Mis personajes no son héroes puros. Son hombres marcados por la culpa, la guerra, y la redención
Clint Eastwood
Ecco una cosa che ho imparato: inutile mentire ad Hallelujah Wood.
Sì.
Nel senso che a lei non importa un fico secco di cosa fai nella tua vita, mentirle sarebbe come rubare il cavallo a uno che te lo vuole regalare.
Esto es algo que he aprendido: resulta inútil mentir a Hallelujah Wood.
Sí.
Me refiero a que a ella le importa una mierda lo que hagas en tu vida: mentirle sería como robarle el caballo a alguien que quiere regalártelo.
Alessandro Baricco, Abel
La última novela de Alessandro Baricco se inscribe en una tradición narrativa que, si bien no pertenece explícitamente al género del Western clásico, dialoga de forma intensa con sus elementos constitutivos. En este texto breve pero profundamente simbólico, Baricco toma los tropos del Western —el desierto, la ley del más fuerte, la venganza, el amor— y los transforma, los estiliza, los vuelve alegoría. Ambientada en una geografía que evoca los espacios míticos del Oeste americano —territorios abiertos, hostiles, donde la civilización parece siempre estar a punto de desaparecer—, Abel no pretende contar la historia de un pistolero al uso. En cambio, se aproxima al corazón mismo del género para desmontarlo: en lugar del héroe clásico, tenemos un protagonista lúcido, despojado de gloria, cuyo viaje está teñido de un aura casi bíblica. El título mismo remite al relato de Caín y Abel, lo que introduce una dimensión simbólica que excede la literalidad del enfrentamiento. La violencia aquí no es sólo física, sino también ética: ¿qué significa sobrevivir en un mundo sin redención? Baricco, con su prosa lírica y contenida, va tejiendo una narración que recuerda más a un poema épico moderno que a una novela de acción. Sin embargo, las raíces del Western están ahí: la figura del pistolero solitario, el silencio como forma de resistencia, y la tensión constante entre el orden y el caos. Uno de los aspectos más destacables de la obra es su minimalismo narrativo. En lugar de construir un mundo exuberante lleno de detalles, Baricco opta por la elipsis, por sugerir más que mostrar. Esta economía del lenguaje no empobrece, sino que potencia la carga simbólica del relato. Cada diálogo, cada gesto, parece cargado de significados latentes. Uno de ellos es Halleluaj.
Dentro del universo suspendido de Abel, la figura de Hallelujah Wood aparece como un contrapeso silencioso, una presencia que no se impone desde la acción sino desde la resonancia. En una novela donde el tiempo ha dejado de ser una línea para convertirse en vibración, ella encarna una forma distinta de habitar esa atemporalidad. Si Abel dispara porque siente, Hallelujah permanece porque recuerda. Y en ese contraste —más sensorial que racional— se despliega una poética del instante que conecta directamente con la filosofía del tiempo.
No es casual que Alessandro Baricco la nombre con una música: Hallelujah. Su presencia en la novela tiene el tono de lo sagrado, no en sentido religioso, sino como aquello que resiste ser explicado. En un mundo donde «el Maestro» enseña que no hay antes ni después, Hallelujah Wood representa el eco de algo que fue, o quizás que podría haber sido, aunque nunca se diga del todo. Ella no rompe la lógica del tiempo suspendido: la profundiza.
Su vínculo con Abel no se construye desde el relato clásico del amor o la pérdida, sino desde la vibración común de dos existencias que se reconocen en lo inmediato. Podríamos pensar en Henri Bergson y su noción de duración: no un tiempo medido por el reloj, sino vivido desde dentro, fluido, indiscernible. Hallelujah no aparece para mover la trama hacia adelante, sino para anclarla en ese presente denso y emocional donde habitan todos los personajes.
En este sentido, ella no es la redención de Abel, ni su destino, sino su reflejo más hondo. Donde él actúa, ella contempla. Donde él dispara, ella canta —no literalmente, pero sí con su presencia, con su modo de estar. Esa polaridad no responde a un esquema binario clásico, sino a una dualidad que recuerda, en clave moderna, la tensión heideggeriana entre el ser y el tiempo: lo que está en juego no es el devenir, sino el modo de estar en el mundo.
Baricco, fiel a su estilo, no nos da claves explícitas. Hallelujah Wood aparece, permanece, y se disuelve en el relato como un acorde que no se resuelve. Pero es precisamente esa cualidad espectral lo que la convierte en figura esencial: ella encarna la posibilidad de otra lectura del tiempo, una donde no hay evolución ni clímax, sino una suerte de eternidad en miniatura. Como si, al igual que Abel, también ella respondiera a una vibración. No con un disparo, sino con una mirada.
Non stavano a raccontarlo troppo in giro, perché un cowboy non si fa estrarre una pallottola da una donna, ma la verità era quella: chi poi ti risolveva i problemi era la figlia. E in quello era speciale, aveva la fama di essere speciale. Insomma, va bene l’ipnosi e tutto, ma a me restò impressa soprattutto lei. Aveva addosso una specie di mistero. Oltre a una bellezza strafottente e luminosa – devo aggiungere.
Come ti chiami?, le chiesi.
Hallelujah.
Stai scherzando?
No. Hallelujah Wood.
Poi mi chiese se avevo qualcosa da curare, una frattura, un proiettile che vagava nella testa, o cosa.
No. Niente. Volevo solo vederti da vicino.
E com’è andata?
Vorresti sposarmi?
Io non mi sposerò mai. Cosa fai per vivere?
Sparo.
Originale.
Però tendo a farlo dalla parte giusta.
C’è una parte giusta?
Quella della legge.
Ah, quella.
Cosa fai stasera?
Esco con te. Vatti a dare una lavata.
Alessandro Baricco, Abel
No lo iban contando demasiado por ahí, porque un cowboy no deja que una mujer le saque una bala, pero esa era la verdad: la que al final te solucionaba los pro-blemas era la hija. Y en eso era especial, tenía fama de ser especial. En fin, que muy bien eso de la hipnosis y todo lo demás, pero a mí se me quedó grabada sobre todo ella. Tenía una especie de misterio. Además de una belleza arrogante y luminosa, he de añadir.
¿Cómo te llamas?, le pregunté.
Hallelujah.
¿Bromeas?
No. Hallelujah Wood.
Luego me preguntó si tenía algo que curar, una fractura, una bala vagando por mi cabeza, o qué.
No. Nada. Solo quería verte de cerca.
¿Y qué tal?
¿Querrías casarte conmigo?
Yo nunca me casaré. ¿Cómo te ganas la vida?
Disparo.
Original.
Pero tiendo a hacerlo desde el lado justo
Hay un lado justo?
El de la ley.
Ah, ese.
¿Qué haces esta noche?
Salgo contigo. Ve a darte un baño.
Alessandro Baricco, Abel
En el panorama de las narrativas que reescriben el Western —como lo hacen Cormac McCarthy o incluso Clint Eastwood —, Abel ocupa un lugar singular. No busca el realismo ni el pastiche, sino la abstracción poética. Es un Western destilado hasta su esencia más trágica y filosófica.
Así, Abel no es solo una reinterpretación del género, sino una meditación sobre sus cimientos: la violencia, la soledad, la búsqueda de sentido en un mundo implacable. Alessandro Baricco, fiel a su estilo, convierte el polvo, el duelo, el rescate y la venganza en una danza de símbolos donde el eco del Western resuena como una melodía antigua reverberando en los silencios de una historia que, como tantas otras, nace de una vibración, de una música.
Le’ts be careful out there