatro años y ella diecinueve. Es muy natural…

Philip Roth, El teatro de Sabbath

Como sucede en otras de sus grabaciones, la interpretación de MusicAeterna de la séptima sinfonía de Beethoven es de primerísima categoría, y los sorprendentes giros y vueltas en la progresión musical de la obra, con acentuaciones inusuales de las líneas de cuerdas, son indicativos de la fuerte voluntad creativa del director. Como dice Peter Quantrill en la nota del libreto de esta dinámica Séptima de MusicAeterna, Teodor Currentzis busca «una arquitectura que descubra la espiritualidad, no un enfoque espiritual que intente encontrar la arquitectura». 

Yo habría pensado en que más que descubrir, la arquitectura encuentra en ella la gran cualidad de la Séptima que no es otra que  su «frescura y su  luz», sin perder de vista  como escribe Eugenio Trías» en su imprescindible libro La imaginación sonora «que el último movimiento de la Sinfonía Fantástica de Berlioz, con su Dies Irae, son impensables sin esta Sinfonía en La mayor».

Pero, poco importan estas y otras reflexiones que si acaso sirven para algo, no es más que para subrayar el grado de dedicación, talento y perspicacia que se ha puesto en esta singularísima visión de la Séptima, que comparte verticalidad con otras miradas de altura como las de Manfred Honeck, Carlos Kleiber o Simon Rattle.

De todos modos, diga lo que se diga,  probablemente no haya actualmente ningún director que polarice tantos desencuentros  como Teodor Currentzis. Algunos lo consideran un charlatán que baila frente a la orquesta de manera inapropiada en lugar de dar claramente el compás con la mano. Otros, entre los que me encuentro, perciben su baile como una manifestación profundamente emotiva que estimula a la orquesta a comprometerse plenamente con la tarea en cuestión. También están los críticos a los que disgusta que el Maestro no se presente ante la orquesta con frac y opte por» los pantalones ajustados a la moda y una cómoda chaqueta abotonada en la espalda». Y luego, está la rústica mugre, la rusofobia imperante que comparten sectarios, imbéciles y mostrencos, al alimón, que asoma en miserables estercoleros sociales, ignorantes del trabajo excepcional de Currentzis al frente de la Orquesta Sinfónica de SWR, sordos a sus impresionantes interpretaciones de las sinfonías de Mahler, Tchaikovsky, Bruckner o Shostakóvich, ajenos a la dimensión artística y musical del  maestro greco-ruso, extraños a la flexibilidad beethoveniana en donde la alegría, el miedo, el deseo, el dolor, el éxtasis , la tristeza, la ira y el amor se reemplazan entre si.

Let’s be careful out there