La elegancia literaria no es el arabesco que traza una mano diestra, sino la tangente ineludible a una multiplicidad de curvas mutiladas.

Nicolás Gómez Dávila, Escolios a un texto implícito.

Il Maestro parla e sente il mio dolore pulsare nel palmo della mano. Alla noia della vecchiaia aggiungerà questa sera la pietà per ciò che di perfetto, in ogni giovinezza, ogni giorno va perduto.

El Maestro habla y siente mi dolor palpitar en la palma de su mano. Al aburrimiento de la vejez añadirá esta noche la piedad por cuanto, siendo perfecto, en toda juventud, se pierde todos los días

Alessandro Baricco, Abel

Carl Friedrich Abel (1723-1787) nació en Cöthen, justo el año en que Johann Sebastian Bach dejaba la maestría de capilla de la corte en donde su padre, Christian Ferdinand Abel, era violonchelista y violagambista. Las relaciones entre las dos familias fueron muy estrechas, pero en cualquier caso, muerto el padre en 1737, Carl Friedrich se trasladó a Leipzig para continuar su formación junto a Bach, lo que significaba no sólo estudiar con el maestro sino convivir con él y su familia.

En 1743, el joven Abel es ya un intérprete famoso. Aquel año ingresa en la célebre Hofkapelle de Dresde, donde Bach había sido admitido como compositor de corte en 1736 y donde habría de coincidir también con el primogénito del maestro, Wilhelm Friedemann. En 1758, con una situación política ya explosiva (que provocaría la destrucción de la ciudad al año siguiente), Abel abandonó Dresde y pasó por Frankfurt, Mannheim y París antes de dirigirse a Londres, donde se instaló en 1759. En la capital británica se encuentra con otro Bach, Johann Christian, con quien organiza a partir de 1764 los primeros conciertos de suscripción pública de la historia, los Bach-Abel Concerts, que perduraron hasta la muerte de su socio en 1782. 

Ma invece andrà tutto liscio. Lilith.

Come lo sai?, le chiedo, sperando che lei mi dica Lo so e basta.

Lo so e basta, dice.

Mi piace tanto quando fa così. La osservo, vedendo che donna è riuscita a tirare fuori dalla ragazza che era – immagino abbia lavorato su pieni e vuoti, più che altro dell’anima un esercizio di pazienza. Ciascuno di noi ne ha fatto uno simile, penso, perché avevamo in dote la giovinezza e c’era da sbalzarne via il profilo di ciò che eravamo veramente. Se guardo Samuel, solenne, massiccio, lento, e come inanella parole contandole una ad una, neanche fossero monete. Se guardo Joshua, gli occhi scavati, il corpo forte e asciutto, le ferite, la risata senza vergogna, i capelli azzerati e le mani che tremano. Se guardo David, forte e bello, un padre per qualsiasi figlio, un compagno di strada per qualsiasi pellegrino. Se guardo me, la pelle scottata dal sole e gli abiti pieni di polvere. Allora penso come abbiamo disseppellito, scavando con le mani tra le dune del tempo, quanto era inevitabile di noi. Lo abbiamo separato da ciò che era solo giovinezza, abbozzo, digressione, ritardo, imperfezione. Tutti accidenti, avrebbe detto Aristotele. Lui è stato uno dei primi a immaginare che qualcosa di ultimo dimori in ogni cosa reale, quindi anche in noi – qualcosa di indivisibile e perfetto, un punto di necessità assoluta. Dove lui fu più sofisticato di altri fu nel chiamare quel punto sostanza – una parola che non c’era – ammettendo in qualche modo che quel punto non esisteva come esistono una mela, o i tuoni, o una mano, ma esisteva come mossa mentale, cioè era un luogo che non si poteva toccare ma si poteva pensare. Così organizzò l’intero mondo – salvandolo dal caos intorno alla fragilità di un pensiero. Cosa per cui non smetteremo, diceva il Maestro, di ringraziarlo maledirlo.

Alessandro Baricco, Abel

Pero, en cambio, todo irá como la seda. Lilith. ¿Cómo lo sabes?, le pregunto, esperando que me diga «Lo sé, y punto».

Lo sé, y punto, dice.

Me encanta cuando hace eso. La observo, viendo qué mujer consiguió sacar de la niña que era -imagino que trabajó con llenos y vacíos, sobre todo del alma-, un ejercicio de paciencia. Cada uno de nosotros hizo uno parecido, creo, porque teníamos la dote de la juventud y había que extraer de ella el perfil de lo que éramos realmente. Miro a Samuel, solemne, macizo, lento, y cómo va encadenando palabras contándolas una a una, como si fueran monedas. Miro a Joshua, los ojos hundidos, el cuerpo fuerte y enjuto, las heridas, la risa sin vergüenza, el pelo al cero y las manos que tiemblan. Miro a David, fuerte y guapo, un padre para cualquier hijo, un compañero de camino para cualquier peregrino. Me miro a mí, la piel quemada por el sol y la ropa llena de polvo. Entonces pienso en cómo hemos desenterrado, cavando con nuestras manos en las dunas del tiempo, lo que de nosotros era inevitable. Lo separamos de lo que solo era juventud, esbozo, digresión, retraso, imperfección. Todo «accidentes», habría dicho Aristóteles. Él fue uno de los primeros en imaginar lo que de último reside en cada cosa real, por tanto también en nosotros: algo indivisible y perfecto, un punto de necesidad absoluta. En lo que fue más sofisticado que los demás fue en llamar a ese punto «sustancia» -una palabra que no existía-, admitiendo de algún modo que ese punto no existía como pueden existir una manzana, o los truenos, o una mano, sino que existía como movimiento mental, es decir, era un lugar que no se podía tocar, pero que se podía pensar. Así que organizó el mundo entero -salvándolo del caos- en torno a la fragilidad de un pensamiento. Algo por lo que nunca cesaremos, decía el Maestro, de darle las gracias y maldecirlo.

