«Soy un hombre, y nada de lo humano juzgo ajeno a mí». Pongámoslo todo en común: hemos nacido para [una vida en común]. Nuestra sociedad es muy parecida a una bóveda de piedras, que no se cae justamente porque las piedras se sostienen las unas a las otras.
Séneca, Cartas a Lucilio, XV, 95
No hay ni puede haber pensamiento español en sentido estricto anterior a la existencia de España como forma política y con un grado mínimo de integración cultural. Un historiador bien ajeno a planteamientos apriorísticos y a posturas radicales como es Luis Martínez Gómez viene a reconocerlo así: «Una filosofía española, dice, y en general una filosofía nacional en el sentido que ahora se da a esta palabra, puede decirse que es inexistente hasta los comienzos de la Edad Moderna. Entonces sí se da una filosofía española, como española es la primera nacionalidad europea que acusa fuertemente sus rasgos en el ámbito político y cultural del Occidente moderno. Hasta entonces sólo podemos registrar nombre de pensadores nacidos aquí o vinculados al suelo patrio que han llevado indudablemente a su filosofía características específicamente ibéricas, pero cuya aportación doctrinal encaja dentro del marco general de la cultura romana o cristiana medieval. Sólo el Medievo español se recorta con perfiles aparte, no tanto en el terreno de la doctrina, cuanto en el marco externo de una empresa militar nacional y religiosa muy absorbente y de una paradójica convivencia con el mundo árabe y judío. En lo fundamental, no obstante, el español romano y el español medieval filosofa dentro de la unidad del pensamiento que significa Roma o París».
En cualquier caso, es evidente que los pensadores o los movimientos filosóficos anteriores a 1474 no pueden considerare como pensamiento español propiamente dicho, sino sólo como antecedentes o introducción al mismo, aunque a veces expresen tendencia o actitudes intelectuales que luego van a ser recogidas por autores españoles y se consideren como características de nuestra nacionalidad. El caso prototípico de esta inclinación lo encontramos en Séneca, a quien la historiografía tradicional presenta como el representante más idóneo de una filosofía específicamente española y verdadero símbolo de lo más profundo y característico del alma nacional. Sin embargo, nadie puede ocultar el hecho histórico rotundo y claro de que Séneca era un romano de provincias, en este caso la llamada Hispania, que vivió la mayor parte de su vida en Roma, que ocupó cargos políticos, que habló y escribió en la lengua del Imperio, y cuya filosofía está inscrita dentro del estoicismo, una de las principales corrientes de la filosofía romana de su época. El seguir considerando a Séneca como español y a su filosofía como la representación más característica del alma y el pensamiento español es algo que contradice los datos históricos más elementales, y sólo tiene explicación por el aprovechamiento que de sus ideas y doctrinas hicieron algunos españoles conspicuos del Siglo de Oro, con lo que satisfacían necesidades histórico-culturales de un determinado momento de nuestra sociedad.
Por todo lo dicho, sin Séneca, no podremos comprender en todo su significado el neoestoicismo senequista de nuestro siglo XVII; sólo si atendemos al misticismo árabe y judío se nos aclara en parte lo profundo y espontáneo del movimiento místico del XVI; sólo si conocemos a fondo los primeros desarrollos de la filosofía catalana medieval tiene explicación el arraigo de la filosofía en Cataluña durante la época moderna. Y así sucesivamente…
Séneca, sobresale, sin la menor duda, de entre los escritores que nacieron en la Península Ibérica durante la dominación de esta por los romanos. Su importancia como representante de la Stoa Nueva, junto con Epicteto y Marco Aurelio, es incuestionable, y en cuanto tal, constituye uno de los fundadores y exponentes teóricos del nuevo cosmopolitismo correspondiente a la época del Imperio romano en su sentido estricto.
