«¡Oh, si un hombre pudiera saber / el final de este día antes de que llegue! / Pero basta con que el día termine / Y se sepa».
W. Shakespeare, Julio César
En el mundo hay un único peligro: morir de falta de intensidad, apagarse.
Alessandro Baricco
Nuestros miedos nos definen. Forman parte de lo que somos , sentirlos nos hace humanos. Eso es lo único que debemos grabarnos a fuego. Temer, en contra de las ideas que nos acechan, no implica necesariamente debilidad ni flaqueza. Cada uno tiene bajo el brazo la oportunidad de convertir el miedo en una herramienta, un mecanismo, un aliado. Ese debería ser el juego, ver más allá de la negativa capa que cubre la estela de los temores. Ya lo dijo en su día el escritor francés François Maurice, «los miedos son el principio de la sabiduría».
En un mundo cada vez más impasible, hablar de miedos es casi un acto suicida. El escalofriante hermetismo que respiramos a nivel social nos invita a sentir hacia dentro y sonreír hacia fuera. Es absurdo, pero sí, todavía sobrevuela nuestras cabezas esa estúpida idea de que sentir, y sobre todo temer, nos hace frágiles. Por eso no compartimos nuestros miedos, porque sacarlos fuera nos hace sentir vulnerables. Pero, vayamos al meollo de esta entrada.
Mi colpì come la terra se ne stessa aggrappata a quelle pouze d’acqua, e con quale esattezza elegante riuscisse in quel modo a raccontare quel che le era successo. Di tutta la vita che si è vissuta e si vivrà -a saper aspettare e prima que tutto che si dissolva – si incontra il racconto, in attimi speciali, sulla propria strada. E sbagliato aspettar si qualcosa di lineare, come istintivamente si sarebbe por tati a fare. Più facilmente, il racconto di quello che sei stato e che sarai ti viene incontro come una pelle chiazzata di bagliori – pozzanghere lasciate indietro da un uragano in fuga. Vi si specchia il cielo.
Alessandro Baricco, Abel
Me impresionó cómo la tierra vivía aferrada a aquellos charcos de agua, y con qué elegante exactitud lograba explicar e esa forma cuanto le había sucedido. De toda la vida que uno ha vivido y vivirá- si se sabe esperar, y antes de que todo se desvanezca-, uno encuentra el relato, en momentos especiales, en su propio camino. Es un error esperar algo lineal, como instintivamente nos sentiríamos inclinados a hacer. Es más fácil que el relato de lo que has sido y lo que serás te salga al encuentro como una piel manchada de destellos: charcos dejados atrás por un huracán en fuga. Donde el cielo se refleja.
Alessandro Baricco regresa con una nueva novela ocho años después de El joven esposo escrita en 2015 y en la Feria del Libro de Turín dice haber escrito Abel ( Feltrinelli ) «por amor al gesto de escribir. Seguí adelante, le puse una enfermedad, la pandemia, y él estuvo ahí» .
En ella, la noción de tiempo es dilatada y nunca lineal sino reparable, juntando los capítulos como las piezas de un rompecabezas; los propios capítulos tienen como título la primera frase de cada historia. La historia es simple:
Abel tenía veintisiete años cuando se convirtió en leyenda. Acabó con un robo disparando simultáneamente dos pistolas a objetivos diferentes. Un disparo conocido como el Místico, que pocos son capaces de realizar con su precisión. Es el sheriff de una pequeña ciudad de un Oeste imaginario y está enamorado de Hallelujah Wood, una mujer que tiene algo de misteriosa, «manos pequeñas y labios orientales», una mujer libre que entra y sale de su vida sin pedir permiso. Ella también le ama: de vez en cuando se marcha sin que él sepa adónde va – «pasamos sin detenernos, así es como funciona»-, pero siempre vuelve. La madre de Abel, en cambio, se marchó años antes para no volver jamás. Se llevó los cuatro mejores caballos y lo abandonó a él, a sus hermanos y a su hermana a su suerte. Una bruja le dijo una vez: «Será muy doloroso, pero un día, Abel, te prometo que nacerás». Sin embargo, en esa simpleza, Alessandro Baricco da vida a una novela que es una historia espiritual, sapiencial, y al mismo tiempo un western donde la escritura es geométrica y la historia visionaria.