El Manuscrito Drexel de Carl Friedrich Abel constituye el canto de cisne de la viola de gamba, proviene de los fondos musicales de la biblioteca del famoso pintor británico Thomas Gainsborough e incluye 29 piezas para viola sola, que nos dan una idea del estilo del músico: es música moderna, sin apenas trazos barrocos, aunque las enseñanzas de Bach aparezcan en una fuga soberbia, y  los Adagios, alguno bien conocido, apuntan al expresivo estilo empfindsamer.

Sin embargo, las nuevas formas de difusión y consumo musical que surgieron en la segunda mitad del siglo XVIII, como el concierto público o por suscripción, requerían lugares más amplios y barrieron de la escena musical a instrumentos como el laúd, el clave o la viola da gamba por su escasa sonoridad. No deja de ser curioso que un compositor que escribió uno de los últimos capítulos para uno de esos instrumentos se encontrara en el ojo del huracán –la ciudad de Londres– de este cambio sociológico y cultural.

La fama que Carl Friedrich Abel disfrutó en vida no tuvo continuidad en los dos siglos transcurridos desde su muerte. En su tiempo, tanto sus extraordinarias cualidades como intérprete de la viola da gamba como el nivel de sus composiciones fueron celebradas en toda Europa, e Incluso un prodigio de la talla de Mozart se benefició de las enseñanzas de Abel

Todo esto era bien sabido por personalidades de la época como Charles Burney, J. F. Reichardt o Goethe, y afortunadamente ahora, en el siglo XXI, Paolo Pandolfo recoge el testigo y nos ofrece un brillante recital de la música siempre inventiva de Abel, que incluye preludios, adagios y diversas formas de danza.

Il primo che sfilò il sesso dalle braghe non dovette penare per trovare due gambe aperte. In un ultimo sprazzo di lucidità misero sentinelle all’inizio e alla fine del villaggio, per poi disperdersi tra strade e giargdini, nel saccheggio più assurdo che avessero mai conosciuto. Morsero Magdalena me un frutto maturo, perdendo il filo delle cose, sopraffatti dall’abbondanza e dall’odore di sesso. Per due ore il villaggio fu un ventre molle da sfondare, pane offerto da mordere, un corpo sdraiato che aspettava. Al rintocco del mezzogiorno, il primo di loro a morire lo fece in un vicolo dietro la chiesa, un proiettile in mezzo agli occhi. Il secondo stava aprendo un portone, il proiettile entrò dalla nuca e gli uscì dalla bocca. Il terzo stava scopando, il quarto cercando l’ombra, il quinto si era sdraiato su un letto, il sesto cercava un amico per fargli vedere, il settimo si stava trascinando per la via principale una madonna di alabastro. Cadevano solitari, colpiti in fronte o alla nuca, senza il tempo di lamentarsi o chiedere aiuto, passavano dalla vita alla morte per la via più breve. Quando cadde l’undicesimo, qualcosa si inceppò nel meccanismo della loro incoscienza. Iniziarono allora a cercarsi l’un l’altro, perché la solitudine sembrava portare sventura. Ragionarono. Ma nel farlo cadevano, fulminati da colpi che venivano dal nulla.

Alessandro baricco, Abel

El primero que se sacó el sexo de los calzones no tuvo que esforzarse para encontrar dos piernas abiertas. En un último arrebato de lucidez, colocaron centinelas al principio y al final de la aldea, para luego dispersarse por calles y jardines, en el saqueo más absurdo que habían conocido. Mordieron Magdalena igual que si fuera una fruta madura, perdiendo el hilo de las cosas, abrumados por la abundancia y por el olor a sexo. Durante dos horas, la aldea fue un vientre blando que hender, pan ofrecido que morder, un cuerpo tendido que aguardaba. Al filo del mediodía, el primero de ellos en morir lo hizo en un callejón detrás de la iglesia, una bala entre ceja y ceja. El segundo estaba abriendo una puerta, la bala le entró por la nuca y le salió por la boca. El tercero estaba follando; el cuarto, buscando la sombra; el quinto se había tumbado en una cama; el sexto buscaba a un amigo para enseñarle algo; el séptimo iba arrastrando una virgen de alabastro por la calle principal. Caían solitarios, con un disparo en la frente o en la nuca, sin tiempo para quejarse o pedir ayuda, pasaban de la vida a la muerte por el camino más corto. Cuando cayó el undécimo, algo se obstruyó en el mecanismo de su inconsciencia. Empezaron entonces a buscarse unos a otros, porque la soledad parecía atraer la mala suerte. Razonaron. Pero al hacerlo caían, liquidados por disparos que salían de la nada.

¿Y cómo clasificar esta música «tardía» para la viola da gamba? Desde luego, no es música barroca, y apunta más bien en la dirección clasicista, la de un Mozart, un Haydn o incluso un Beethoven. O mejor, como dice Paolo Pandolfo, que añade aquí y allá una pincelada de su avanzadísima técnica improvisatoria acercándose a la colección con su conocido estilo interpretativo de extrema delicadeza, «simplemente, ¡es Música! «

Música ciertamente inspirada y de notable dificultad técnica que  Pandolfo con un fraseo elegante y esa sensación de facilidad que los teóricos italianos del siglo XV bautizaron bajo el término sprezzatura rejuvenece como si fuera un rostro emancipado de su máscara.

Let’s be careful out there