Su padre fue el retórico Marco Anneo Séneca, que llevó a su hijo desde muy joven a Roma para que estudiase poesía y elocuencia. Allí tuvo por maestros al estoico Atalo, a Metronax, Fabiano Papiro y Demetrio el Cínico; de aquello le va a quedar su afición a la filosofía, marcada por la inclinación al estoicismo. En Roma se distinguió desde muy pronto como orador en el foro y empezó a participar en política. Acompañó al cónsul Vestrasio Polión en sus viajes por Egipto y Oriente, y a su regreso fue nombrado cuestor. El emperador Claudio le desterró a Córcega en el año 41 por creerle implicado en el caso de Julia, y allí vivió ocho años hasta la muerte de Mesalina. Agripina, la nueva esposa de Claudio, hizo que se le perdonara, encargándole de la educación de su hijo Nerón (49-50). en Roma, Séneca fue nombrado pretor y cónsul, cargos en los que acumulo grandes riquezas, lo que luego le será reprochado; además esto se le ha solido censurar como una inconsecuencia con su propia doctrina. En el año 54, Agripina envenenó a Claudio y Nerón heredó el Imperio; una vez en el poder, abandonó las enseñanzas de su maestro Séneca, dando muerte a su madre Agripina, a su hermano Germánico y a su mujer Octavia. A partir de entonces, Séneca se aleja de la corte romana, yéndose a vivir en el 62 a una de sus fincas, situada a cuatro millas de Roma. No le sirvió de nada, pues al sanguinario Nerón no se le ponían obstáculos por delante. Cuando, llevado de maledicencias, el emperador le creyó complicado en la conjuración de Pisón, ordenó su muerte dándole a elegir la que prefiriese. Séneca optó por abrirse las venas en el baño, pero, retrasándose mucho la muerte, pidió la cicuta, que tampoco bastó, por lo que se encerró en la cámara de vapor. Su muerte, ejemplo de serenidad estoica, le reconcilió con los que le reprochaban sus riquezas.
Aunque no esté muy clara su actuación política, la verdad es que, en comparación con el ambiente que le tocó vivir, su estatura moral sobresale muy por encima de la media. Por lo que se refiere a su riqueza, calculada en muchos millones de sestercios, en principio no parece una contradicción necesaria con su moral; lo que Séneca siempre rechazó no fueron las riquezas en sí mismas, sino el considerarlas como último fin de la vida y, en especial, el apego del ánimo respecto de ellas. En este sentido, la prédica de Séneca no va contra la posesión de riquezas, sino a favor del desprendimiento y la austeridad. Se puede igual- mente ser desprendido y austero teniendo millones como no teniendo nada, como se puede también tener apego a los bienes terrenos y ser un avariento con posesiones mínimas.
Una cuestión muy debatida entre los estudiosos del pensamiento senequista es la de hasta qué punto responde a la doctrina estoica. Hay diversas opiniones, pero la más aceptada parece ser la de que a Séneca hay que incluirle en el estoicismo, si bien con un amplio margen de flexibilidad, pues no le gusta ceñirse a principios filosóficos firmes e inamovibles. Aunque muchos han querido ver en él un ecléctico, su campo propio de meditación es el de un estoicismo próximo a Posidonio o Filón de Larisa. Por otro lado, estas indecisiones a la hora de clasificarle provienen en parte de su propia labilidad en cuestiones filosóficas trascendentales, como son las ontológicas o las físicas. Es, sobre todo, un moralista, y después de aceptar la división estoica de la filosofía -ética, física y lógica, frente a la de los peripatéticos, epicúreos y cínicos, su definición de la filosofía está en la orientación eticista de considerarla como un camino a la sabiduría. En Séneca se da una perfecta conexión entre filosofía y virtud.
Por ello creo que habló con gran acierto Epicuro cuando dijo: «Puede el malhechor esconderse, pero no puede tener la certeza», o si lo crees mejor, este pensamiento puede exponerse de la siguiente manera: «Permanecer oculto no sirve de nada al malhechor, porque aunque consiga encontrar un buen escondite, le falta confianza». Así es realmente: el que comete un delito puede estar libre de peligro, [pero no de temores]. No creo que este pensamiento, así explicado, se contradiga con los principios de nuestra escuela. ¿Por qué? Porque la primera y mayor pena del pecador es haber pecado, y ningún delito queda sin castigo aunque la fortuna lo adorne con sus presentes, lo defienda y lo proteja, porque la pena del delito es el delito mismo. No obstante, a esta pena le siguen otras: el miedo constante, los sobresaltos y la desconfianza en su propia seguridad. ¿Por qué librar a la maldad de este suplicio? ¿Por qué no dejarla en esta amenaza perpetua? […] Mal andarían las cosas para nosotros si, siendo muchos los crímenes que escapan a las leyes de los jueces y a los castigos señalados en los códigos, esos crímenes no fuesen castigados en el acto con los duros castigos que impone la naturaleza y si el lugar del castigo no fuese ocupado por el temor.
Séneca, Cartas a Lucilio, XVI, 97
A pesar de esta defensa del estoicismo, Séneca no es un estoico más. Se separa de ellos en la poca atención que suele prestar a la lógica y otras Cuestiones relacionadas con ella: la dialéctica, la gramática, la geometría y la música, a las que considera pussilla et puerilia. Sobre sus múltiples contradicciones e inconsistencias antropológicas, ontológicas y teológicas, se levanta lo más propio y característico de la doctrina senequista, aquello que le ha dado fama universal: su moral. Como ya decíamos antes, el único fin de la filosofía es la sabiduría, la cual, a su vez, consiste en la felicidad. Sabiduría y felicidad se identifican a través de su objetivo común: el Sumo Bien. Este representa una actitud personal ante la vida mediante la cual se garantiza la concordia del ánimo.
