Los Emisarios que tocan a tu puerta, tú mismo los llamaste y no lo sabes
AL-mutamar-Ibn Al Fars, Escritos
En las Saturnales de Macrobio, uno de los personajes que participan en el banquete le atribuye a los egipcios la creencia de que en el nacimiento de todos los hombres presiden cuatro divinidades: Daimon, Tyche, Eros, Ananke (el Demonio, la Suerte, el Amor y la Necesidad). «Los egipcios vinculan el significado del caduceo con la generación de los hombres que se llama génesis, recordando que cuatro dioses asisten como garantes del nacimiento de un hombre: el Demonio, la Suerte, el Amor y la Necesidad. Creen que los dos primeros son el sol y la luna, porque el sol, del que provienen el espíritu, el calor y la luz, es padre y custodio de la vida humana y por ello se lo considera Demonio, es decir dios, de lo que nace, mientras que Tyche es la luna porque se encarga de los cuerpos que están sujetos a cambios fortuitos. El Amor está simbolizado por el beso, la Necesidad por un nudo» (Sat. 1, 19).
La vida de cada hombre debe pagarle un tributo a estas cuatro divinidades, sin tratar de evitarlas o engañarlas. A Daimon, porque le debe su propio carácter y su propia naturaleza; a Eros, porque de él dependen la fecundidad y el conocimiento; a Tyche y a Ananke, porque el arte de vivir también consiste en someterse en la justa medida a lo que no se puede evitar de ninguna manera. El modo en el que cada uno se mantiene en contacto con estas potencias define su ética.
Sirva este breve texto de reflexiva introducción al articulo publicado por Giorgio Agamben, ( el mayor pensador europeo vivo, con el que siempre estaré en deuda intelectual), el pasado 20 de Mayo bajo el título, Europa o la impostura, de lectura obligada para todo aquel que todavía no haya clausurado su cerebro, conserve un mínimo de interés y respeto intelectual por si mismo, se preocupe por el lugar que ocupa en el mundo, se pregunte qué cojones celebran el» pro-nazi » criminal vendepatrias Zelenski y el Canciller Scholz en Normandía, y por qué no deja de mover la cabeza de un lado a otro, como si fuese el asno de buridán, entre toda la cochambrosa propaganda que lo rodea, y no reacciona de una puta vez ante todo lo que se nos viene encima.
Es probable que muy pocos de los que se preparan para votar en las elecciones europeas se hayan preguntado por el significado político de su gesto. Al estar llamados a elegir un «parlamento europeo» no especificado, pueden creer más o menos de buena fe que están haciendo algo que corresponde a la elección de los parlamentos de los países de los que son ciudadanos. Es importante aclarar de inmediato que este no es el caso en absoluto.
El pastor bobo guarda las caretas.
Las caretas
de los pordioseros y de los poetas
que matan a las gipaetas
cuando vuelan por las aguas quietas.
Careta
de los niños que usan la puñeta
y se pudren debajo de una seta.
Caretas
de las águilas con muletas.
Cuando hoy hablamos de Europa, lo más importante que se elimina es, ante todo, la realidad política y jurídica de la propia Unión Europea. Que se trata de una represión real se desprende del hecho de que evitamos por todos los medios traer a la conciencia una verdad que es tan embarazosa como evidente. Me refiero al hecho de que desde el punto de vista del derecho constitucional, Europa no existe: lo que llamamos la «Unión Europea» es técnicamente un pacto entre Estados, que se refiere exclusivamente al derecho internacional. El Tratado de Maastricht, que entró en vigor en 1993 y que dio su forma actual a la Unión Europea, es la sanción definitiva de la identidad europea como mero acuerdo intergubernamental entre estados. Conscientes de que hablar de democracia en relación con Europa no tenía sentido, los funcionarios de la Unión Europea intentaron colmar este déficit democrático redactando el proyecto de la llamada Constitución europea.
