Nessuno sa meglio di te, saggio Kublai, che non si deve mai confondere la città col discorso che la descrive. Eppure tra l’una e l’altro c’è un rapporto.
ITALO CALVINO, Le città invisibili
Para un neorrealista, le dije, un vaso es un vaso. Pero ese mismo vaso contemplado por distintos hombres puede ser mil cosas distintas. Yo propugno por un cine que me haga ver esa clase de vasos.
Luis Buñuel
Hace unos días he visto Parthenope, el más reciente largometraje de Paolo Sorrentino. El director napolitano sigue construyendo su cine como un poema visual en una cinta donde la forma y el silencio tienen tanto peso como las palabras, colocando en tensión lo espiritual y lo terrenal, lo milagroso con lo absurdo, horadando en aquella raíces napolitanas donde conviven como en ningún otro sitio el fervor religioso con el escepticismo popular, aunque en esta ocasión, el mito y la memoria, que se entrelazan en el film como un sueño largamente sostenido entre la melancolía y el deseo, acaben por anonadar en exceso a un espectador paulatinamente narcotizado.
La protagonista, una joven llamada Parthenope —nombre cargado de resonancias mitológicas—, sirve como excusa para que Sorrentino explore, más que una historia, una sensación: la del paso del tiempo sobre la belleza, la juventud y la ciudad de Nápoles, siempre presente como personaje omnisciente y espectral. No se trata de una película que busque complacer con giros narrativos o diálogos incisivos; en cambio, se sumerge en la contemplación, construyendo cada plano con una precisión pictórica que recuerda a Caravaggio o a Antonioni.
Como es habitual en su cine, la música, la arquitectura y el silencio son protagonistas absolutos. Hay momentos donde las palabras sobran, y el peso emocional se deposita en una mirada detenida, una brisa sobre la piel o el sonido lejano del mar; momentos en los que un elenco fallido pese a la presencia incontestable de Celeste Dalla Porta, se mueve entre la contención y la languidez, entregando interpretaciones que vibran más por lo que callan que por lo que dicen como si no tuviesen nada de lo que hablar.
De todas formas, no siendo una película para todos, es sin duda una obra profundamente personal y coherente dentro del universo sorrentiniano. Un testimonio más de que, para algunos directores, el cine sigue siendo una forma de oración muda; es, en esencia, otra carta de amor de Sorrentino a Nápoles, aunque esta vez la pluma le tiemble y el trazo, por momentos, se le escurra de las manos.
Visualmente es impecable, como todo lo que firma: planos que parecen cuadros, una luz que acaricia las ruinas del tiempo, y un manejo del espacio que sigue siendo puro instinto cinematográfico. Sin embargo, por debajo de esa superficie hipnótica hay un relato que se deshilacha con facilidad. La película quiere ser muchas cosas: un coming-of-age, una elegía, una reflexión sobre la belleza, la juventud, la pérdida. Y en su afán de tocar tantas teclas, se queda a medias en casi todas. La estructura, fragmentada y caprichosa, termina jugando en contra. Hay momentos que brillan por sí solos, sí, pero rara vez conectan entre sí de manera orgánica. Todo se siente como un álbum de postales bellísimas pero sueltas, sin hilo conductor real.
Parthenope, como personaje, es más símbolo que ser humano. Su arco se diluye en un mar de imágenes bonitas que no siempre dicen algo. Los secundarios van y vienen sin que sepamos muy bien qué aportan más allá de adornar el cuadro. Y aunque la película pretende una profundidad emocional, muchas veces cae en un esteticismo vacío, en el que las emociones no logran atravesar la pantalla.
El film acaba siendo una de esas películas que parece hablar en susurros, más preocupada por lo que sugiere que por lo que cuenta. Sorrentino regresa a Nápoles, su oráculo personal, y allí vuelve a invocar a la belleza, al tiempo y al cuerpo femenino como mapas sagrados. Pero esta vez algo se descompone en el hechizo. Bajo la perfección visual, el relato se fragmenta, como si el director estuviera más interesado en la pose que en el movimiento real del alma.
PARTHENOPE . Vuoi sapere a cosa sto pensando?
VESCOVO. No. Perché lo so già.
PARTHENOPE. E a cosa sto pensando?
VESCOVO. A tutto il resto.
Ver Parthenope es como asistir a una representación de El público de García Lorca. Todo está expuesto y, a la vez, oculto. Los personajes son máscaras que no quieren revelar lo que hay debajo, y lo que parece pasión se convierte en simulacro. Como en la obra de Lorca, Sorrentino juega con la idea del teatro dentro del teatro: la vida como escena, la identidad como disfraz que se descompone al contacto con el deseo.
El problema es que mientras Lorca abría el pecho del lenguaje para llegar al hueso del inconsciente, Sorrentino se queda muchas veces atrapado en el mármol de sus imágenes. Hay momentos de una belleza indiscutible, pero también largas secuencias que flotan en un vacío narrativo, como si cada escena quisiera ser final sin haber sido inicio. Parthenope, la protagonista, no vive: es contemplada. Y eso, irónicamente, termina por volverla intangible.
Filosóficamente, la película ronda el eterno retorno de lo bello y su pérdida inevitable. Pero su reflexión se ahoga en su propia estética. Como si la forma devorara a la idea, como si la máscara ya no quisiera caer. A ratos parece que Sorrentino teme que si revela demasiado, lo que queda detrás no sea digno de mirar.
Parthenope es una obra tan bella como imperfecta, un poema visual lleno de ecos profundos, pero también un laberinto donde la emoción se pierde buscando la salida. Su ambición estética a veces amenaza con eclipsar la profundidad emocional de su protagonista, pero cuando encuentra el equilibrio, logra momentos de una sensibilidad desarmante. Puede que no todos sus episodios resuenen por igual, pero el conjunto deja una huella perdurable, como las mareas que moldean la costa napolitana. Salir de Parthenope es como despertar de un sueño largo y azul. Uno se queda con la sensación de haber vivido otra vida, la de una mujer en constante búsqueda, la de una ciudad que nunca se detiene. Sorrentino no ofrece respuestas pero sí preguntas bellamente formuladas. Eso basta.
Le’ts be careful out there