«Ver lo que está delante de nuestros ojos exige un esfuerzo constante.»
— George Orwell, Ensayos políticos

Introducción

En enero de 1961, Dwight D. Eisenhower pronunció su discurso de despedida como presidente de los Estados Unidos. En él introdujo una advertencia que con el paso del tiempo ha adquirido un carácter profético: el peligro del complejo militar-industrial. Según Eisenhower, la alianza entre burocracia estatal, industria armamentística y aparato de seguridad podía, de no ser vigilada con rigor, poner en riesgo las mismas bases de la democracia estadounidense.1

Seis décadas más tarde, esa advertencia se ha transformado en una realidad ampliada. El complejo al que se refería Eisenhower ha mutado, extendiendo sus tentáculos siniestros hacia el ámbito tecnológico, mediático, y financiero global. Así, bajo el nombre de Deep State se designa hoy a un entramado que no responde a la voluntad irrelevante de las urnas sino a intereses permanentes que trascienden ciclos electorales y fronteras nacionales. Roger Stone, estratega político y figura polémica, lo describe como un “monstruo burocrático” capaz de alterar el curso de la historia mediante censura, manipulación y neutralización de líderes incómodos.

El objetivo de esta entrada es doble: por un lado, avalar la tesis del Deep State como estructura de poder efectiva; por otro, advertir sobre el riesgo de permanecer ciegos ante él. Frente a semejante enemigo, la única actitud viable no es la resignación ni la fe ingenua en las instituciones, sino un trabajo de cura sui, un cuidado de sí que se convierte en condición de posibilidad para la libertad política.


I. Anatomía de un monstruo burocrático

El Deep State no es un mito abstracto ni una metáfora periodística. Es un entramado concreto que se alimenta de tres fuentes principales: la burocracia de seguridad nacional, las corporaciones tecnológicas y las redes de influencia global.

  1. La burocracia de seguridad nacional. Desde la Guerra Fría, agencias como la CIA, el FBI y la NSA han acumulado poderes extraordinarios bajo la bandera de la seguridad. Tras los atentados del 11-S, la Patriot Act amplió todavía más sus competencias, otorgando a estos organismos una capacidad de vigilancia masiva sin precedentes.2
  2. Big Tech como árbitro de legitimidad. Lo que en los años sesenta eran tres cadenas de televisión, hoy son plataformas como Twitter/X, Facebook o Google. Estas compañías poseen la capacidad de silenciar a candidatos o de amplificar narrativas en cuestión de segundos. La suspensión de la cuenta de Donald Trump en enero de 2021 marcó un hito: un presidente en funciones quedó privado de su principal canal de comunicación con la ciudadanía.3
  3. Foros globalistas. Organismos como Bilderberg, la Comisión Trilateral o el Foro Económico Mundial no legislan ni gobiernan de manera directa, pero funcionan como espacios de articulación de élites transnacionales. La regla de confidencialidad que ampara sus encuentros refuerza la sospecha de que se trata de ámbitos donde se coordinan decisiones que afectan a la soberanía nacional.4

Este entramado opera con una lógica simple y eficaz: preservar su hegemonía neutralizando cualquier amenaza que pueda desestabilizarla.


II. Genealogía de intervenciones

La historia política reciente de Estados Unidos puede releerse como una sucesión de episodios en los que el monstruo burocrático actuó con eficacia quirúrgica.

  • 1963: Dallas. El asesinato de John F. Kennedy fue atribuido oficialmente a un tirador solitario, Lee Harvey Oswald. Sin embargo, múltiples investigaciones posteriores han apuntado a una conspiración más amplia con ramificaciones en la CIA y en el crimen organizado.5 Kennedy había mostrado reticencia a intensificar la guerra de Vietnam y era partidario de reducir el poder de las agencias de inteligencia.
  • 1974: Watergate. El caso que forzó la dimisión de Richard Nixon suele narrarse como la victoria de la prensa libre sobre la corrupción. No obstante, investigaciones posteriores han revelado la implicación de agentes infiltrados y la existencia de filtraciones estratégicas desde dentro de las propias agencias.6 Nixon, que ya había denunciado el fraude electoral de 1960, se convirtió en objetivo de un sistema que no toleraba su intento de limitar la burocracia de seguridad.
  • 1981: El atentado contra Reagan. John Hinckley Jr. disparó contra el presidente en un ataque que lo dejó políticamente debilitado. La familia Hinckley mantenía conexiones financieras con el entorno de George H. W. Bush, vicepresidente y antiguo director de la CIA. Aunque la hipótesis de un segundo tirador nunca llegó a confirmarse, la sospecha de connivencia persiste en sectores críticos.7
  • 2016–2020: Trump, la anomalía. La victoria de Donald Trump fue un error de cálculo del Deep State. Utilizó Twitter para comunicarse directamente con millones de ciudadanos, eludiendo el filtro mediático. La respuesta fue inmediata: el dossier Steele, las investigaciones sobre Rusia y, finalmente, la censura masiva en redes sociales.8

Estos episodios, considerados en conjunto, revelan un patrón inquietante: cada vez que un presidente amenaza con alterar el equilibrio de poder, el sistema responde con violencia, escándalo o censura.