Abel ha sido definida por el autor turinés como » un western metafísico » que condensa la historia espiritual del protagonista, los acontecimientos particulares de su familia, una historia de amor, todo en un relato visionario que emerge de una estructura temporal precisa .
El escenario es a la vez real y filosófico, una ocasión para poder hacer un viaje hacia nuestro interior, una manera de poder decirnos lo que somos hoy. Sentimos verdadero el western que describe, imaginamos los valles duros de El bueno, el feo y el malo , pero también las escenas más divertidas de Le llamaron Trinidad , escuchamos, mientras leemos, las notas inconfundibles de las bandas sonoras de Sergio Leone. La musicalidad de la novela nos empuja a escuchar en lugar de leer, las palabras, en manos del fundador de la Escuela Holden, se hacen conocidas.
Leyendo a Abel , o más bien escuchando las palabras de Baricco, también a nosotros nos gustaría estar ahí , viviendo esa época, sintiendo el calor seco de los claros desorientados. Nos contentamos con saber que cada libro que leemos es una vida más que vivimos y esta vida que nos regaló Alessandro Baricco sabe a poniente, a caballos, a armas y a libertad.
Una irrefrenable lectura sobre el tiempo y el amor”, un relato perfectamente hilvanado con el que convence al lector del sortilegio de que “el amor es el único sistema que logra cerrar la herida del tiempo”.
La brillantez del estilo de Baricco se encuentra en su capacidad para ser a la vez espiritual e ingenioso de una manera directa, irónica y sorprendente. Un libro hermosísimo, exquisito, elegante: otra pequeña obra maestra del delicado escritor turinés.
Sparare lo fai col corpo, è una cosa animale. E il corpo, che ha fame. L’animale.
Sicuro?
Nel senso?
Pensa alla mente. Va a mille la mente, quando spari, vero?
Sì.
Come la spegni dopo? Se la apri fino a registrare ogni più nascosto dettaglio, come la chiudi poi? Puoi giusto accecarla, sospenderla, soffocarla. Il sesso è un ottimo sistema.
Come cazzo le sai queste cose?
Ma non basta, alla fine non ti riesce veramente e allora devi tirare fuori qualcosa di più, una, diciamo, violenza. Tu non scopi delle donne, vicesceriffo Crow, e neanche me. Tu in quei momenti ti fotti la mente, il tuo talento, le mani sul calcio della Colt, la decisione di vivere per sparare, sparare per vivere, tutta la tua esistenza, quello che sei, ti fotti tutto in una volta, e solo questo ti può strappare alle tue insonnie, sparare e fottere, fino a stramazzare su un letto.
Hey.
Scusa.
Hey hey.
Va tutto bene.
Che ti prende?
Niente, niente, scusa, Abel.
Dimmi.
Sparare non è un mestiere qualunque. Ti prego non pensare mai che sia un mestiere come gli altri.
D’accordo.
Sparare è una condanna, Abel. Prima o poi, pensaci, ti prego.
D’accordo.
Fallo.
Lo farò.
Ti amo Abel.
Anch’io.
Vieni qui e scopami.
No.
Sì, con dolcezza. Lento, un’onda. Ti prego, Abel Crow. Fallo adesso.
Alessandro Baricco, Abel
Disparar lo haces con el cuerpo, es algo animal. Es el cuerpo el que tiene hambre. El animal.
¿Seguro?
¿A qué te refieres?
Piensa en la mente. La mente se pone a mil cuando disparas, ¿verdad?
Sí.
¿Cómo la apagas después? Si la abres para captar hasta el detalle más recóndito, ¿después cómo la cierras? Puedes cegarla, como mucho, suspenderla, sofocarla. El sexo es un óptimo sistema.
¿Cómo coño sabes esas cosas?
Pero no basta, al final no lo consigues de verdad y entonces tienes que sacar de ti algo más, una, digamos, violencia. Tú no te tiras a las mujeres, ayudante Crow, ni tampoco a mí. En esos momentos tú te follas a tu mente, tu talento, tus manos en la culata del Colt, la decisión de vivir para disparar, disparar para vivir, toda tu existencia, lo que eres, te lo follas todo de una vez, y solo eso puede arrancarte de tus insom- nios, disparar y follar, hasta quedar rendido en una cama.
Hey.
Perdona.
Hey, hey.
Todo va bien.
