¿Qué es el Infierno? El sufrimiento de no poder amar.

Fiódor Dostoievski, Los hermanos Karamázov

I. Obertura en forma de bumerán

Hay algo en mí que no cesa de contradecirme. Y es eso lo que me salva de la paz.

En tiempos de claridad moral automatizada, cuando Europa ha perfeccionado el arte de sancionar antes incluso de pensar, surge una posibilidad apenas insinuada pero ya palpitante en ciertos pasillos de la virtud institucional: prohibir, cancelar o al menos escamotear con elegancia la obra de Fiodor Mijáilovich Dostoievski. Porque si todo lo ruso debe ser extirpado con celo profiláctico, ¿qué hacer con el autor que mejor escenificó el alma rusa pero también lo hizo con nuestra escisión contemporánea? Quizá ha llegado el momento de actualizar las listas negras: tras los compositores, los novelistas. Tras el gas, los fantasmas.

No se trataría de censura, por supuesto. La Europa tecnocrática ya no necesita piras ni inquisidores: le basta con retirar, congelar, desprogramar. Nada más fácil mientras las chicas juegan al fútbol y se aman en las duchas. Bastaría con una revisión curricular, una alerta editorial, un silencio administrativo. Porque Crimen y Castigo perturba, y Los Demonios resultan inquietantemente actuales. Y porque el dolor de Raskólnikov, la desesperación de Kirilov, la ternura de Sonia, esa humana densidad que no encaja en ninguna agenda de bienestar emocional, amenaza con introducir el virus de la conciencia en una narrativa ( no precisamente literaria ) europea construida precisamente para suprimirla. Pero como ocurre con todo intento de supresión simbólica, el gesto se invierte, y a veces el tiro sale por la la culata.

Esta tentación no es meramente hipotética: ya ha sido puesta en práctica con bochornosa literalidad. En 2022, la Universidad de Milán-Bicocca suspendió un curso sobre Dostoievski para “evitar polémicas” en plena escalada de sanciones contra Rusia, alegando la conveniencia de no incomodar a nadie con un autor tan “excesivamente ruso”. Solo la protesta pública forzó la rectificación. Ese mismo año, el Ministerio de Cultura de España instó a cancelar toda iniciativa cultural vinculada a la Federación Rusa, sin distinguir entre regímenes políticos y obras literarias, sugiriendo que también las universidades debían plegarse a la disciplina geopolítica. Estos episodios no son simples errores administrativos: son el síntoma de una lógica cancelatoria que sustituye el juicio por la obediencia, y la lectura por la profilaxis. La escisión que se intenta exorcizar regresa como forma. Y es esa forma la que Dostoievski llevó al extremo: una forma del pensamiento trágico, una forma de la tensión sin resolución, una forma de la conciencia como herida.

II. El testigo de lo inconsolable

Dostoievski no amenaza a Europa por ser ruso, sino por ser contemporáneo. No porque represente un pasado ajeno, sino porque encarna una herida que sigue abierta. Su escisión no es ideológica, es existencial. La del sujeto desgarrado entre culpa y libertad, entre deseo y ley, entre un pensamiento que busca fundamentos y un mundo que ya no los ofrece. En un continente que renuncia a sus propias contradicciones para simular una paz sin fisuras, Dostoievski introduce la grieta, el desfase, el temblor.

III. Del subsuelo al abismo

El hombre del subsuelo no es un personaje: es una forma de conciencia. En él, cada pensamiento se descompone en su propia regresión, cada idea se derrumba buscando su causa anterior. El subsuelo no es un espacio, es un movimiento hacia abajo, un desmontaje de toda arquitectura moral o filosófica. En ese descenso, Dostoievski se adelanta a nuestra época: una modernidad negativa donde todo fundamento está corroído, y donde pensar significa demoler.

