Durante tres décadas, Milo Djukanovic convirtió Montenegro en un narco-Estado con la complicidad de Bruselas, Washington y Londres. Su caída no significó la liberación de un país, sino la advertencia de una Europa sin proyecto, incapaz de confiar en sí misma.

Europa, tan convencida de haber dejado atrás la violencia de sus viejos demonios, convivió durante más de treinta años con una figura que parecía menor y sin embargo revelaba en sí misma la entraña del tiempo presente: Milo Djukanovic, patriarca de Montenegro, último dictador del continente. No fue el caudillo de uniforme que arrastra multitudes, ni el orador inflamado de plaza pública, ni el guapo de cara al frente de una monarquía platanera del sur de Europa, sino el gestor implacable de un Estado transformado en patrimonio familiar, el contador paciente de un narco-Estado legalizado.

El engranaje estaba diseñado con precisión. El Prva Banka, bajo la dirección de Aleksandar Djukanovic, se convirtió en el alambique donde se blanqueaban las fortunas de Darko Saric, jefe del cartel montenegrino, caudales que alcanzaban cifras cercanas a los mil millones anuales y que, tras partir de los puertos latinoamericanos, encontraban acomodo en discretas cuentas europeas, todo ello bajo la protección oficial del propio Estado1. En marzo de 2014, Saric fue entregado a Serbia. Y aquel gesto, que algunos quisieron leer como justicia, fue en realidad el sacrificio frío de una pieza en un tablero de ajedrez: Djukanovic lo entregaba como ofrenda calculada para asegurar la alianza con Aleksandar Vucic, que días más tarde se alzaba con la jefatura del gobierno en Belgrado2.

Los episodios del narcotráfico mostraban hasta qué punto el país entero era ya una infraestructura del crimen. En marzo de 2020, el buque Aressa, con bandera de Camerún y tripulación montenegrina, fue interceptado en Aruba transportando 5,5 toneladas de cocaína procedentes de Venezuela3. Apenas un año antes, en junio de 2019, el MSC Gayane, con bandera liberiana, había atracado en Filadelfia con 20 toneladas de droga, la mayor incautación en la historia de la costa este estadounidense; la tripulación, una vez más, era montenegrina4. No eran accidentes, sino expresión normalizada de un Estado cuya geografía marítima y cuya flota se habían convertido en pieza indispensable del tráfico global.

Mientras todo esto ocurría, Bruselas seguía tramitando la candidatura de Montenegro a la Unión Europea, la OTAN le abría sus puertas en 2017, y el Departamento de Estado junto con el Foreign Office otorgaban su bendición tácita. No hubo ingenuidad: hubo complicidad. Djukanovic era útil porque garantizaba el caos administrado, el crimen bajo control, la circulación de capitales ilícitos hacia bancos occidentales.

El 30 de agosto de 2020, las urnas quebraron la fachada. Djukanovic perdió las elecciones y lo que emergió no fue la transparencia democrática, sino la guerra de clanes. Los Kavachi y los Shkalyars, herederos divididos de un mismo cartel, comenzaron a disputarse rutas y botín: coches bomba en Belgrado, ajustes de cuentas en Valencia, cadáveres que aparecían como mensajes cifrados en la trama del hampa5. Lo que el dictador había presentado como estabilidad se reveló como monopolio de la violencia. Y al caer él, el caos quedó sin dueño.

La pregunta que entonces recorrió los pasillos de Londres y de Washington es de una simplicidad desgarradora: ¿qué ocurriría si Rusia, en lugar de contemplar las ruinas asomada al balcón, ofreciera un principio de orden en los Balcanes? Porque no seamos incautos, el temor anglosajón no es al despliegue de tanques, ni a la anexión territorial, sino a la posibilidad de que Moscú logre imponer una disciplina que desbarate el gran mecanismo oculto que sostiene al sistema financiero global: la lavandería balcánica de capitales ilícitos, la circulación de narcodólares hacia Occidente.

