También el hombre necio y rudo labrador dineros le convierten en hidalgo doctor; cuanto más rico es uno, más grande es su valor, quien no tiene dinero no es de sí señor.

Y si tienes dinero, tendrás consolación, placeres y alegrías y del Papa la ración, comprarás paraíso, ganarás la salvación: donde hay mucho dinero, hay mucha bendición.

Arcipreste de Hita, Juan Ruiz, Libro de buen amor

Mientras la atención pública se dispersa —o se la mantiene deliberadamente entretenida— en chorradas insustanciales como decidir si conviene o no acudir a Eurovisión, festival cochambroso y chabacano de similar enjundia que el Caudal Fest pero en versión más folclórica, en las profundidades del sistema internacional se dirime una batalla de magnitudes históricas. Bajo la superficie de los titulares, el mundo atraviesa un punto de inflexión que excede con mucho el conflicto en Ucrania o las sanciones contra Moscú: un pulso financiero que enfrenta la hegemonía del dólar como activo último de reserva frente al retorno del oro como medida universal de valor. Y en esa disputa, con Rusia y China en el centro, se juega el verdadero horizonte del orden mundial, mientras Occidente se ve conducido a un callejón sin salida del que difícilmente podrá escapar.

La historia ofrece un precedente revelador. Tras la Segunda Guerra Mundial, los acuerdos de Bretton Woods de 1944 establecieron la convertibilidad del dólar en oro, asegurando la estabilidad de las monedas internacionales. Aquella arquitectura se derrumbó en 1971 cuando Richard Nixon clausuró la llamada “ventana de oro” y puso fin al sistema. Desde entonces, las divisas flotaron libremente, pero el dólar se consolidó como núcleo del comercio global gracias a un engranaje crucial: los hidrocarburos comenzaron a cotizarse en dólares, consolidando el modelo del “petrodólar” y garantizando una demanda estructural de la divisa estadounidense.

Medio siglo después, Moscú ha iniciado una jugada que invierte esa lógica. Bajo la dirección de Vladímir Putin y de su consejero económico Serguéi Glaziev, Rusia ha comenzado a vender petróleo, gas y uranio a cambio de dólares solo como paso intermedio, para transformarlos de inmediato en oro físico. De esta manera, convierte en activo tangible unos ingresos que, de otro modo, permanecerían en la órbita del dólar. La maniobra se ve favorecida por un contexto de precios del oro deprimidos artificialmente por las intervenciones de la Reserva Federal, que busca sostener la confianza en el billete verde. Moscú aprovecha esa distorsión para acumular metal infravalorado a cambio de recursos energéticos sin los cuales Occidente no puede funcionar. La paradoja es evidente: lo que en los años ochenta hundió a la URSS —la caída del precio del petróleo— se ha transformado hoy en una palanca que permite a Rusia reforzar sus reservas y blindar su autonomía financiera.

A esta estrategia se suma el movimiento de Pekín. China anunció recientemente que dejará de acumular reservas en dólares y en bonos del Tesoro. La afirmación no implica que renuncie de inmediato a aceptar dólares como medio de pago, pero sí que dejará de considerarlos un activo final. Los dólares que recibe de sus exportaciones son rápidamente reciclados en otros instrumentos, y una parte creciente se transforma en oro físico. El resultado es una convergencia estructural: Rusia vende energía y compra oro; China vende manufacturas y también compra oro. El dólar se convierte en simple intermediario, un vehículo provisional sin el rango de reserva definitiva que ha disfrutado desde hace cinco décadas.

Las consecuencias para Occidente son profundas. Para sostener el valor del dólar, se intenta mantener bajos tanto el precio del petróleo como el del oro. Sin embargo, al hacerlo se acelera el agotamiento de las reservas occidentales de metal físico, ya que Rusia y China aprovechan la coyuntura para retirar oro real del mercado. El dilema es irresoluble: cuanto más se defiende el sistema, más rápido se erosionan los cimientos que lo sostienen. A esta vulnerabilidad económica se suma la reducción de márgenes políticos. Las revoluciones de colores, que en el pasado sirvieron para reconfigurar regímenes hostiles, han fracasado tanto en Rusia como en China. Y la vía militar es inviable frente a potencias nucleares con capacidad de represalia asegurada.

El escenario se complica con la progresiva integración de Eurasia. La Iniciativa de la Franja y la Ruta, la Unión Económica Euroasiática y la Organización de Cooperación de Shanghái consolidan un espacio alternativo al orden atlántico. Aunque la hipótesis de un eje Berlín–Moscú–Pekín parezca hoy lejana, refleja la atracción estructural de un espacio económico que se extiende desde Europa central hasta el Pacífico. Para Washington y Londres, impedir esa conexión es una prioridad estratégica, pero su capacidad para hacerlo se reduce con cada año que pasa.

El pulso actual no es meramente energético ni militar: es monetario y sistémico. Rusia y China han puesto en marcha un mecanismo que devuelve al oro un papel central como activo universal, desnacionalizado y despolitizado. Con ello desplazan al dólar de su condición de moneda de reserva final y colocan a Occidente en una trampa de la que resulta difícil escapar. En este contexto, las potencias atlánticas se enfrentan a un dilema histórico: aceptar la transición hacia un orden multipolar basado en energía y oro, o sostener por la fuerza un modelo de petrodólar que muestra signos claros de agotamiento. El desenlace todavía está abierto, pero la cuenta atrás ha comenzado.

Rferdia
Filósofo de formación, escritor por necesidad y ciclista por amor a la pendiente. Escribo desde una tensión que no cesa de reaparecer: cómo resistir desde la forma, cómo sostener sentido cuando el mundo se fractura. En el corazón de mi trabajo —articulado a través del dispositivo hermenéutico ZIA— habita la idea del deporte como Weltstammräumung: gesto que despeja, cuerpo que restituye, escritura que no huye.
(Neologismo de raíz alemana que alude al acto de desalojar el ruido del mundo para recuperar un espacio originario donde la forma aún tiene sentido.)

Let`s be careful out there