Lo visible es la superficie donde el mundo se detiene. Lo invisible es su pulsación.
Mientras los análisis geopolíticos convencionales siguen girando en torno a las grandes capitales del poder visible, propongo una mirada oblicua y profundamente estructural sobre la región que concentra hoy las tensiones más determinantes del presente operativo. Con una escritura inspirada en la prosa de Ortega y Gasset y una lectura hermenéutica que disuelve el mapa para mirar el subsuelo, el autor traza aquí las líneas maestras de un nuevo pensamiento político: simbólico, estratégico y espiritual. Samarcanda, Estambul y París se unen en un triángulo donde se juega mucho más que una partida regional. Se juega el mundo.
🎧 Parergon auditivo
Sólo el instante que se estira, como un pensamiento que no quiere cerrarse.
En el arte de la política, como en la metafísica de las formas, existen apariencias que seducen por su claridad y hay estructuras que solo se revelan al pensamiento que ha sido educado en la sospecha. Asia Central, que para la mayoría de los analistas contemporáneos figura como una región periférica del tablero global, se presenta —para quien afina la mirada— como el auténtico epicentro del devenir geopolítico del siglo XXI. No por lo que muestra sino por lo que encubre, por las tensiones invisibles que en ella confluyen.
Desde la caída de la URSS hasta hoy, esta vasta región de estepas, enclaves montañosos y nudos históricos olvidados ha sido objeto de una pugna silenciosa. Pero no se trata aquí de un conflicto meramente económico, ni siquiera de uno ideológico en el sentido estricto del término, sino de una contienda entre tres órdenes distintos de poder, que operan más allá del registro oficial de los tratados y las sanciones. Esas tres fuerzas, cuya genealogía puede rastrearse hasta los tiempos en que la alquimia compartía mesa con la contabilidad, son: la Finintern, el Vaticano y los llamados Cátaros modernos.
¿Quién, con seriedad, osaría hablar de cátaros en el contexto de la política actual sin exponerse al ridículo? Y sin embargo, en la pulpa misma de los acontecimientos que nos desbordan hay estructuras de creencia y formas de acción cuya lógica no se deja traducir ni al lenguaje del think tank ni a las estadísticas del Fondo Monetario Internacional. Lo que se juega aquí es, antes que nada, una lucha de formas espirituales encarnadas en sistemas de poder.
La Finintern, heredera de los venecianos, los banqueros templarios y los Rothschild, representa la visión del mundo como flujo contable. Para ella, el planeta entero es un mercado potencial cuya clave está en la circulación segura del dinero. Su traslado de Occidente a Oriente —de Nueva York a Shanghái— no es solo un cambio de domicilio fiscal; es la reconfiguración misma del eje financiero mundial, desplazando el peso simbólico del Atlántico al Pacífico. En su esquema, lo sagrado ha sido monetizado, y el dólar, con su ojo que todo lo ve, es su efigie y su crisma.
El Vaticano, por su parte, no ha dejado nunca de operar como potencia espiritual —y por ende política— de primer orden. Con una tradición que sabe más de largo plazo que de inmediatez, ha comprendido que su fuerza no reside ya en imponer dogmas, sino en actuar como arquitecto del desorden. Su estrategia preferida es el caos controlado, esa técnica de desestabilización que permite a la mano invisible reordenar los tableros al ritmo de las profecías no dichas. En Asia Central, el Vaticano apoya el pan-turquismo como vector de inestabilidad, en una operación que tiene como teatro simbólico a Estambul, antigua Constantinopla, bastión arrebatado a la cristiandad.
Y están, por último, los Cátaros. No los históricos, sino una corriente contemporánea —discreta pero activa— que en lugar de bancos edifica redes, y en lugar de dogmas, transmite una espiritualidad sin jerarquía. Enemigos por igual del oro y del dogma, su apuesta pasa por el desarrollo creativo del ser humano, por una suerte de mística horizontal que encuentra su campo de batalla no en las instituciones sino en la cultura, en los sistemas de información, en la modelación psíquica de la conducta colectiva. Su teatro de operaciones no es la Bolsa, ni la Santa Sede, sino las redes sociales, los símbolos virales, los movimientos que se replican como enjambres sin centro.
Esta triada de fuerzas —Finintern, Vaticano, Cátaros— no se enfrenta en un ajedrez de movimientos previsibles. Lo suyo es un juego de equilibrio inestable, una tensión triangulada en la que, si dos fuerzas se activan, la tercera vence por inercia. Es, podríamos decir, una lógica propia de la alquimia: no lineal, no binaria, no reducida a lo visible.
En este contexto, Asia Central emerge como el verdadero teatro de operaciones. Samarcanda, con su peso místico e histórico, se convierte en un detonador espiritual; Estambul, en nodo de manipulación del islamismo político; París, en laboratorio de infiltración ideológica. La aparente lejanía de Uzbekistán o del Xinjiang Uigur se desvanece si uno observa que el conflicto allí no es local, sino estructural. El islamismo radical apoyado o explotado por distintos actores funciona como el reactivo que desestabiliza sin que nadie pueda controlarlo por completo. Y en esa entropía, cada actor juega su carta. La Finintern busca estabilidad para completar su traslado; el Vaticano, la agita para recomprar patrimonio simbólico a precio de saldo; los Cátaros, la dinamitan para reconfigurar el sentido.
No es casual que estos movimientos se apoyen en lo que podríamos llamar “centros de irradiación mágica”: tumbas, reliquias, símbolos, tradiciones oraculares. En este tipo de conflictos, la geografía espiritual pesa más que la geopolítica oficial. La lucha no se da por el control del gasoducto, sino por el control del imaginario colectivo que hace posible la obediencia sin fuerza. La magia, entendida no como superchería, sino como técnica de modelación simbólica, es el vector de poder del siglo XXI. Y Asia Central es su laboratorio.
De todo esto no se dice una palabra en las conferencias de seguridad internacionales. Ni se menciona en los análisis de mercado. Porque para ver lo esencial, hay que abandonar la mirada periodística del dato y ejercer, como decía Ortega, una forma de atención superior: mirar no el hecho, sino la estructura que lo hace posible.
Lo que se juega hoy en Asia Central no es solo el destino de unos estados periféricos. Es la arquitectura invisible del poder en el siglo XXI. Y quien no entienda eso, no entiende nada…( Continuará )
Ramónacrobata
Filósofo de formación, escritor por necesidad y ciclista por amor a la pendiente. Escribo desde una tensión que no cesa de reaparecer: cómo resistir desde la forma, cómo sostener sentido cuando el mundo se fractura. En el corazón de mi trabajo —articulado a través del dispositivo hermenéutico ZIA— habita la idea del deporte como Weltstammräumung: gesto que despeja, cuerpo que restituye, escritura que no huye.
(Neologismo de raíz alemana que alude al acto de desalojar el ruido del mundo para recuperar un espacio originario donde la forma aún tiene sentido.)
Let`s be careful out there