La voladura del Nord Stream fue un acto de guerra en toda regla. Los buzos detenidos son apenas marchantes del sabotaje: la autoría verdadera permanece sumergida en un sistema de poder que Europa se niega a nombrar.

Hacemos filosofía porque las cosas nos sorprenden. Y acaso nada nos enfrenta con tanta crudeza al asombro como descubrir que, en el fondo del mar, la verdad se ha convertido en materia explosiva. La filosofía enseña que un hecho no puede ser verdadero y falso al mismo tiempo, que una tubería de acero no puede estar intacta y reventada a la vez. En este sentido, la voladura del Nord Stream en septiembre de 2022 fue, con toda precisión conceptual, un acto de guerra. Sin embargo, el discurso político y mediático ha preferido envolver el hecho en una bruma de ambigüedad, como si la evidencia pudiera diluirse en interpretaciones.

Conviene, pues, recordar los hechos. El 26 de septiembre de 2022, tres de las cuatro conducciones de los gasoductos Nord Stream 1 y Nord Stream 2 —infraestructuras críticas que transportaban gas ruso directamente a Alemania a través del Báltico— quedaron inutilizadas tras varias explosiones submarinas. La magnitud del escape fue visible incluso desde satélites, y al día siguiente la OTAN lo calificó como “actos deliberados de sabotaje”. Suecia y Dinamarca abrieron investigaciones penales, que terminaron cerrando sin acusaciones. Alemania, en cambio, mantuvo la suya abierta. Tres años más tarde, un tribunal italiano confirmaba la detención de Serhii K., ciudadano ucraniano de 49 años reclamado por la fiscalía federal alemana. Según el sumario, habría coordinado a un grupo de seis personas que alquilaron un yate llamado Andrómeda, falsificaron documentos y depositaron cargas explosivas a setenta metros de profundidad cerca de Bornholm. La prensa alemana —Süddeutsche Zeitung, ARD y Die Zeit— asegura haber tenido acceso al auto de arresto: en él se menciona la colocación de cuatro cargas de entre 14 y 27 kilos, compuestas por hexógeno y octógeno.

Hasta aquí, el relato judicial. Pero más allá de la minuciosa descripción técnica, lo esencial permanece intacto: ¿a quién benefició este acto de guerra no declarado? ¿Quién tenía la voluntad y la capacidad de destruir el cordón umbilical energético entre Rusia y Alemania?

La pregunta cui bono se impone con fuerza. En primer lugar, Estados Unidos llevaba años presionando contra Nord Stream 2. Desde 2018 sancionaba a las empresas participantes. El 7 de febrero de 2022, apenas semanas antes de la invasión rusa, Joe Biden fue explícito en rueda de prensa junto a Olaf Scholz: “Si Rusia invade, no habrá Nord Stream 2. Le pondremos fin”. Pocos días después, Victoria Nuland repitió el mensaje: “De una u otra manera, Nord Stream 2 no seguirá adelante”. Y así ocurrió: el 22 de febrero Alemania congeló la certificación, y al día siguiente Washington sancionó a Nord Stream 2 AG.

En segundo lugar, las consecuencias económicas son indiscutibles. Tras la destrucción del gasoducto, Europa pasó a depender del gas natural licuado estadounidense y de las exportaciones noruegas. En 2022, las importaciones de GNL de la Unión Europea crecieron un 60 % respecto al año anterior, y dos tercios de ese aumento procedieron de Estados Unidos. Dos años más tarde, Washington suministraba ya más de un tercio del gas importado por la UE, mientras Noruega se consolidaba como el primer proveedor por tubería. De esta manera, el beneficio económico y el beneficio geopolítico convergían en un mismo punto: la voladura del Nord Stream consolidaba el realineamiento energético europeo bajo el paraguas atlántico.

