En Paradox, Rey, segunda novela de la trilogía La víspera fantástica, Pío Baroja nos deja una de sus páginas más memorables: el “Elogio sentimental del acordeón”. La escena parece sencilla: durante la travesía hacia África, Silvestre Paradox contempla la cubierta del barco y escucha a un grumete que, sin mayor destreza, pulsa un acordeón. Lo que podía ser un apunte costumbrista se convierte, bajo la mirada del novelista, en una meditación estética y moral de primer orden.
El pasaje dice así:
¡Oh la enorme tristeza de la voz cascada, de la voz mortecina que sale del pulmón de ese plebeyo, de ese poco romántico instrumento!
Es una voz que dice algo monótono, como la misma vida; algo que no es gallardo, ni aristocrático, ni antiguo; algo que no es extraordinario ni grande, sino pequeño y vulgar, como los trabajos y los dolores cotidianos de la existencia.
¡Oh la extraña poesía de las cosas vulgares!
Esa voz humilde que aburre, que cansa, que fastidia al principio, revela poco a poco los secretos que oculta entre sus notas; se clarean, se transparentan, y en ellas se traslucen las miserias del vivir de los hombres, los rudos marineros y los infelices pescadores; las penalidades de los que luchan en el mar y en la tierra con la vela y con la máquina; las amarguras de todos los hombres uniformados con el traje azul sufrido y pobre del trabajo.
¡Oh modestos acordeones! ¡Simpáticos acordeones! Vosotros no contáis grandes mentiras poéticas como la fastuosa guitarra; vosotros no inventáis leyendas pastoriles como la zampoña o la gaita; vosotros no llenáis de humo la cabeza de los hombres como las estridentes cornetas o los bélicos tambores. Vosotros sois de nuestra época: humildes, sinceros, dulcemente plebeyos, quizá ridículamente plebeyos; pero vosotros decís de la vida lo que quizá la vida es en realidad: una melodía vulgar, monótona, ramplona, ante el horizonte ilimitado.
Este fragmento convierte al acordeón en emblema de la existencia cotidiana. Frente al fulgor engañoso de guitarras, gaitas o tambores, su voz áspera y monótona se identifica con el mundo de los marineros y pescadores, con los trabajos rudos, con las miserias y penalidades de la vida real. Baroja elige lo plebeyo, lo ramplón, lo vulgar, porque en ello descubre la única virtud que le importa: la sinceridad.
El texto se sostiene en un tejido rítmico inconfundible. Anáforas que repiten con insistencia —“vosotros no contáis…, vosotros no inventáis…, vosotros no sois…”—, paralelismos que imprimen cadencia, reiteraciones que parecen imitar el propio sonido del acordeón. La prosa habla como su objeto: exhala en palabras el mismo lamento insistente que el instrumento produce en el aire. Así, el estilo de Baroja pasa de describir a encarnar.
De este modo, lo que comienza como observación técnica se convierte en revelación moral. El acordeón, plebeyo y sincero, revela poco a poco “los secretos de la vida”: miserias, penalidades, amarguras. Baroja encuentra en su música ramplona una verdad desnuda que otros instrumentos —con su brillo artificioso— solo consiguen ocultar. El acordeón no promete lo que no puede dar; no disfraza la realidad. Dice lo que la vida es, con la franqueza que el propio Baroja consideraba la máxima cualidad humana.
Pero junto a la amargura, late una ternura insobornable. El elogio no es cínico, sino compasivo: simpatía hacia los humildes, hacia los que sufren, hacia los hombres que cargan con el peso del mundo sin alardes ni consuelos fáciles. En esa mezcla de dureza y afecto, de desencanto y humanidad, se cifra lo más genuino de la poética barojiana.
En manos de aquel grumete anónimo, el acordeón dejó de ser un instrumento vulgar para convertirse en símbolo literario. Lo que Baroja nos entrega no es solo un fragmento narrativo dentro de Paradox, Rey, sino un manifiesto estético en miniatura: áspero y sincero, plebeyo y verdadero. Una música humilde que, más de un siglo después, sigue resonando como la voz misma de la vida.
Rferdia
Filósofo de formación, escritor por necesidad y ciclista por amor a la pendiente. Escribo desde una tensión que no cesa de reaparecer: cómo resistir desde la forma, cómo sostener sentido cuando el mundo se fractura. En el corazón de mi trabajo —articulado a través del dispositivo hermenéutico ZIA— habita la idea del deporte como Weltstammräumung: gesto que despeja, cuerpo que restituye, escritura que no huye.
(Neologismo de raíz alemana que alude al acto de desalojar el ruido del mundo para recuperar un espacio originario donde la forma aún tiene sentido.)
Let`s be careful out there