Allí / El huésped de mármol
Nota al díptico
Dos maneras de narrar una misma persistencia.
Dos texturas para un mismo silencio.
Un bloque sin forma.
Un hombre sin regreso.
Y lo que queda —allí— cuando todo lo demás se ha retirado.
El misterio es lo único que no se agota.
— Augusto Monterroso
Allí
No vas a creerte lo que te voy a contar acerca de un tipo con el que me crucé la otra noche. No lo conocía de nada, pero bastaron un par de frases y un silencio raro para darme cuenta de que algo no cuadraba. No hablaba como los demás. No miraba como los demás. Se notaba que venía de muy lejos, aunque no en el sentido habitual. Parecía arrastrar algo que no pesaba, pero se notaba. Como si hubiera salido de un lugar donde uno no va por voluntad.
Me lo encontré justo cuando salía del último bar que queda abierto cerca de la estación. Yo había perdido el último tren y él parecía no haber cogido ninguno. Caminaba lento, sin rumbo, y se detuvo frente a una casa antigua, medio comida por la maleza. No había luz, no había timbre. Solo una puerta de madera, reseca, que cedió al segundo intento. Como si supiera que él volvería.
Dijo que lo trajo el recuerdo de una imagen malformada: un vaso en equilibrio, una silla al borde de una sombra. Dijo que lo trajo el sonido de una voz que ya no estaba. O tal vez nadie lo trajo. Tal vez era él el que nunca había salido del todo.
La casa estaba intacta, dijo. No vacía, pero sin signos. Todo como si hubiese estado detenido, esperando que alguien llegara para reanudar el tiempo. No encendió la luz. Se movió como si recordara el espacio desde dentro. Como si cada pared supiera su nombre. Me hablaba y no sabía si era a mí o a sí mismo.
Entonces me contó lo de la puerta. Una rendija apenas visible detrás del perchero, un pliegue que solo reconoce quien no busca. Empujó. Bajó por un pasillo sin luz ni frío. Y allí, en el centro de una sala sin ventanas, lo encontró: un bloque de mármol blanco, sin forma humana, sin inscripción, sin función. No emitía nada. No pedía nada. Solo estaba.
“No sé si era un recuerdo o un desperdicio”, dijo. “Tampoco si estaba allí desde antes de mí, o si fui yo el que lo llevó. Pero no pude tocarlo ese día. Volví arriba. Me acosté. Soñé con una silla vacía que se alejaba por un pasillo de hospital. Al despertar, no supe de quién era el sueño.”
Me habló de los días siguientes. No sabría decir cuántos. Volvía a bajar cada mañana. Se sentaba frente al bloque. No buscaba respuestas. No intentaba entender. Solo lo miraba. Como si mirar bastara para no desaparecer. “Allí supe que había cosas que no se interpretan”, me dijo. “Ni mensajes ni emblemas. Solo persistencias.”
Un día, apoyó la mano. Sintió que la superficie había cambiado. No de temperatura ni de textura, pero ya no era lo mismo. “Había cambiado de relación conmigo”, dijo. “Como si no estuviera fuera ni dentro. Solo… presente.”
Durmió allí esa noche. Sobre el suelo de la sala. Bajo el peso de algo que no sabría nombrar. No buscaba consuelo ni revelación. Solo estar. Me dijo que el bloque ya no era obstáculo ni objeto. Era lo que quedaba cuando todo lo demás se había retirado.
A la mañana siguiente subió. Cerró la puerta. No se llevó nada. Ni un papel ni una palabra. Me dijo que por primera vez en muchos años no sentía peso.
Nos separamos en la plaza. Un gato cruzó el camino con un solo ojo abierto. Alguien gritó su nombre en otra lengua. Una hoja cayó boca arriba.
Y por algún motivo que no sabría explicar, todo eso me pareció suficiente.
—
(Silencio.)
El huésped de mármol
No había regresado. Había dejado que pasara el tiempo, que las habitaciones se llenaran de polvo, que los relojes se pararan sin que nadie advirtiera la hora exacta. No volvió para ajustar cuentas ni para buscar algo olvidado. Volvió porque no supo ir a ninguna otra parte.
La casa seguía en pie. Nadie la habitaba, pero conservaba esa forma de memoria que tienen los objetos inanimados. No había cerrado con llave. La puerta se abrió sin oponer resistencia. Dentro, el silencio no era denso: era antiguo. La luz, apagada desde hacía años, parecía persistir de otro modo, retenida en los marcos, bajo las patas del sofá, en el aire quieto.
No recorrió todas las habitaciones. Fue directo hacia el rincón del perchero. Lo apartó sin vacilar. Detrás, como entonces, la línea vertical en la pared: una grieta que no era del todo grieta, sino pasaje. Bajó las escaleras lentamente, sin encender ninguna lámpara. Recordaba el número de peldaños, aunque nunca los hubiera contado.
La sala permanecía inalterada. Sin ventanas. Sin mobiliario. Solo el bloque. Mármol blanco, pulido, sin marcas. No parecía recién colocado, ni abandonado hace tiempo. Estaba ahí como si formara parte del diseño original de la casa, aunque nadie hubiera hablado nunca de esa estancia.
No se acercó de inmediato. Se sentó a unos metros, como se hace ante algo que no conviene interrumpir. El bloque no era amenazante, ni sagrado. Tampoco vacío. Su presencia tenía algo de interrupción y algo de remanente. No desafiaba, pero exigía atención.
Volvió durante semanas. Sin regularidad. Sin expectativa. En ocasiones se limitaba a estar, a medir el espacio con la mirada, a no pensar. En otras, se quedaba dormido en el suelo, no por agotamiento, sino por una forma de descanso más antigua: la de quienes reconocen algo sin saber qué es.
Una noche, cuando apoyó la palma de la mano sobre el mármol, sintió un leve temblor, no en la superficie del bloque, sino en su interior. Fue algo físico, apenas perceptible, como una vibración que no provenía del tacto sino de una decisión antigua que aún no había sido pronunciada. No retiró la mano. Cerró los ojos.
Permaneció allí más tiempo del que hubiera podido calcular. Al abrirlos, no vio nada distinto. El bloque seguía igual. La sala igual. Pero al incorporarse, supo que ya no regresaría. Que ese descenso no tendría réplica. Había sido visto, no por el bloque, sino por lo que en él se había puesto en movimiento. No había mensaje, ni consuelo. Pero había ocurrido algo. Lo suficiente.
Subió al amanecer. Cerró la puerta. Al salir a la calle, se detuvo un instante. El aire tenía otro espesor, como si el tiempo hubiera vuelto a anudarse con la materia.
Echó a andar sin rumbo claro.
Al tercer paso, comenzó a llover.
No se detuvo.
VI (Suspended Variations) · Tomasz Stanko Quartet
ZIA · Zona Imaginal Autónoma
ramonacrobata · 2025
Let’s be careful out there