III. El precio de la ceguera

El problema no es únicamente la existencia del Deep State, sino la ceguera colectiva ante su poder. La ciudadanía, anestesiada por la rutina informativa, acepta como natural fenómenos que deberían provocar alarma, con la misma resignada familiaridad con que se asume que el Real Madrid acumula Copas de Europa.

  • Normalización de la censura. Que plataformas privadas decidan quién puede hablar y quién no en la plaza pública digital se percibe como una medida de seguridad, cuando en realidad constituye una privatización del espacio democrático.9
  • Vigilancia constante. Programas de espionaje como PRISM, revelados por Edward Snowden, demostraron que millones de ciudadanos eran monitorizados sin orden judicial. Lejos de provocar una reforma profunda, la revelación fue asimilada con indiferencia.10
  • Guerra permanente. Desde 2001, Estados Unidos ha mantenido operaciones militares ininterrumpidas en múltiples países, legitimadas por un aparato que se perpetúa en nombre de la seguridad global.

La ceguera, en este sentido, es funcional al monstruo: cuanto menos se cuestiona su poder, más se expande.


IV. El cura sui como resistencia

¿Cómo enfrentarse a un poder invisible, burocrático y transnacional? No basta con denunciarlo; es necesario cultivar una actitud interior de vigilancia crítica. Aquí entra en juego la noción de cura sui.

  1. Tradición clásica. Sócrates exhortaba a “conocerse a sí mismo” como fundamento de la vida buena. Los estoicos insistían en la disciplina del juicio: distinguir entre lo que depende de nosotros y lo que no.
  2. Foucault y la modernidad. En sus últimos cursos en el Collège de France, Michel Foucault recuperó la noción de cuidado de sí como práctica de libertad frente a las “tecnologías de poder”. No se trata de un gesto narcisista, sino de una ética que permite resistir a los dispositivos de control.11
  3. Dimensiones prácticas del cura sui político:
    • Crítica de la información: no aceptar narrativas oficiales sin escrutinio.
    • Autonomía digital: proteger la privacidad y explorar plataformas alternativas.
    • Resistencia comunitaria: fomentar espacios de deliberación autónoma donde la palabra circule libremente.

Conclusión: el cura sui como acto político

El Deep State, entendido como monstruo burocrático, no es ya una hipótesis marginal, sino una estructura que atraviesa la historia política de Estados Unidos y de Occidente. Sus manifestaciones han cambiado con las décadas —de las balas en Dallas al espionaje digital, del chantaje mediático a la censura algorítmica—, pero su lógica permanece inalterable: neutralizar a los outsiders que ponen en cuestión la hegemonía de un poder transnacional y opaco.

El mayor peligro, sin embargo, no es la existencia de ese poder, sino nuestra ceguera voluntaria. Aquí el último Foucault ofrece una clave insustituible: el cuidado de sí como práctica de libertad frente a las tecnologías de poder. El cura sui implica vigilancia crítica, disciplina del juicio, lucidez frente al discurso dominante. Es también parresía: el coraje de decir la verdad aunque implique riesgo personal.12

Frente al monstruo burocrático, el cura sui se convierte en el primer acto de resistencia. Solo una ciudadanía capaz de examinarse, de pensar por sí misma y de sostener la palabra franca podrá evitar que la democracia se convierta en un teatro de sombras administrado por algoritmos.

El monstruo no teme a las urnas, sino a los hombres y mujeres que cuidándose a sí mismos recuperan el coraje de la verdad.


Notas

  1. Dwight D. Eisenhower, Discursos (Madrid: Rialp, 1963).
  2. James Bamford, Cuerpo de secretos. La NSA y la arquitectura del espionaje global (Barcelona: Crítica, 2002).
  3. Shoshana Zuboff, La era del capitalismo de la vigilancia (Barcelona: Paidós, 2020).
  4. Ian Richardson, Andrew Kakabadse y Nada Kakabadse, Los hombres de Bilderberg (Madrid: La Esfera de los Libros, 2011).
  5. James W. Douglass, JFK y lo indecible. Por qué murió Kennedy y por qué importa (Madrid: Akal, 2010).
  6. Geoff Shepard, El verdadero escándalo Watergate (Madrid: Sekotia, 2017).
  7. Bill O’Reilly y Martin Dugard, Matar a Reagan (Barcelona: Planeta, 2016).
  8. Roger Stone, El mito de la colusión rusa. La verdadera historia de cómo Trump ganó (Madrid: Homo Legens, 2020).
  9. Marta Peirano, El enemigo conoce el sistema (Barcelona: Debate, 2019).
  10. Glenn Greenwald, Vigilancia permanente (Barcelona: Roca Editorial, 2014).
  11. Michel Foucault, La hermenéutica del sujeto (Madrid: Akal, 2005).
  12. Michel Foucault, El coraje de la verdad (Madrid: Akal, 2010).

Rferdia
Filósofo de formación, escritor por necesidad y ciclista por amor a la pendiente. Escribo desde una tensión que no cesa de reaparecer: cómo resistir desde la forma, cómo sostener sentido cuando el mundo se fractura. En el corazón de mi trabajo —articulado a través del dispositivo hermenéutico ZIA— habita la idea del deporte como Weltstammräumung: gesto que despeja, cuerpo que restituye, escritura que no huye.
(Neologismo de raíz alemana que alude al acto de desalojar el ruido del mundo para recuperar un espacio originario donde la forma aún tiene sentido.)

Let`s be careful out there