La cultura es aquello que permanece en un hombre cuando lo ha olvidado todo

Émilie Henriot

Me piden que me defina, como si la identidad fuera un formulario a rellenar — como si una vida entera pudiera archivarse en un rótulo, como si no hubiera en cada día más contradicciones que en todas las bibliotecas juntas—. Y yo, que he visto cómo las etiquetas cambian de color con la misma rapidez con que se desteñía la hoz de los emblemas o la paloma de los manifiestos, respondo con la obstinación de quien prefiere repetir sus ejercicios inútiles antes que rendirse a la comodidad de un catecismo.

Digo entonces que mi andamiaje intelectual se funda en flexiones de brazos, esfuerzo contra el suelo para volver siempre al mismo sitio; que mi relación con el poder podría expresarse en dominadas, tirones vanos contra una barra que permanece indiferente; que mi moral privada es un ejercicio de abdominales, pura repetición sin gloria, siempre en el mismo lugar y sin horizonte; que mis convicciones públicas se reducen a tríceps y bíceps, músculos menores que el vulgo admira pero que en verdad no sostienen nada salvo la apariencia de fuerza.

Y sin embargo, como las cualidades sensibles —ese rojo que nunca es exactamente este rojo, ese sabor dulce que nunca se agota en un dulzor determinado, ese sonido de violín que nunca coincide del todo consigo mismo—, así también mi vida se ofrece bajo la condición ontológica de lo vago: identificable pero imprecisa, reconocible pero nunca exacta. Sé que hay un color político que me tiñe, pero no puedo fijar su matiz. Sé que hay un sabor moral en lo que defiendo, pero no puedo clausurarlo en una fórmula. Sé que hay un sonido metafísico en mis certezas, pero se confunde con otros ruidos.

He ahí mi verdad: definida e indefinida a la vez, como el mundo sensible. Una existencia que se reconoce en el principio de identidad —esto soy y no otro— y que a la vez se deshace en el principio de vaguedad —esto que soy no puede delimitarse con exactitud.

Y tras este catálogo de metáforas gimnásticas y filosóficas —con el que cualquiera que no entienda la ironía quedará tan satisfecho como quien compra un eslogan—, no me queda sino añadir, en la seguridad de que nuestro Señor Jesucristo, el único Dios verdadero, es misericordioso y nuestro salvador.

El árbol de los sin cuello  

¿Qué parajes le resultan más atractivos?

Nadie responde.
El aire tose.
olor de bosque detrás de la pista,
el polen muerto me quema la garganta.

La humedad en el fondo
es humedad de coño.

No hay fondo.
solo costuras empapadas.

latidos tibios que se doblan
que se tensan
que se humedecen


Mecedora.

En el sueño: arca.

Arca en agua que no moja nunca.
Agua que moja los pies del que sueña.

El vaivén → latido
Latido → canto
Canto → zumbido
Zumbido → avión que jamás aterriza


En el bosque se alza una pista muerta.

La torre de control es tronco hueco.

Los paneles palpitan en musgo verde:

ARRIVAL
CANCELLED
AHORA


Cada dinamo late como un pájaro.
Cada pájaro late como humedad secreta.
Cada humedad secreta late como verano
en la madera quemada del porche.

(símbolo que no sé leer, pero insiste)


El árbol retorcido recibe un nombre:

→ El árbol de los sin cuello.

Nombrarlo encoge el cuello.

Los sin cuello no están muertos.
Los sin cuello no están vivos.

voces en negativo
raíz arrancada
sombra


El árbol transpira.
Su sudor = resina.
La resina = semen antiguo.
El semen = humedad fértil.

(círculo incompleto)


Camino el bosque
como un mapa borrado.

Aquí florecen los sin cuello.
Aquí se pudren torres de control.
Aquí el verano insiste en la madera.

El aire arde en mi garganta seca.
Alergia a lo extinto.
Alergia a la memoria.
Alergia a lo que insiste en regresar.


No hay salida.
Cada sendero lleva al mismo claro.
Cada claro repite la misma frase:

“La humedad en el fondo
es humedad de coño.”


Al decirla, el árbol palpita.

los sin cuello levantan
torsos sin cabeza

y escuchan
escuchan
escuchan


Nadie más.
Solo ellos.
Solo yo.
Solo el bosque.
Solo la costura.

Fin.
o principio.
mal encajado.

🔊 Parergon auditivo

👉Frank Sinatra – My Way (Live At Madison Square Garden, New York City / 1974 / 2019 Edit

Rferdia
Filósofo de formación, escritor por necesidad y ciclista por amor a la pendiente. Escribo desde una tensión que no cesa de reaparecer: cómo resistir desde la forma, cómo sostener sentido cuando el mundo se fractura. En el corazón de mi trabajo —articulado a través del dispositivo hermenéutico ZIA— habita la idea del deporte como Weltstammräumung: gesto que despeja, cuerpo que restituye, escritura que no huye.
(Neologismo de raíz alemana que alude al acto de desalojar el ruido del mundo para recuperar un espacio originario donde la forma aún tiene sentido.)

Let`s be careful out there