Porque ahora vemos por un espejo, veladamente, pero entonces veremos cara a cara; ahora conozco en parte, pero entonces conoceré plenamente, como he sido conocido

Corintios 1, 12-13.

 

El dolor se convierte así, en el mundo secularizado, «en una experiencia del darse del ser y del cuidado de la Nada, en un intento por hacer hablar a ese dolor y de hacer hablar a la Metafísica a través de él». Sólo el cenobita, el monje-soldado, el emboscado, el pirata, el güelfo de una causa mayor o el mercenario contemplan la posibilidad de que ese nihilista lugar primordial que hoy ocupa el dolor deje un hueco efectivo a a la belleza, lo que exige la recuperación de parcelas de vida en propiedad del Estado por parte del individuo, cuya propensión gregaria y su hambre de ritos siempre han hecho el resto: así la iglesia, la robleda, el soto, el humilladero en el cruce de caminos, la granja o la fábrica, el cenobio o la cueva ermitaña, el rascacielos, la plaza pública, el sendero, el parque, la acera, la perspectiva de edificios, la alameda en el corazón de la ciudad… lugares susceptibles al cambio porque en ellos aún se puede decir numen adest, capaces de albergar las nuevas formas de las viejas potencias sin desligarse de la aurea catena que las une en tradición.

¿Qué queda, pues, para el hombre singular? Una tarea formidable

Liturgia de los días, J. A. Martínez Climent

El trece de junio de 1968 el arqueólogo italiano Mario Napoli excava una pequeña necrópolis a un kilómetro y medio al sur de la ciudad de Paestum en el golfo de Salerno. Al caer la tarde trabaja sobre una cuarta tumba que finalmente es liberada de la tierra y aparece sorprendentemente intacta. Al atardecer se abre la caja: tras 2500 años de tinieblas, la luz devuelve a la vida unas pinturas asombrosas.

En el siglo VIII a. C. los griegos navegan por el Mar Tirreno hacia las minas de la costa de Etruria para comprar metales. Los navegantes de la ciudad de Sibaris fundaron alrededor del 600 A.C la colonia de Poidonia como uno de los puntos septentrionales de la Magna Grecia. Después fue conquistada por los lucanos y finalmente, cayó en 273 a.C. bajo el poder de Roma que la rebautizó Paestum. El descubrimiento de Paestum se produjo en 1752 cuando el rey Carlos VII (futuro Carlos III de España) ordena la construcción de una carretera cuyo trazado atravesaba la ciudad. A partir de entonces los intelectuales europeos del Grand Tour, asombrados por la conservación de los templos, la convirtieron en el máximo referente de la arquitectura clásica. Fue precisamente en Paestum donde la arquitectura griega alcanzó la supremacía sobre la romana. Winckelmann (1758), Piranesi (1777), Goethe (1787), John Soane (1779) y casi todos los grandes arquitectos de la época vinieron hasta aquí para ver, estudiar y medir los templos dòricos màs puros, que cual centinelas, surgen erguidos y severos no lejos de Nápoles y de la sombra del Vesubio. El templo de Neptuno es uno de los mejores templos conservados de la civilización griega . El poder que ejerce la visión de su frontón no resulta fácil de transmitir ,sin decoración , sin escultura alguna colgada de su tímpano. Fue concebido desnudo y severo. También en sus metopas y sus triglifos, la tensión es ejercida únicamente por su monumentalidad, por la magia de sus proporciones, por ese segundo orden de columnas intacto, con sus acanalados fustes, altos como bosques y por su orientación hacia el este. Allí, junto a los dóricos templos de Paestum el reloj que marca a cada cual su hora y que señala a cada actividad su tiempo, deja oír el toque que anuncia el punto cero del verdadero viaje. No es un comienzo fúnebre , lejos de ello , lo que se pinta en el interior del sarcófago (lo-que-come-la-carne) que Napoli libera, es un amable convite que, celebrado hace 2500 años, pervive aún como el honor establecido por la amistad para la muerte.

Los cuatro lados y la parte superior del sepulcro están hechos de cinco losas de caliza unidas con precisión formando una cámara del tamaño de un hombre adulto, la base excavada en el suelo. Todas las losas incluida la del techo están pintadas al fresco y es el primer sepulcro griego con escenas de las épocas orientalizante , arcaica o clásica que sobrevivió completa.

