ἵπποι ταί με φέρουσιν, ὅσον τ’ ἐπὶ θυμὸς ἱκάνεται,
καί με πότνια πήγνυμις ἡγεμόνευεν ὁδόν,
ἣ φέρει ἄνδρα φέρειν διὰ πάντ’ ἄστη
εἰς ἄντρ’ ἀληθείης, ἔνθα πύλαι πολύφημοι
Los corceles me llevan, tanto como el deseo lo permite,
y la diosa que guía mi camino me conduce,
por la senda que lleva al hombre sabio
hacia los dominios de la Verdad, donde están las puertas muy sonoras.
Parmenides, Poema. Fragmento inicial
Una bruma immobile si stende su uno spazio senza nome.
Non c’è né alto né basso, solo un silenzio denso,
come se il tempo avesse sospeso il suo corso.
Dal centro, una linea di luce — debole, pulsante —
attraversa l’ombra senza lacerarla.
Desde su temprana interlocución con la fenomenología hasta sus meditaciones más tardías sobre el lenguaje y la poesía, el pensamiento de Martin Heidegger se despliega como un retorno radical a la gran pregunta olvidada por la tradición: la cuestión del Ser. En esta empresa, Heidegger no solo desmantela los presupuestos de la metafísica occidental, sino que transforma el acto de pensar en un acontecimiento: no una operación lógica ni una técnica del saber, sino una forma de escucha, de apertura al modo en que el ser se deja —o no— decir.
Uno de los núcleos decisivos en esta reconfiguración es su lectura de Parménides, tradicionalmente considerado el primer ontólogo. La célebre afirmación del poema: to gar auto noein estin te kai einai —“lo mismo es pensar y ser”— ha sido interpretada a menudo como una tesis de identidad abstracta, o incluso como un principio lógico. Sin embargo, en Heidegger esa fórmula se vuelve otra cosa: ya no una equivalencia entre sujeto pensante y ente pensado, sino la señal de que el pensar y el ser pertenecen originariamente el uno al otro. No hay ser sin pensar, ni pensar sin ser. El pensamiento, en este sentido, no representa lo que es: lo acoge, lo deja ser.
Heidegger, y con él lectores atentos como Jean Beaufret y Franco Volpi, devuelven a Parménides su dimensión más originaria. Beaufret lo expresa con claridad: “La pensée est le lieu où l’être lui-même se dit.” Pensar no es una actividad sobre el ser, sino el lugar en que el ser puede acontecer. Por su parte, Volpi insiste —desde una lectura filológica minuciosa— en que la frase parmenídea no funda la metafísica, sino que la precede. No hay sistema en Parménides, sino un gesto inaugural: el ser no se define, se muestra. El poema no formula una doctrina, sino que testimonia el desocultamiento del ser a través de la palabra.
Este punto es central para comprender la crítica heideggeriana a la noción clásica de verdad como adecuación entre juicio y cosa. En lugar de esa correspondencia, Heidegger propone volver al significado griego de aletheia: la verdad como desocultamiento, como aquello que se retira y se da al mismo tiempo. La verdad no es el resultado de un método ni la garantía de un juicio correcto, sino un modo de manifestación: algo que ocurre, más que algo que se posee. Y ese acontecer no se impone, no se produce: se escucha. Tiene lugar en el lenguaje, en la poesía, en el pensar que no domina, sino que espera.
Así, Parménides ya no es el defensor de un ser inmóvil, sino el poeta que nombra el ser desde la palabra aún no endurecida por el concepto. Para Heidegger, leer a Parménides no es un ejercicio arqueológico, sino volver al origen que no está atrás en el tiempo, sino abierto como posibilidad en el presente. El inicio no es algo superado: es lo que aún nos llama.
Pensar, entonces, no es responder a una pregunta, sino habitarla. No se trata de alcanzar una verdad última, sino de exponerse a la apertura del ser. En un mundo marcado por la técnica, la prisa y la utilidad, esta propuesta es profundamente subversiva: invita a detenerse, a callar, a pensar no para tener razón, sino para dejar que el ser diga lo que tiene que decir. No hay una doctrina detrás de esto, ni una certeza final. Solo la posibilidad —exigente y silenciosa— de pensar como quien camina sin mapa, pero con la fidelidad de quien intuye que lo más propio no está en lo dicho, sino en lo que aún quiere decirse. Tal vez, como supo Parménides y como Heidegger supo escuchar, pensar es dejar que el ser sea.
Una bruma inmóvil se extiende sobre un espacio sin nombre.
No hay arriba ni abajo, solo un silencio denso,
como si el tiempo hubiera suspendido su curso.
Desde el centro, una línea de luz —débil, pulsante—
atraviesa la sombra sin desgarrarla.
le’ts be careful out there