Al mismo tiempo, es necesario aclarar un aspecto que suele ser manipulado. Tras las explosiones circuló un supuesto “memorando de RAND” que hablaba de arruinar Alemania para obligarla a comprar GNL estadounidense. Ese documento es falso; la propia RAND lo desmintió. Lo que sí existe es un informe público de 2019, Extending Russia from a Position of Advantage, en el que se recomendaba aumentar la producción energética estadounidense para reducir los ingresos de Moscú y aplicar sanciones coordinadas. Nada de buzos ni dinamita: estrategia de costes, no sabotaje. En 2021, RAND pidió gestionar la interdependencia energética, no destruirla. Y en 2024, tras el atentado, publicó un comentario en el que subrayaba la vulnerabilidad de las infraestructuras submarinas y la necesidad de protegerlas. De este modo, lo que la RAND documenta es la lógica de mercado y sanción; lo que la realidad mostró fue una decisión encubierta, ejecutada por medios militares.

Llegados a este punto, resulta obligado volver a la filosofía. Aristóteles sostenía que la verdad es decir de lo que es que es, y de lo que no es que no es. O Nord Stream fue un accidente, o fue un sabotaje; tertium non datur. El lenguaje político, sin embargo, prefiere habitar en la ambigüedad. Habla de “incidente”, de “misterio”, de “hechos en investigación”. Se evita la palabra guerra porque nombrarla implicaría asumir consecuencias jurídicas y estratégicas. Pero al no nombrarla, Europa acepta tácitamente su condición de escenario: un continente convertido en campo de operaciones sin declaratoria oficial, una infraestructura sacrificada en nombre de la “seguridad energética” que, paradójicamente, ha multiplicado su dependencia de proveedores externos.

Aquí encaja la metáfora de los buzos como marchantes del sabotaje. Como en una galería clandestina, los ejecutores muestran la pieza, pero la autoría intelectual corresponde a otro. El comprador, el beneficiario, el que se lleva la obra bajo el brazo, permanece en la sombra.

Este guion, conviene decirlo, tampoco nació en 2022. En 2006, Condoleezza Rice denunciaba el monopolio gasista ruso como un peligro para Europa. En 2014, tras la anexión de Crimea, declaró que Estados Unidos debía usar su propio gas para reforzar a los aliados europeos y romper la dependencia de Moscú. La doctrina era clara: no más gas ruso a Alemania. Cuando Biden, Nuland y Blinken repitieron en 2022 que Nord Stream 2 no seguiría adelante, no hicieron sino actualizar una línea estratégica que llevaba dos décadas enunciándose. La diferencia fue que, tras la invasión de Ucrania, existió margen para pasar de la retórica a la acción material.

¿Fue la voladura ejecutada directamente por un Estado? ¿Por un consorcio de Estados? ¿Por un grupo proxy encubierto? Nadie lo ha admitido. Pero la coherencia entre la doctrina expresada por Rice en 2014, las declaraciones públicas de Biden en febrero de 2022 y la reconfiguración energética tras septiembre de ese mismo año no necesita pruebas secretas para mostrarse evidente.

El término “terrorismo de Estado” es más político que jurídico. El derecho internacional habla de uso de la fuerza contra la infraestructura esencial de otro Estado: eso es un acto de guerra. Que no se declare oficialmente no altera su naturaleza. Lo que se busca es mantener la negación verosímil, la plausible deniability. Europa, entretanto, ha preferido aceptar esa ambigüedad. Ni Berlín ni Bruselas han querido nombrar lo obvio: que el gasoducto que sustentaba el modelo industrial alemán fue destruido deliberadamente y que el nuevo mapa energético los convierte en vasallos de proveedores más caros y menos estables. Como si Alemania no fuera un país soberano, sino una ocupación permanente desde 1945 en versión energética.

