Te busqué por la duda:
no te encontraba nunca.
Me fui a tu encuentro por el dolor.
Tú no venías por allí.
Me metí en lo más hondo por ver si, al fin, estabas.
Por la angustia, desgarradora, hiriéndome.
Tú no surgías nunca de la herida. Y nadie me hizo señas
—un jardín o tus labios, con árboles, con besos—;
nadie me dijo —por eso te perdí—
que tú ibas por las últimas
terrazas de la risa,
del gozo, de lo cierto.
Que a ti se te encontraba
en las cimas del beso sin duda y sin mañana.
En el vértice puro de la alegría alta, multiplicando júbilos
por júbilos, por risas,
por placeres.
Apuntando en el aire las cifras fabulosas,
sin peso, de tu dicha.
Pedro Salinas,Poesías completas
La Teoría de la Literatura es el conocimiento científico, conceptual y sistemático, de los materiales literarios, es decir, la ciencia categorial constitutiva y constituyente de los materiales literarios: autor, obra, lector e intérprete o transductor. Desde la Crítica de la razón literaria se considera que la filosofía es un modo de relacionar, desde conocimientos científicos o acientíficos, las ideas de que se dispone y con las que se actúa. No hay más secretos.
Al leer el primer verso, «Te busqué por la duda», no sabemos quién es el tú buscado ni a qué hace referencia esa búsqueda por ese camino insólito. Lentamente se irán dibujando unas repeticiones que permitirán ver la trabazón del poema, la interrelación de las ideas. Como iremos constatando, no hay un camino único para comentar un texto, habrá que adaptar un método a las características que cada uno de ellos tenga. Pero sí nos podemos apoyar en unos rasgos que aparecen en los textos y que nos ayudan a aprehenderlos; uno de ellos es la repetición. En este texto, hasta el verso 19 vemos tres veces repetida la búsqueda inicial. A partir de entonces, el esquema será otro. «Te busqué» es equivalente a «Me fui a tu encuentro» (v. 3) y a «Me metí en lo más hondo / por ver si, al fin, estabas» (vv. 6-7). El yo —el poeta— buscaba al tú. El camino es también triple: «por la duda», «por el dolor», «Por la angustia, / desgarradora, hiriéndome». El resultado se formula las tres veces con la negación: «no te encontraba nunca» (v. 2); «Tú no venías por allí» (v. 5), «Tú no surgías nunca de la herida» (v. 10). La repetición ha permitido ver como una unidad esos primeros diez versos. Si nos dedicamos a «ver» las repeticiones, se dibujará una estructura bimembre —formulada por dos elementos— a partir de ahora. Nadie le advierte al poeta de su error y lo dice dos veces: «Y nadie me hizo señas […], nadie me dijo.» Y los términos que precisan ese nadie también son dos: «un jardín o tus labios», y las señas que utilizarían: «con árboles, con besos», que se corresponden con los términos indicados. También repite dos veces aquello de lo que le tenían que advertir: «que tú ibas…», «que a ti se te encontraba…». Y el error del poeta se pone de manifiesto a través de la interrelación de los elementos, porque por donde ella iba era «por las últimas / terrazas de la risa, / del gozo, de lo cierto». Y tenemos que asociar estos tres elementos con los tres lugares por donde vanamente la buscaba: «por la duda», «por el dolor», «por la angustia, / desgarradora». Vemos cómo se oponen, cómo «lo cierto» es lo antitético de «por la duda», y aunque no es posible establecer una correlación exacta entre los otros elementos, es evidente la antítesis entre «risa» y «gozo», y «dolor» y «angustia». Si no encuentra a la amada es porque su sendero era erróneo; en lugar de buscarla por la alegría, la quería encontrar por el dolor. El resto del poema encadena otra vez con estructuras bimembres nuevos elementos que refuerzan la vivencia gozosa existencial de la amada: 1) 2) 1) 2) en las cimas del beso sin duda y sin mañana en el vértice puro multiplicando júbilos por júbilos, por risas, por placeres apuntando en el aire… El texto se aprehende, pues, al concebirlo como una unidad. Así se dibuja en él el entrelazado de las ideas, se ve la construcción que lo organiza.
El amor como una fuerza trágica y radical, como un salto al vacío, como una adicción. Tan intenso, tan apasionado como el más exigente ideal político, como una lucha que nos convierte en disidentes de nosotros mismos, en seres enfrentados a la sociedad con una idea, con un enamoramiento por bandera, con nuestros sentimientos como fuente y origen de toda rebelión.
También, aunque desde una exquisitez y sensibilidad diferentes y en el desarrollo de una prosa irrepetible, propia de la mirada personal inconfundible que poseen los verdaderos creadores, Pascal Quignard nos sumerge en Vida secreta , en la historia de un amor oculto, absorbente, acuciante y arrasador contado en primera persona que, como retazos de un rompecabezas hecho de recuerdos, se nos muestra a través de evocaciones de su protagonista con una insólita, lírica, brillante prosa narrada magistralmente y entreverada de reflexiones sobre la verdadera naturaleza de la pasión. Porque, como el autor afirma: “La vida de cada uno de nosotros no es una tentativa de amar. Es el único intento”.
