Si el tiempo transcurre tan rápidamente es porque no propagamos en él puntos de referencia. Lo mismo sucede con la luna en el cénit y en el horizonte. Por eso son tan lentos esos años de juventud, por ser tan plenos, y tan breves los años de vejez por estar ya constituidos.
Albert Camus, Carnets- Mai 1935- février 1942
Para transitar la altura artística de Teodor Currentzis hay que vivir por encima de los 8.000 metros.
Currentzis aspira a traer al presente el verdadero espíritu de la música pretérita. No se trata de recuperar un sonido de época, sino de escuchar cada composición como la imaginó su creador. Pone un ejemplo: “A veces alguien toca una obra mía y, aunque no esté de acuerdo con la interpretación, la acepto como la única oportunidad que tengo para escucharla. El problema es que, pasados cien años, alguien piense que esa era la forma correcta de tocarla”. Currentzis a fortiori cree firmemente en su intuición para distanciarse de todos los directores, que divide entre reproductores e historiadores, y convertirse en un “poeta”.
Tras su proteica lectura de la Quinta publicada en abril de 2020, que el periódico alemán Die Welt proclamó como «La Quinta del siglo XXI», y que The Times definió como «uno de esos relatos incendiarios que hacen volar la corteza de la familiaridad para sugerir de nuevo la fuerza revolucionaria construida en esta partitura maestra», esta segunda incursión de Currentzis por la gigantomaquia sinfónica Beethoveniana alcanza una cotas a las que hay que subir sin oxígeno y en el más puro estilo alpino si lo que se quiere es disfrutar de su verdadera plenitud, ofreciendonos a cambio un resultado fonográfico de la Séptima de Beethoven en el que parece que el director greco-ruso al frente de su conjunto MusicAeterna habla mentalmente con el genio de Bonn.
Asimismo, con una estudiada megalomanía originada en un» fanatismo por Ludwig Van análogo al del joven protagonista de A Clockwork Orange» de Anthony Burgess, Currentzis elude cualquier tradición interpretativa en aras de la creatividad, como esta grabación de la Sinfonía No.7, a la que no por nada Wagner bautizó como la “apoteosis de la danza” debido al dominio en ella de la estructura rítmica en la que el martilleo es frenético desde el inicio del Vivace, primer movimiento, una vez pasada la imponente introducción, que constituye un movimiento entero (poco sostenuto). Ahora bien, Currentzis y sus músicos, además de desplegar a lo largo de páginas y páginas de partitura todo el báquico frenesí contenido en la obra, encuentran en la séptima un anhelo nostálgico profundamente conmovedor: en lugar de mimarnos con un baño tibio de semántica musical tranquilizadora, Currentzis nos ofrece una ducha fría tonificante y hormigueante. Más importante aún, al regocijarse libremente en el perfil expresivo, la imagen genérica de la Sinfonía parece disolverse frente a nuestros oídos, para revelar superficies musicales prístinas.
Para Currentzis, la Séptima ostenta «la mejor forma jamás lograda en una sinfonía». Compara su perfección estructural a la del clasicismo ateniense, el cénit de la arquitectura clásica donde toda proporción y todo refinamiento de escala se coloca al servicio de la belleza espiritual que rinde homenaje a la protectora de la ciudad, la diosa Atenea.
Como sucede en otras de sus grabaciones, la interpretación de
MusicAeterna de la séptima sinfonía de Beethoven es de primerísima categoría, y los sorprendentes giros y vueltas en la progresión musical de la obra , con acentuaciones inusuales de las líneas de cuerdas, son indicativos de la fuerte voluntad creativa del director. Como dice Peter Quantrill en la nota del libreto de esta dinámica Séptima de MusicAeterna, Teodor Currentzis busca «una arquitectura que descubra la espiritualidad, no un enfoque espiritual que intente encontrar la arquitectura».
Yo habría pensado que más que descubrir, la arquitectura encuentra en ella la gran cualidad de la Séptima que no es otra que su «frescura y su luz», sin perder de vista como escribe Eugenio Trías» en su extraordinario libro La imaginación sonora «que el último movimiento de la Sinfonía Fantástica de Berlioz, con su Sabaoth y su Dies Irae, lo mismo que el primer movimiento de esa pieza inaugural del romanticismo, son impensables sin esta Sinfonía n7 en la mayor».
Pero no importa, estas y otras reflexiones no hacen más que subrayar el grado de dedicación, talento y perspicacia que se ha puesto en esta singularísima visión de la Séptima, que comparte verticalidad con otras miradas de altura como las de Manfred Honeck, Carlos Kleiber o Simon Rattle.
Diga lo que se diga, probablemente no haya actualmente ningún director que polarice tantos desencuentros como Teodor Currentzis. Algunos lo consideran un charlatán que baila frente a la orquesta de manera inapropiada en lugar de dar claramente el compás con la mano. Otros, entre los que me encuentro, perciben su baile como una manifestación profundamente emotiva que estimula a la orquesta a comprometerse plenamente con la tarea en cuestión. Y luego están los críticos a los que no les gusta que Teodor Currentzis no se presente ante la orquesta con frac, sino con pantalones ajustados a la moda y una cómoda chaqueta abotonada en la espalda.Y luego la rusofobia imperante que comparten sectarios, imbéciles e ignorantes, al alimón que tiene como resultado ataques a nivel personal en inanes foros sociales como Twitter y similares. Y es que arrojar lodo de forma anónima parece ser una necesidad básica en amplios círculos de la sociedad humana, Nihil novum sub sole, cuando como en el caso de Currentzis, la crítica «condimenta» las reseñas de sus conciertos y grabaciones con comentarios fuera de lugar y ajenos a la dimensión artística y musical del maestro greco-ruso.
Poco importa a palurdos y paniagüados el compromiso, el trabajo excepcional de Currentzis como director titular de la Orquesta Sinfónica de SWR, ni la abrumadora reacción del público colgando el cartel de no hay billetes en cada uno de sus conciertos, ni sus impresionantes interpretaciones de las sinfonías de Mahler, Tchaikovsky y Shostakovich que no hablan sino en contra de todas estas acusaciones.
Es evidente que no todo lo que aborda Teodor Currentzis resulta un acontecimiento musical de primer nivel, algo que el director de 49 años comparte con célebres antecesores, como Sergiu Celibidache, que no sólo fue director titular de la Orquesta Sinfónica de SWR, sino que también prolongó las críticas de todo tipo en una medida comparable a la de Currentzis por su personalidad, que a uno puede emocionarle más el peso de Rattle (en Berlín), la exuberancia de Carlos Kleiber (con la VPO o el Royal Concertgebouw) o la aguda sensibilidad de Manfred Honeck ( en Pittsburgh), pero que esta grabación de Currentzis es ya todo un referente Beethoveniano está fuera de toda duda.
Ludwig van Beethoven. Séptima Sinfonía. Teodor Currentzis.Musicaeterna
Let’s be careful out there