La filosofía insiste en que el pensamiento comienza con la sorpresa. Y lo que sorprende aquí es que lo que no debía ocurrir ocurrió, que lo que debía tener responsables no los tiene, que lo que debía llamarse guerra se llama misterio. La pregunta entonces es la misma que resonaba en la ironía medieval: “¿Quién me librará de este gasoducto?”. En el siglo XII, la frase fue orden de muerte para un obispo. En el siglo XXI, pronunciada en variantes diplomáticas por presidentes y secretarios de Estado, se convirtió en orden de destrucción para una tubería de acero bajo el Báltico. No fueron los buzos quienes decidieron el destino de Europa. Ellos, en el mejor de los casos, fueron los marchantes que exhibieron la pieza. El verdadero autor de la obra —el que concibió que el Nord Stream debía dejar de existir— se oculta en un sistema más amplio: un entramado de seguridad, energía y geopolítica que actúa por debajo de la política visible. Nombrarlo, aunque incomode, es un deber político y filosófico. Porque si la verdad puede hundirse en el mar y nunca emerger, la democracia no es más que una escafandra vacía. Europa, al callar, al aceptar la destrucción de su arteria energética como un misterio sin dueño, se ha convertido en un vasallo de sí misma: un continente que consiente que otros decidan su destino mientras se entretiene con los buzos.


Nota bibliográfica comentada

Aristóteles. Metafísica y Ética a Nicómaco. Gredos, Madrid.
Fundamento clásico de la noción de verdad como correspondencia y del vínculo entre ética y acción política.

Aristóteles. Retórica. Alianza, Madrid.
Clave para entender el uso político del lenguaje y el poder persuasivo de los eufemismos.

Hannah Arendt. Verdad y política. En Entre el pasado y el futuro. Península, Barcelona.
Reflexión central sobre la fragilidad de la verdad factual frente al poder y la propaganda.

Carl Schmitt. El concepto de lo político. Alianza, Madrid.
Para pensar la voladura como acto de guerra y no como mero sabotaje técnico.

Michel Foucault. Defender la sociedad. Akal.
Curso que ilumina la idea de guerra como continuidad de la política por otros medios internos.

Giorgio Agamben. Estado de excepción. Pre-Textos, Valencia.
Sobre la legalidad suspendida y la violencia que opera en la sombra de la soberanía.

Hans Blumenberg. La legitimación de la Edad Moderna. Paidós, Barcelona.
Ofrece una visión sobre cómo las metáforas orientan la legitimidad de las acciones políticas.

RAND Corporation. Extending Russia from a Position of Advantage. 2019.
Informe que propone debilitar a Rusia mediante sanciones y mercado energético, sin referencia a sabotajes.

RAND Corporation. Russia’s Gas Pipelines to Europe: Context and Implications. 2021.
Comentario sobre la interdependencia energética entre Rusia y Europa.

RAND Corporation. Protecting Undersea Infrastructure: A Growing Security Challenge. 2024.
Advertencia sobre la vulnerabilidad de las infraestructuras submarinas.

Biden, Joe. Declaraciones en la Casa Blanca junto a Olaf Scholz, 7 de febrero de 2022.
Compromiso público de “poner fin” a Nord Stream 2 si Rusia invadía Ucrania.

Rice, Condoleezza. Declaraciones de 2006 y 2014 sobre el gas ruso.
Antecedentes de la doctrina estadounidense contra la dependencia energética europea de Moscú.

Nuland, Victoria. Rueda de prensa del Departamento de Estado, febrero de 2022.
Ratificación de la postura oficial: “De un modo u otro, Nord Stream 2 no seguirá adelante”.

Coberturas de Süddeutsche Zeitung, ARD y Die Zeit (2023–2025).
Revelaciones sobre el caso Andrómeda y la acusación contra Serhii K.

Agencia Internacional de la Energía (AIE). Informes 2022–2024.
Datos sobre la reconfiguración del mercado europeo de gas tras la destrucción del Nord Stream.


P.S.
En el fondo del mar, matarile…

Rferdia
Filósofo de formación, escritor por necesidad y ciclista por amor a la pendiente. Escribo desde una tensión que no cesa de reaparecer: cómo resistir desde la forma, cómo sostener sentido cuando el mundo se fractura. En el corazón de mi trabajo —articulado a través del dispositivo hermenéutico ZIA— habita la idea del deporte como Weltstammräumung: gesto que despeja, cuerpo que restituye, escritura que no huye.
(Neologismo de raíz alemana que alude al acto de desalojar el ruido del mundo para recuperar un espacio originario donde la forma aún tiene sentido.)

Let`s be careful out there