Dentro de la sepultura y cerca del cadáver, probablemente un hombre joven , hay dos objetos: el caparazón de una tortuga, base para la resonancia de una lira cuya alma en madera acabó desintegrándose, y un vaso griego, un lécito ático, hecho con la técnica de figuras negras utilizada en torno al año 480 A.C, que ayudó a la datación del sepulcro hacia el año 470a.C.

Las escenas de las cuatro losas que rodean el cuerpo describen un simposio, el banquete tradicional de la Grecia antigua: hombres jóvenes con coronas vegetales, torso desnudo y, reclinados sobre divanes. Jóvenes que parecen extraídos de un diálogo platónico y que ,sin duda, fueron provincianos admiradores del gallardo Alcibíades, conversan y, recostados en triclinios , se mantienen con la dorada copa en la mano, la sonrisa bañando el semblante y los sones de la flauta doble cerca, en tanto que el infantil escanciador derrama el licor de Baco con un ademán inextinguible. Sin embargo, la escena de la losa del techo es la más hermosa, pues estaba hecha para los ojos del muerto, no para los nuestros. Losa orlada por una cinta en negro, con palmetas en las esquinas. En el centro, un hombre desnudo suspendido en el aire salta a la aguas de ondulantes líneas turquesas. A la derecha ,en lo que sería un trampolín, hay tres columnas hechas de pilares de piedra. A los lados se ven dos árboles esquemáticos, y después nada. Fondo blanco.

Un hombre que salta y al saltar deviene salto, salto de muerte que forma la escena central ,el eje en torno al que circulan banquete, muerte y juventud. Ese instante de dejarse caer, de abandonar el cuerpo a los brazos del aire, ese momento de dejarse sumir, entre colores tan vivos, en las aguas insinuadas del mar, concediendo así, artística presencia al que desapareció en la flor de la edad, permitiendo que se mantenga flotando en el aire en un salto perdurable, en una zambullida, no en el aire o en el vacío o en el mar o en la muerte, sino en una zambullida en el tiempo, en la irreversibilidad. Cuando se precipita, es una irreversibilidad la que se acelera, una inmersión siempre próxima y siempre aplazada. Lo que hace excepcional la tumba saltador de Paestum es el mensaje metafísico que nos llega a través del lenguaje visual, pues el saltador remite a la escena filosófica conocida como “el salto del cabo leúcade”, uno de los aspectos más extraños y significativos de las prácticas meditativas de los pitagóricos, que buscaban la unión mística con Apolo. Leúcade es una isla griega consagrada a Apolo con unos formidables acantilados ( desde los que se arrojó la poetisa Safo). Al acudir a este símbolo los pitagóricos se referían a un momento crucial de la práctica meditativa en que, desconectados los sentidos y restringidas todas las potencias, finalmente hay que entregarse, ceder el control y, abandonarse totalmente a la meditación. es el instante liminal previo al éxtasis o “visión” del Uno, es decir, de la unidad esencial del ser. En algunos casos las resistencias psico-mentales a ceder el control se traducen momentáneamente en dificultades respiratorias, taquicardias etc…; todo lo cual es representado por el miedo a saltar al precipicio. El buscador espiritual que anhela tener la visión del Uno ha de estar dispuesto, llegado el momento, a dar el salto final que reafirme su voluntad de trascender los lazos del cuerpo y la servidumbre de la materia. En cuanto último obstáculo del contemplativo el precipicio tiene el mismo significado que el dragón que vigila el acceso al tesoro depositado en los infiernos o que custodia a la dama cautiva (recuérdese el descenso de Orfeo a los infiernos para rescatar a Eurídice). Se trata en definitiva, de una prueba en la que el aspirante ha de arriesgar la vida.

El “salto de leúcade”, en suma, es la última prueba en el itinerario espiritual del que aspira a vencerse a sí mismo.

Se cree que el joven muerto prematuramente sería un iniciado en estos ritos. Pero, ¿Quién era el joven enterrado? ¿Qué vida tendría? ¿ cómo contratarían sus padres la construcción de su tumba? ¿Cómo serian aquellos artistas que la pintaron? ¿ Qué hicieron con el cuerpo de su hijo en los días en los que para aquella tumba sus losas de piedra eran  rasgadas, enyesadas, secadas, delineadas primero con un buril y luego completadas con colores vivos?, ¿por qué se pinta una tumba magnífica para ser vista en el instante preciso del enterramiento, para ser inmediatamente sellada y después no ser vista nunca más?.

Una imagen invisible es un desafío. Un desafío sobre el que reflexionar desde una cultura , la nuestra , para la cual ser comprensible equivale a ser visible o desaparecer.

Let’s be careful out there