Esa concordia del ánimo se produce mediante una especie de indiferencia ante los bienes temporales de esta vida, que son siempre efímeros y mezquinos. Los placeres, las riquezas, los honores, incluso hasta la vida y la muerte, son cosas cuyo control está fuera de nuestro alcance y ante los cuales debemos, por tanto, permanecer indiferentes. El sabio debe obrar siempre virtuosamente, pues el Sumo Bien -pro- ducto de la virtud- es lo que nunca se pierde. «Hay algo invencible -dice-; el género humano tiene algo contra lo cual nada puede la suerte. Ese algo es la virtud.» Aunque el sabio debe ser indiferente a los placeres, riquezas, dignidades, etc., no quiere decir que no pueda poseer- las, sino que debe poseerlas con desprendimiento y desapego, de forma que no le esclavicen o dominen; si alguien debe dominar en esa relación es el sabio a las riquezas, no las riquezas al sabio.
La misma actitud debe mantener ante el dolor y las desgracias; nunca deprimirse o dejarse afectar por ellas, sino permanecer con la misma indiferencia que ante los bienes materiales y temporales, pues tampoco está en su mano controlar los infortunios. En algún momento habla de someterse a la voluntad divina sin cambiar -o intentar cambiar-, lo que no depende de nosotros.
El Sumo Bien, ese estado de indiferencia ante la ventura o la desventura, es una consecuencia de la práctica de la virtud. Ahora bien, ¿Cómo se consigue esa virtud? Séneca no es muy explícito, pero hay una norma que repite incesantemente a la que hay que atenerse y que consiste en conducirnos siempre conforme a la Naturaleza y a la razón, «Llamo bienaventurada a la vida conforme a la Naturaleza», dice. Si seguimos o no a la Naturaleza nos lo dicta la buena conciencia, que es, sin duda, el mejor testimonio de nuestra virtud. Naturalmente, esa virtud debe tener el fin en sí misma, y nunca en la utilidad o placer que proporciona: Virtus ipsius praetium. La mejor recompensa de la virtud es ella misma, como el mejor fruto de una obra bien hecha es también el haberla hecho. Una vez que hemos emprendido el camino de la virtud, ella misma se fortalece y nos hace capaces de afrontar las decisiones más difíciles. El hombre que, por la práctica de la virtud, ha llegado a un estado de total conformidad con la Naturaleza es el verdadero «sabio» en el sentido senequista del término.
Esta exaltación de la Naturaleza es la que lleva a Séneca a compartir el ideal cosmopolita de los estoicos. La identidad de naturaleza une a todos los hombres en una misma comunidad. Por eso, el sabio no está sujeto a ninguna nación, ya que su patria es el mundo. Patriam meam esse mundum sciam, dice. En ello hay razones históricas, como es la superación de la ciudad como unidad política. Los estoicos no se limitan a considerar el Imperio romano como límite de la convivencia humana, sino que la extienden al mundo entero, con lo cual su doctrina adquiere un carácter cosmopolita y una trascendencia universal que le da renovado valor. De lo contrario, hubiera permanecido como una formación ideológica al servicio de un ideal político, perdiendo parte de su valor humano trascendente.