¿Qué te pasa?
Nada, nada, perdóname, Abel.
Dime.
Disparar no es un trabajo cualquiera. Te ruego que no pienses nunca que es un trabajo como los demás.
De acuerdo.
Disparar es una condena, Abel. Antes o después, piénsalo, por favor.
De acuerdo.
Hazlo.
Lo haré.
Te quiero, Abel.
Yo también.
Ven aquí y fóllame.
No.
Sí, con dulzura. Despacio, una ola. Por favor, Abel Crow. Hazlo ahora.
Lo sé, lo sé. Palabras, palabras, palabras», le contesta Hamlet a Polonio cuando este le pregunta qué está leyendo. Efectivamente: está viendo palabras. Fuera de su contexto, la respuesta de Hamlet remite a la fisicidad gráfica de la palabra, su forma, su signo. Lo que se ve, lo que vemos.
Lo sé, lo sé, sí, soy palabrófilo. Me obsesionan, me fascinan, me sorprenden las palabras. Las indago, las escruto ; es acaso mi filia griega que tiene que ver con el amor, con el afecto por y hacia algo o alguien, con la lealtad, con la creación de comunidad que me produce la lectura. Tiene que ver con el sexto sentido de la palabra, el que incorpora y amplifica los cinco anteriores: el lenguaje en sí mismo. Y con su reverso: el silencio. Solo si callas puedes ver, escuchar, saborear, oler, tocar la palabra, mientras la lees, la dices, la escuchas. «Palabras, palabras, palabras», estas palabras, ahora.
Un trampolín en el silencio de una habitación vacía, una frase imposible de sacar de la cabeza, una voz y el oído muy lejano al que puede llegar, una historia; un narrador inexistente que apenas se encuentra por la desolación, la rabia y a veces el nihilismo que tejen sus personajes. Eso es la Literatura de Alessandro Baricco: Una pluma de la que brota La exquisitez formal, la técnica precisa desde la que cuando siente una vibración brota un disparo.
Ma la ferita vive in noi introvabile, come una forza pura che tace sotto il nitore della pelle, preparandosi a diventare. Aristotele pensava che tutta la realtà fosse costruita in questo modo, non solo l’evento singolare della Ferita, e arrivò a coniare una parola, entelechia, per nominare quella tensione che straziava il mondo intero, il suo transitare da intenzione a cosa. Da potenza a atto. En in greco significa dentro. Telos, scopo. Entelechia. Uno scopo dentro. Lo cerco sotto le mie dita. Chiudo gli occhi per cogliere la minima eco, la più minuscola vibrazione. Non è curiosità, non mi interessa sapere come morirò. È che la mia Ferita mi appartiene, io voglio vivere con lei, la voglio tenere con me per ogni tempo, non sprecarla in un istante di morte. È la particella più intima e vera di me. La aspetto. La cerco.
Ciò che Aristotele chiamava entelechia, ad altri uomini, secoli dopo, parve l’essenza stessa di Dio, il suo modo di essere. Lo immaginavano come un’Intenzione senza tempo. Non si è ancora conosciuta forma più raffinata di ateismo.
Alessandro Baricco, Abel
Pero la herida vive en nosotros, inencontrable, como una fuerza pura que calla por debajo de la nitidez de la piel, preparándose para acontecer. Aristóteles pensaba que toda la realidad se construía de este modo, no solo el acontecimiento singular de la Herida, y llegó a acuñar una palabra, entelequia, para nombrar esa tensión que desgarraba el mundo entero, su tránsito de intención a cosa. De potencia a acto. En, que en griego significa «dentro». Telos, «propósito». Entelequia. Un propósito en el interior. Lo busco bajo los dedos. Cierro los ojos para captar el más mínimo eco, la más minúscula vibración. No es curiosidad, no me interesa saber cómo voy a morir. Es que mi Herida me pertenece, quiero vivir con ella, quiero tenerla conmigo todo el tiempo, no desperdiciarla en un instante de muerte. Es la partícula más íntima y verdadera de mí. La espero. La busco. Lo que Aristóteles llamaba entelequia, a otros hombres, siglos después, les pareció que era la esencia misma de Dios, su modo de ser. Lo imaginaban como una Intención sin tiempo. No se ha conocido hasta ahora una forma más refinada de ateísmo
Let’s be careful out there