Careta de la careta
que era de yeso de Creta
y se puso de harinita color violeta
en el asesinato de Julieta.
Adivina. Adivinilla. Adivineta
de un teatro sin lunetas
y un cielo lleno de sillas
con el hueco de una careta.
Balad, balad, balad, caretas.
Es significativo que el texto que lleva este nombre, elaborado por comisiones de burócratas sin ninguna base popular y aprobado por una conferencia intergubernamental en 2004, cuando fue sometido a votación popular, como en Francia y Holanda en 2005, fuera sensacionalmente rechazado . Ante el fracaso de la aprobación popular, que efectivamente anuló la llamada Constitución, el proyecto fue tácitamente -y tal vez deberíamos decir vergonzosamente- abandonado y reemplazado por un nuevo tratado internacional, el llamado Tratado de Lisboa de 2007. Naturalmente, desde el punto de vista jurídico, este documento no es una constitución, sino una vez más un acuerdo entre gobiernos cuya única coherencia se refiere al derecho internacional y que, por tanto, hemos tenido cuidado de no someter a la aprobación popular. No sorprende, por tanto, que el llamado Parlamento Europeo que se está eligiendo no sea, en realidad, un parlamento, porque carece del poder de proponer leyes, que está enteramente en manos de la Comisión Europea.
Unos años antes, el problema de la Constitución europea había suscitado un debate entre un jurista alemán cuya competencia nadie podía dudar, Dieter Grimm, y Jürgen Habermas, quien, como la mayoría de los que se llaman a sí mismos filósofos, estaba completamente carente de una cultura jurídica. Frente a Habermas, que pensaba que en última instancia podía basar la constitución en la opinión pública, Dieter Grimm tuvo buena mano para mantener la imposibilidad de una constitución por la sencilla razón de que no existía un pueblo europeo y, por lo tanto, algo así como un poder constituyente carecía de todas las bases posibles. Si es cierto que el poder establecido presupone un poder constituyente, la idea de un poder constituyente europeo es la gran ausente en los discursos sobre Europa.
Por tanto, desde el punto de vista de su supuesta Constitución, la Unión Europea no tiene legitimidad. Por tanto, es perfectamente comprensible que una entidad política sin una constitución legítima no pueda expresar su propia política. La única apariencia de unidad se logra cuando Europa actúa como vasallo de Estados Unidos, participando en guerras que de ninguna manera corresponden a intereses comunes y menos aún a la voluntad popular. La Unión Europea actúa hoy como una rama de la OTAN (que es en sí misma un acuerdo militar entre estados).
Los caballos se comen la seta
y se pudren bajo la veleta.
Las águilas usan la puñeta
y se llenan de fango bajo el cometa,
y el cometa devora la gipaeta
que rayaba el pecho del poeta.
¡Balad, balad, balad, caretas!
Por eso, retomando no demasiado irónicamente la fórmula que Marx utilizó para el comunismo, se podría decir que la idea de un poder constituyente europeo es el espectro que acecha hoy a Europa y que nadie se atreve hoy a evocar. Sin embargo, sólo un poder constituyente de este tipo podría devolver legitimidad y realidad a las instituciones europeas, que – si un impostor es, según los diccionarios, «el que obliga a otros a creer cosas ajenas a la verdad y a actuar según esa credulidad» – actualmente no son más que que una «impostura».
Otra idea de Europa sólo será posible cuando hayamos eliminado esta impostura. Para decirlo sin pretensiones ni reservas: si realmente queremos pensar en una Europa política, lo primero que debemos hacer es quitar del camino a la Unión Europea, o al menos, estar preparados para el momento en que, como parece ahora inminente, se derrumbe.
Europa se arranca las tetas,
Asia se queda sin lunetas
y América es un cocodrilo
que no necesita careta.
La musiquilla, la musiqueta
de las púas heridas y la limeta.
MásEuropatuvotoeslarespuestamarcaelrumbolavozdeGalizaenEuropa.
Let’s be careful out there