En el plano ontológico considera el mundo como un todo unido por la razón, que dirige los acontecimientos como una a inteligente y a la vez como un destino necesario. Séneca oscila mite el monismo y el teísmo. Para referirse al fondo de la totalidad unida usa los nombres de «naturaleza», «mundo», «hado» y «providencia». Desde su punto de vista la naturaleza es Dios, pues la razón divina va inherente al a cada una de sus partes. Dios mora en el cuerpo de todos y cada uno de los hombres. La actividad fundamental del hombre ha de ser afirmar su autonomía; el hombre tiene que aceptar de antemano el destino, de modo que este se convierta en algo propio y no sea una realidad hostil. El principal obstáculo para la felicidad es la inmersión del hombre en las cosas externas. Las consideraciones dedicadas a los usos sociales, como por ejemplo los espectáculos crueles, contienen una crítica de la época
A través de esta vida mortal, nos preparamos para esa otra vida mejor y más larga. Así como el útero materno nos alberga durante nueve meses y nos prepara no para si, sino para aquel lugar al que nos mandará cuando parezca que somos ya capaces de respirar y resistir al aire libre, así también a través de este período que se extiende desde la infancia hasta la vejez maduramos para otro alumbramiento. Nos aguarda otro nacimiento, otra condición. No podemos soportar aún la vista cielo, a no ser de lejos. Contempla, pues, intrépido, esa hora decisiva no es la última para el alma, sino para el cuerpo. Contempla todo lo que tienes a tu alrededor como el mobiliario de un lugar que te hospeda hay que ir más allá. La naturaleza desnuda por igual al que sale de la vida y al que entra. No puedes llevarte más de cuanto trajiste al nacer, y debes dejar incluso gran parte de lo que te ha acompañado durante la vida: te será quitada la piel, el más superficial de los envoltorios; te será quitada la carne y la sangre que corre y circula por todo el cuerpo; te serán quitados los huesos y los músculos, que sostienen las partes blandas y líquidas. Este día que temes como el último es el del nacimiento a la eternidad. Deja tu carga ¿por qué dudas, como si no hubieses nacido dejando el cuerpo en el que estabas escondido? Te aferras, resistes: también entonces fuiste expulsado con un gran esfuerzo de tu madre. Gimes, te lamentas: también ese llanto es propio del que está naciendo, pero entonces había que perdonártelo: habías venido al mundo ignorante e inexperto. Al salir del cálido y blando refugio del vientre materno, te envolvió el soplo del aire libre, luego recibiste el toque de una mano demasiado dura y, tierno aún y sin ninguna experiencia, te quedaste atónito en un mundo desconocido; ahora, en cambio, no es algo nuevo para ti separarte de aquello de lo que antes fuiste parte; abandona serenamente estos miembros ya inútiles y deja este cuerpo tanto tiempo habitado. Será despedazado, sepultado, destruido: ¿por qué te entristeces? Siempre ocurre así: siempre se destruye el envoltorio del recién nacido. ¿Por qué amas estas cosas como si te pertenecieran? Tan sólo te han recubierto: vendrá el día que te liberará de la convivencia con ese vientre maloliente y horrible.
Séneca, Cartas a Lucilio, XVII, 102
Cobra, sobre todo, especial relieve el concepto de voluntad en Séneca, porque pone en evidencia una facultad distinta de la razón, superando en parte el intelectualismo ético de los griegos, es decir, la convicción de que basta conocer el bien para practicarlo.
En cuanto a la acción humana, Séneca otorgó la máxima importancia a la dimensión moral interior, y negó todo valor a las diferencias sociales y políticas de los hombres: todos los hombres son iguales en cuanto tales. No hay ningún filósofo estoico que se opusiera más que él a la esclavitud y exaltara el amor y la fraternidad entre los hombres. Voluntad. Fue sobre todo Séneca quien situó en primer plano este concepto, que no tiene una correspondencia exacta en la filosofía griega. Max Pohlenz, uno de los mejores estudiosos del estoicismo, nos da la explicación más profunda: «La voluntad tiene para los griegos un significado distinto y mucho más restringido, hasta el punto de pasar a un segundo plano no sólo en Sócrates, sino en toda la filosofía griega. […] Al decir «voluntad» nosotros pensamos en una función psíquica distinta tanto del entendimiento como del sentimiento, y la consideramos independiente también del objeto al que se dirige. Hablamos, por ejemplo, de «fuerza de voluntad» y de un «hombre volitivo», sin dar ninguna explicación sobre la dirección de esta voluntad. Es absolutamente imposible traducir esta palabra al griego. […] La mentalidad griega no percibe la necesidad de un querer independiente del entendimiento».
Las reflexiones de Séneca abordan también la caducidad de la vida y la muerte. Afirma que el hombre ha de aprender a vivir y a morir durante toda la vida. Cree que el sufrimiento en sí mismo no es un mal, sino que, para el bueno, constituye una prueba, a fin de que él pueda fortalecerse en superación del mal. El sabio puede vencer sobre las pasiones con la fuerza de la razón. El filósofo cordobés se enfrenta a la muerte con la consideración de que si el mal es insufrible, no durará mucho; pero contempla también la posibilidad del suicidio (cada vena del propio cuerpo es un camino para la libertad), aunque añade que el sabio no debe huir de la vida, sino salir de ella serenamente.
Séneca influyó en la filosofía a lo largo de toda la Edad Media, primeramente en los españoles Columela, M. F. Quintiliano, Calcidio y San Martin de Braga. Más tarde, a principios de la época moderna fue considerado un modelo humanista y su filosofía ha influido en grandes filósofos como Descartes y Kant, Spengler y Schopenhauer.
«Soy un hombre, y nada de lo humano juzgo ajeno a mí» : Vivimos bajo una bóveda de cochambre y corrupción que no se cae justamente porque los compactos materiales de mierda pura con los que la hemos construido se sostienen los unos a los otros de una manera, inquietantemente, cada vez más poderosa.
Let’s be careful out there