El caso de Djukanovic, con su maraña de bancos, barcos y clanes, no es solo un episodio balcánico sino un síntoma de que Europa carece de proyecto. Ortega lo advirtió con su claridad proverbial: una civilización solo existe mientras se reconoce a sí misma como “proyecto sugestivo de vida en común”. Hoy Europa ya no se reconoce. Lo que en Ortega era advertencia se ha vuelto constatación histórica. Philippe de Villiers, apoyándose en archivos y documentos, sostiene que la Unión Europea no nació del sueño de los europeos, sino de una arquitectura burocrática urdida por fundaciones atlantistas bajo la tutela de Washington.

Por eso Djukanovic lejos de ser una anomalía es una caricatura, como Zelenski. Montenegro fue, en escala reducida, lo que Europa se ha convertido en su conjunto: un entramado en el que la política se confunde con la administración del crimen, la soberanía se entrega a la tutela, la libertad se diluye en reglamentos. Y mientras tanto, otra figura se levanta en paralelo: Recep Tayyip Erdogan, sostenido por la OTAN, cortejado por Bruselas, erigido en portavoz de un Gran Turán que ofrece a millones de musulmanes asentados en Europa un destino que el propio continente ya no se atreve a proponerse.

El fin de Djukanovic, lejos de ser una liberación, debería ser una advertencia. Europa, durante décadas, consintió la cleptocracia porque la consideraba menos peligrosa que la soberanía; toleró el crimen administrado porque lo juzgaba preferible al riesgo de libertad. Ahora, si tuviera el valor de mirarse en el espejo montenegrino, debería preguntarse si conserva aún fuerzas para ser sujeto de la historia o si ha resignado de manera definitiva a convertirse en objeto de maniobras ajenas. Ortega exigía fe en Europa. De Villiers nos recuerda que esa fe jamás existió. Y Montenegro nos demuestra, con la crudeza de sus toneladas de cocaína, de sus bancos familiares y de sus clanes enfrentados, que lo que desapareció no fue un dictador sino la confianza del continente en sí mismo. A la deriva. Jóvenes Von der Leydens engendrando viejos Zelenskis

Bibliografía

  1. Véanse las investigaciones sobre el papel del Prva Banka en el blanqueo de capitales de Darko Saric, ampliamente documentadas en procesos judiciales en Serbia y Montenegro (2010-2015).
  2. En marzo de 2014, Saric fue arrestado y extraditado; pocos días después, Aleksandar Vucic consolidó su poder tras las elecciones legislativas en Serbia.
  3. Incautación de 5,5 toneladas de cocaína en el Aressa, interceptado en Aruba, marzo de 2020.
  4. Incautación récord en Filadelfia, junio de 2019: 20 toneladas de cocaína a bordo del MSC Gayane, con varios marineros montenegrinos implicados.
  5. Episodios de violencia ligados a la guerra de clanes Kavachi y Shkalyars, documentados en prensa balcánica entre 2018 y 2020.
  6. Ortega y Gasset, La rebelión de las masas (1930).
  7. Philippe de Villiers, J’ai tiré sur le fil du mensonge et tout est venu (2019), donde documenta el origen atlantista de la construcción europea.

Ramónacrobata
Filósofo de formación, escritor por necesidad y ciclista por amor a la pendiente. Escribo desde una tensión que no cesa de reaparecer: cómo resistir desde la forma, cómo sostener sentido cuando el mundo se fractura. En el corazón de mi trabajo —articulado a través del dispositivo hermenéutico ZIA— habita la idea del deporte como Weltstammräumung: gesto que despeja, cuerpo que restituye, escritura que no huye.
(Neologismo de raíz alemana que alude al acto de desalojar el ruido del mundo para recuperar un espacio originario donde la forma aún tiene sentido.)

Let`s be careful out there