El pensar no crea el ser, pero prepara su claridad.

Martin Heidegger, Aportes a la filosofía (Del acontecimiento)

Cuando Heidegger pronunció en 1964 su conferencia El final de la filosofía y la tarea del pensar, muchos creyeron escuchar una despedida. Parecía anunciar la extinción de la filosofía, su agotamiento ante el avance de la ciencia y la técnica. Pero lo que Heidegger intuía no era un final, sino una mutación. Toda época del pensamiento llega a un punto en que ya no puede renovarse desde dentro; entonces, si quiere sobrevivir, debe aprender a cambiar de forma.

Desde los griegos, Occidente ha intentado asegurar el sentido de lo real mediante conceptos y fundamentos. A fuerza de buscar claridad, el pensamiento hizo de la claridad su costumbre. Lo que al principio fue impulso de comprensión se convirtió en reflejo, y el reflejo en método. Pensar dejó de ser una aventura del espíritu para volverse una operación de orden: definir, clasificar, disponer. Bajo esa luz que ya nunca se apaga, el Ser fue quedando fuera del cuadro, como si la luz misma lo hubiera borrado. Quedó la transparencia, pero no el sentido. El mundo se mostró entero, visible, disponible, y en esa exposición completa comenzó su propio oscurecimiento.

Cuando Heidegger habla de la técnica moderna, se refiere menos a los objetos que produce y más a la mirada desde la cual todo aparece dispuesto para su uso. Todo se presenta como material disponible, como algo que puede ser manipulado. La naturaleza se transforma en energía, las cosas en datos, el pensamiento en cálculo. Lo que llamamos progreso es el resultado de esa mirada que ya no pregunta, sino que dispone. La técnica no es un instrumento; es un modo de revelación del Ser.

En esa situación, la filosofía, entendida como búsqueda de fundamentos, ha llegado a su límite. Sus preguntas se repiten, sus respuestas pierden fuerza. Y, sin embargo, en ese agotamiento se abre una posibilidad. Cuando el pensamiento deja de buscar apoyo en un suelo firme, recupera la capacidad de escuchar. Pensar ya no consiste en levantar sistemas ni en demostrar verdades, sino en atender a lo que aparece y también a lo que se retira.

Heidegger decía que el hombre no inventa el pensar, que simplemente lo hospeda. El pensamiento no nace de una decisión, acontece, y cuando acontece el hombre queda dentro de él, como si lo pensaran a través suyo. No es una tarea, es una intemperie. Pensar no consiste en fabricar ideas, sino en dejar que algo nos alcance, algo que nos excede y, aun así, nos define. El lenguaje forma parte de ese mismo movimiento: deja de servir como instrumento y se convierte en el lugar donde el mundo se hace visible. Las palabras no explican las cosas, las acompañan mientras se muestran.

Vivimos en un tiempo que confunde velocidad con claridad. Lo que antes se meditaba ahora se responde al instante. En medio de esa prisa, el pensamiento corre el riesgo de volverse decorativo, un gesto sin hondura. Tal vez la única manera de pensar hoy consista en detenerse, en aprender a callar, en devolver a las cosas el tiempo que necesitan para decir lo que son.

El ocaso de la filosofía no trae una caída, trae un cansancio distinto. Como si el pensamiento, después de tanto levantar estructuras, necesitara sentarse un momento y mirar lo que queda en pie. No se trata de abandonar la razón, sino de dejarla reposar. Cuando el impulso de construir se extingue, surge otra forma de atención, más callada, más atenta a lo que simplemente está. Heidegger no destruye la tradición, la conduce de vuelta a su manantial, al primer asombro ante lo que aparece sin pedir explicación. Pensar, entonces, se parece a quedarse dentro del mundo, sin pretender dirigirlo.

El Ser no se ofrece de una vez. Se aproxima, se aleja, vuelve a insinuarse. Permanecer cerca de ese ir y venir tal vez sea ya suficiente, como quien acompaña una respiración que no es la suya. No hay respuesta que alcanzar, solo la posibilidad de seguir presente. Y mientras el resto se desvanece —el ruido, la prisa, la necesidad de tener razón—, queda la atención. No una actitud, sino una forma de estar, una quietud que todavía escucha.

Rferdia

Let`s be careful out there