IV. Contra la orgía de lo múltiple

Hoy celebramos la disolución del yo como un logro emancipador. Se exalta el cuerpo, pero como fetiche; se proclama el deseo, pero sin sujeto. Dostoievski vio llegar esa fiesta y no la confundió con libertad. En su obra, la multiplicidad no es afirmación sino enfermedad. La disolución del sujeto es sufrimiento. Sonia ama a Raskólnikov entero no a sus partes; su redención no es el éxtasis de la fragmentación porque su pretensión consiste en poder redimirse en la reunión amorosa de una posible Unidad

V. La lucidez del que desciende

Dostoievski no describe el mal desde fuera: lo carga, lo habita sin juzgarlo. Comprende que el crimen no nace de una teoría sino de una carencia espiritual. Que la culpa no es un concepto sino experiencia. Y que la única forma de hacer justicia es encarnar la herida. En Crimen y Castigo, la escisión se transita. El pensamiento no salva pero tampoco se abandona. Se lleva hasta el final hasta que duele. Y ese dolor es la única forma de verdad.

VI. Besar la tierra

Cuando Aliosha besa la tierra en Los hermanos Karamazov, no realiza un gesto simbólico: afirma un fundamento. No uno metafísico, sino vital. La tierra húmeda, fértil, concreta: esa donde el valor de la vida no es un concepto sino una experiencia encarnada. Frente al Apocalipsis de la desecación, Dostoievski proclama los «ríos de agua viva». El sentido no está en las alturas sino abajo, en el contacto con lo mínimo, con lo común, con lo que se sufre y se ama.

Epílogo: La escisión como verdad

Europa quiere hoy suprimir la escisión para construir un relato sin sombra. Pero la sombra regresa extendiéndose alargada como síntoma de su putrefacción. Populismos huecos, tecnocracias policiales, idolatría fisiológica, cancelaciones sin pensamiento. El bumerán de la escisión negada golpea donde más duele: en el vacío.

Prohibir a Dostoievski no impedirá que lo que él mostró siga ocurriendo. lejos de ello, lo acelerará. Porque la obra de Fiódor Mijaílovich no es una doctrina, es una forma extraordinaria de pensar lo impensable. Y esa forma, en tiempos como los nuestros, es lo único que nos queda.

Leer a Dostoievski hoy no es un acto cultural sino una forma de resistencia. Una forma de no entregarse a la farsa de las certezas, de no simular una Unidad que ya no existe. Una forma de sostener, en la escisión, la posibilidad misma de la verdad.

Ahora observa el interior, y fíjate qué está sucediendo en esos grandes edificios negros, tiznados de humo… Allí, en algún rincón humoso, en algún agujero despierta de su sueño; y toda la noche ha estado soñando con sus botas, por húmedo que, debido a la pobreza, pasa por ser un albergue, algún trabajador ejemplo, que por accidente se le rompieron el día anterior, ¡como si un hombre debiera soñar con semejante tontería! Pero él es un artesano; un zapatero; es lógico que no piense sino en su propia ocupación. Sus niños lloran, y su esposa tiene hambre; y no sólo los zapateros se despiertan por la mañana de esa manera; yo mismo… Eso no importaría, y no valdría la pena escribir sobre ello, pero ésta es la cuestión, Varinka, muy cerca, en la misma casa, un piso más arriba o más abajo, un hombre acaudalado sueña en sus departamentos dorados durante la noche, pudiera ser, acerca de esas mismas botas; es decir, botas en una manera diferente, en un sentido diferente, pero todavía botas, pues, en el sentido en que estoy usando la palabra, Varinka, y todos nosotros somos un poco como zapateros, mi querida; y eso no importaría; sólo que es una pena que no haya nadie junto a la persona acaudalada; ningún hombre que le susurre al oído: «¡Vamos, deje de pensar en esas cosas, de pensar tan sólo en usted mismo, en vivir nada más que para usted mismo; sus hijos gozan de salud, su esposa no suplica por un poco de comida! Mire a su alrededor: ¿no ve nada más noble de qué preocuparse, que sus botas?

Fiódor Mijaílovich Dostoievski, Pobres gentes

Ramónacrobata
Filósofo de formación, escritor por necesidad y ciclista por amor a la pendiente. Escribo desde una tensión que no cesa de reaparecer: cómo resistir desde la forma, cómo sostener sentido cuando el mundo se fractura. En el corazón de mi trabajo —articulado a través del dispositivo hermenéutico ZIA— habita la idea del deporte como Weltstammräumung: gesto que despeja, cuerpo que restituye, escritura que no huye.
(Neologismo de raíz alemana que alude al acto de desalojar el ruido del mundo para recuperar un espacio originario donde la forma aún tiene sentido.)

Let`s be careful out there