Cuando los libros son bellos, derriban no sólo las defensas del alma, sino todas las fortificaciones del pensamiento, que de pronto se ve sorprendido», y «El amor abrió de pronto lo incomunicable como una llave». Vie secréte de Pascal Quignard es una lectura obligada, porque es una obra que cambia profundamente a su lector y habla al alma. Sin duda largamente retenida, de principio a fin conmovedora, luminosa y sombría, es el libro más bello de un escritor inmenso. Este grueso volumen, cuyo autor ha sido conocido hasta ahora por su amor a las formas breves, no es ni una narración, ni un tratado, ni una novela – en la portada no se menciona ningún género. «Tuve que abandonar todos los géneros. Tuve que renunciar a todas las semillas de la pose una por una. Tuve que movilizar, aprovechar y mezclar todos los virus retóricos y agotarlos como caballos de posta. Tuve que desarrollar una forma intensificadora, inherente, omnígena, escisípara, cortocircuitadora, ekstatikos (persona que se queda parada de asombro o de emoción.), intrépida, furchtlos»( valiente)
En el fondo, quienes llevamos leyendo de manera obsesiva desde hace 50 años, supimos discernir que el triunfo del modernismo, el vértigo ebrio de la precipitación, sólo duraría un tiempo, y que pasaría; y que la protesta superficial y retrógrada que, a falta de un término mejor, se ha dado en llamar posmodernismo también sería efímera. Quizá estemos viviendo un momento crucial: uno en el que la sociedad ya no pide a sus pensadores, artistas y escritores que creen constantemente algo «nuevo», aunque sea en forma de un «déjà dit» evocador, irónico o melancólico, que añadan riadas de imágenes nuevas, que retuerzan pensamientos y frases para demostrar su originalidad. Pero trabajar con sinceridad, libertad y audacia para abordar y expresar el enigma de lo que somos. En este sentido, Vida secreta podría sonar no como el manifiesto de una nueva escuela que nadie necesita – es un libro solitario – sino como un desafío a la tradición del modernismo. No una vuelta atrás, no un regreso: una escisión, una secesión.
¿Qué es La vida secreta?, entonces; La novela de un pensamiento. Un hombre ama a una mujer; está abrumado por ello; intenta comprender lo que significa este amor; intenta dar forma y sentido a lo que está, por su propia naturaleza, más allá del orden del pensamiento. A lo que es pasión, deseo, miedo, flujo orgánico, sueño, caos, tensión, caída, llamada. El dos en uno, el uno en el otro, la unión y la brecha. Pero no se puede pensar en el amor en términos de conceptos universales, generales, salvo para esparcir las piezas dispersas y muertas sobre una mesa de disección. Hablar de amor, como siempre han hecho los filósofos, es abandonarse a la abstracción y a la retórica, y aplastar la asocialidad del amor bajo las convenciones sociales del lenguaje.
La despedida, en Qiugnard, es sin tristeza. La despedida es la separación que se produce (…) La inminencia no es feliz ni infeliz; es el punto extático de la dislocación», escribe Quignard. También escribe, con una precisión y una sencillez abrumadoras: «¿Qué es de las cosas después de la despedida? Se convierten en el paso del tiempo: «Hay que aceptarlo: la maravillosa despedida es una de las mayores alegrías de este mundo. Allí donde el deseo está fascinado, no está exactamente el mundo ni la realidad. La impresión de realidad que surge entonces es casi milagrosa y completamente negra». Es una epifanía. Es el lirismo mismo. En este punto, en esta luz del nunca más, de la última vez, Quignard está infinitamente cerca de mí. Porque la despedida, más que un sentimiento, es más bien una luz, y la más brillante, sobre un fondo de mortalidad: «Es la despedida la esencia de la belleza. Si este fondo tiene una luz, la despedida también la tiene. La luz de las once. Podríamos pensar en Rilke y su amor por la cosa efímera, celebrada, glorificada en su inmanencia, en la epifanía que la hace visible-invisible, léase estas líneas de la Novena elegía:
Une fois chaque chose, seulement une fois.
Une fois et jamais plus. Et nous aussi
une fois. Jamais plus.
Mais ceci, avoir été une fois – même si ce ne fut qu’une fois –
avoir été de cette terre, cela semble irrévocable.»
«Una vez cada cosa, sólo una vez.
Una vez y nunca más. Y nosotros también
una vez. Nunca más.
Pero esto, haber sido una vez – aunque sólo fuera una vez –
haber sido de esta tierra, eso parece irrevocable».
Rainer Maria Rilke, Novena elegía
Se puede pensar, también, en Walter Benjamín, en lo que intenta pensar bajo el nombre de «aura», el aura como «apariencia única», deslumbrante sobre el fondo de su pérdida. Las manos de Rilke habían «jurado no sostener jamás». El ángel de Benjamín se dirige al que «ofrece y se va con las manos vacías». Quignard escribe esto en la última página de su libro: «¿Los pintores? Espinacas de cartón verde. ¿Los músicos? Cajas negras y brillantes. ¿Los escritores? Manos vacías.
Let’s be careful out there