«Non podes deter o presente. Cada día tes que abandonar o pasado. Se non podes acéptalo, se sentes a necesidade de non abandonalo, debes recrealo”.
Louise Bourgeois
No vayas por ahí diciendo que el mundo está en deuda contigo. El mundo no te debe nada. Él ya estaba aquí antes.
Mark Twain
La gente suele pensar que la lectura es accesible a cualquier persona alfabetizada…Pero, lamentablemente, no es así en absoluto. ¿Por qué?
Porque un lector real presta al libro su atención gratuita, todas sus habilidades inmateriales y su capacidad para evocar en sí mismo esa actitud trascendental correcta que es necesaria para comprender un libro. La verdadera lectura no es cuestión de pasar por la mente palabras impresas; requiere atención, concentración y un fuerte deseo de escuchar verdaderamente la voz del autor. La razón por sí sola y la imaginación vacía no son suficientes para leer. Hay que leer y contemplar desde el corazón, apresar las frases y dejar que se deslicen al tacto de los dedos como los senos de una mujer fijados al instante de» aquella fría tarde de un invierno lejano que vuelve siempre». Uno debe experimentar la devoción lectora con un sentimiento apasionado; hay que vivir el drama y la tragedia con voluntad viva; en un poema lírico hay que escuchar todos los suspiros, temblar de ternura, mirar en todos los recovecos y distancias considerando que una gran idea para ser asimilada requiere la completa implicación del lector.
Esto significa que el lector está llamado a reproducir fielmente en sí mismo el acto emocional y espiritual del escritor, a vivir este acto, y entregarse confiadamente a él. Sólo bajo esta condición se producirá el ansiado encuentro entre ambos, y el lector descubrirá lo importante y significativo de lo que preocupaba al escritor y en lo que trabajaba. La verdadera lectura es una especie de clarividencia artística, que se invoca y es capaz de reproducir fiel y plenamente las visiones espirituales de otra persona, vivir en ellas, disfrutarlas y enriquecerse con ellas. El arte de la lectura vence la soledad, la separación, la distancia y la época. Éste es el poder del espíritu: revivir las letras, revelar la perspectiva de las imágenes y el significado detrás de las palabras, llenar los “espacios” internos del alma, contemplar lo intangible, identificarse con personas desconocidas o incluso muertas y, junto con el autor, comprender artística y mentalmente la esencia del mundo creado .
Leer significa buscar y encontrar: porque el lector, por así decirlo, busca un tesoro espiritual escondido por el escritor, desea encontrarlo en su totalidad y apropiárselo. Este es un proceso creativo, porque reproducir significa crear. Esta es una lucha por un encuentro espiritual; se trata de la unión con aquel que primero adquirió y enterró el tesoro buscado. Y a quien nunca lo ha logrado o experimentado, siempre le parecerá que se le exige lo “imposible”.
El arte de la lectura debe adquirirse y desarrollarse en uno mismo. La lectura debe ser en profundidad; debe volverse creativa y contemplativa: Sólo entonces se nos revelará su valor espiritual y su poder formador del alma. Solo entonces entenderemos qué se debe leer y qué no; porque hay lecturas que horadan el alma construyendo su carácter, y hay otras que corrompen y empobrecen.
Sabes que un escritor escribe para ti porque vuelves a él vez tras vez, como regresas al aroma de una mujer para el que treinta y cinco años son un abrir y cerrar de ojos.
Escribir, es también devenir algo distinto del escritor. A aquellos que le preguntan en qué consiste la escritura, Virginia Woolf responde: «¿quién les habla de escribir? El escritor no habla de eso, está preocupado por otra cosa».
Una vida está en todas partes, en todos los momentos que atraviesa este o aquel sujeto viviente y que miden ciertos objetos vividos: vida inmanente llevándose los acontecimientos o singularidades que no hacen más que actualizarse en los sujetos y los objetos. Esta vida indefinida no tiene ella misma momentos, aunque estén muy próximos, sino solamente entretiempos, entre-momentos. Toda esta idea la refleja magistralmente Mircea Cartarescu en su novela «Solenoide» mostrando una sutil maestría en la creación de imágenes vívidas, metáforas complejas y una profunda exploración de la psique humana con un estilo poético, inalcanzable riqueza descriptiva y una profunda capacidad onírica y de introspección inigualables. Además, Cartarescu suele jugar con la estructura narrativa, saltando en el tiempo y el espacio, y fusionando lo real con lo fantástico.
En «Solenoide», Cartarescu aborda temas complejos como la memoria, la identidad, el tiempo y la naturaleza de la realidad. Su prosa deslumbrante y su capacidad para explorar lo profundo de la condición humana hacen que esta novela( toda su obra en general) sea una lectura desafiante pero profundamente gratificante para aquellos que buscan una experiencia literaria única.
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De vez en cuando viene a verme Irina. Es nuestra enjuta y desvaída profesora de Física. Unos increíbles ojos azules iluminan sin embargo su rostro, que recuerda al de una mártir. No he visto nunca unos ojos como los suyos. Irina es como una fotografía antigua y ajada, un retrato en sepia de un ser clorótico, la viva imagen de la resignación, pero es como si en la foto sus ojos hubieran sido agujereados y a través de ellos se viera el cielo azul. Recuerdo cuando la vi por vez primera en La sala de profesores. Era invierno, el invierno del 81. Yo había llegado a la escuela cuando todavía era de noche y me encontraba junto a la ventana, casi del todo empañada por las flores de escarcha. Disfrutaba, tranquilo, de los diez minutos que me quedaban hasta el comienzo de la clase, Dormia todavía en mi interior, a solas en la estancia, cuando se abrió la puerta y entró Irina. Ya en aquel instante, en cuanto los vi, me llamaron la atención sus ojos: eran un collage, el juego de un ilusio-nista. Aquellos ojos no solo no armonizaban en absoluto con el rostro de su dueña -ya por aquel entonces macilento-, sino que ni siquiera armonizaban con la realidad misma. Eran bonitos, pero no en el sentido de cuando se dice que una flor es bonita» o «un niño es bonito», sino como cuando se afirma que «es bonito que existan flores o niños». Por eso, la palabra «bonito solo se adaptaba a ella como sustituta de una palabra inexistente.
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Let’s be careful out there