El presentimiento es como una zona de luz que se extiende y que, al incidir sobre un objeto, convierte el color propio de ese objeto y condicionado por él en una verdad manifestada; la reminiscencia es como el color real así conseguido, tal como un pintor lo tomará del objeto con vistas a transferirlo a objetos afines.»
Richard Wagner, Ópera y drama, 1852
Había visitado la ciudad por primera vez en el verano de 1835, únicamente porque se encontraba de camino hacia Núremberg, pero Wagner nunca había planeado acabar en Bayreuth. Llegó, se marchó y no volvió a pensar en ella durante más de treinta años. Bayreuth había florecido brevemente a mediados del siglo XVIII porque la marquesa Wilhelmine, amante de la cultura, era la hermana favorita del rey Federico el Grande. Pero aquellos días habían quedado atrás. Pocos años después de su muerte, en 1758, sus sucesores estuvieron a punto de arruinarse y recuperaron la liquidez vendiendo mercenarios a británicos y holandeses para luchar en sus guerras coloniales de un modo no muy distinto a lo que hace la OTAN en Ucrania. Cuando Wagner llegó allí en 1835, Bayreuth era una pequeña ciudad de unos pocos miles de habitantes, sólo apta para detenerse brevemente y seguir su camino. Y así lo hizo.
Mientras Bayreuth menguaba, Wagner ascendía en el mundo de la música. Pero durante su mandato como director de la Ópera de Dresde, en la década de 1840, se dio cuenta de que las condiciones reinantes en el mundo teatral nunca iban a poder satisfacer sus ambiciones en constante expansión. Intentó convencer a las autoridades para que le permitieran reorganizar su teatro de ópera y, ante la negativa de éstas, se unió a los revolucionarios en el levantamiento de Dresde de mayo de 1849. Con su fracaso en pocos días, Wagner perdió su trabajo, sus ingresos, su casa y su biblioteca, y tuvo que huir a Suiza para evitar ser ejecutado o enviado a prisión como sus compañeros.
Perderlo todo desesperaría a la mayoría de los hombres, pero no a Wagner. Le sirvió de trampolín mental para crear un mundo absolutamente nuevo de su imaginación en el que él era el amo de todo. Concibió un drama épico, El anillo del nibelungo, que narraba una vasta historia que se extendía desde la creación del mundo hasta su destrucción, cuatro óperas y dieciséis horas después. Como no tenía ninguna perspectiva de que se representara, no sintió ninguna necesidad de contenerse cuando se puso a componer su primera entrega, El oro del Rin, en el exilio suizo en 1853. Está escrita para una orquesta enorme, con maderas a cuatro, ocho trompas, siete arpas y dieciocho yunques, y requiere una tecnología escénica innovadora que aún no existía. Las ondinas nadan en el Rin, los enanos se transforman en sapos y viceversa, y al final un arco iris que hace de puente conduce a un castillo en el cielo mientras las ondinas nadan en el río que fluye por debajo. La personalidad de Wagner era una extraña combinación de soñador utópico y realista inflexible, así que también empezó a planear el teatro que necesitaría para representar lo que estaba componiendo. Incluso pensó en lo que habría sido el primer escenario flotante del mundo: un teatro al aire libre construido sobre barcos amarrados en el lago de Lucerna, con los Alpes como telón de fondo. Pero los suizos no estaban convencidos de que Wagner fuera una buena inversión, así que mantuvieron sus carteras cerradas y le obligaron a abandonar sus planes.
Una década más tarde, cuando encontró un mecenas maleable en el rey Luis II de Baviera, Wagner volvió a soñar a lo grande. Consiguió que su amigo arquitecto Gottfried Semper diseñara un teatro de festivales para Múnich, pero esta iniciativa también fracasó cuando Wagner empezó a inmiscuirse en la política bávara, lo que obligó a Luis a expulsarlo. De vuelta al exilio suizo, esta vez en Tribschen, cerca de Lucerna, Wagner siguió dándole vueltas a su propio teatro y empezó a buscar un lugar adecuado en Alemania. No quería construirlo en una gran ciudad porque necesitaba que su teatro, su música y su persona fueran la principal atracción. Tampoco quería una ciudad balneario, porque atraería a «la gente equivocada». Y no podía ser demasiado cara, porque quería construirse una casita cerca del teatro. Pero tenía que estar en Baviera, para contentar al Rey, y lo bastante céntrica como para que la gente pudiera llegar fácilmente desde toda Alemania. En resumen: Wagner necesitaba una ciudad aburrida, barata y sin nada de interés real para nadie. Y entonces se acordó de Bayreuth.
Cuando la hermana de Federico el Grande estuvo en Bayreuth, construyó un hermoso teatro barroco que tenía uno de los escenarios más grandes del país. A Wagner se le ocurrió que tal vez podría ahorrar aún más dinero representando allí su Anillo, obviando la necesidad de construir su propio escenario. Así que, en abril de 1871, él y su esposa Cosima visitaron la ciudad para comprobarlo. Resultó que el foso del teatro era demasiado pequeño para la orquesta que había planeado (tal vez deseó en ese momento haberse contenido con las arpas y los yunques), pero ambos encontraron Bayreuth agradable y se llevaron bien con los dignatarios locales. Así que decidieron establecerse allí y construir desde cero el teatro que Wagner siempre había deseado. Las autoridades de Bayreuth le proporcionaron gratuitamente un terreno en una pequeña colina cubierta de hierba en la que construir su teatro a las afueras de la ciudad. Incluso adquirió una pequeña parcela junto a la antigua residencia de los Margraves ( marqueses) para el nuevo hogar familiar.
Seamos francos: Baviera estaba llena de lugares igual de aburridos y provincianos pero bonitos en medio de la nada (y aún lo está). Entonces, ¿por qué decidirse por Bayreuth? La razón fue una feliz conjunción de las personas adecuadas en el momento adecuado. Wagner necesitaba algo más que un emplazamiento para su Anillo: necesitaba burócratas inteligentes y perspicaces que le ayudaran a llevarlo a cabo, y los encontró en Bayreuth, en la figura de su alcalde, Theodor Muncker, y de su amigo y aliado, el banquero y político Friedrich Feustel. Muncker era un hombre muy culto, deseoso de modernizar su pequeña ciudad, pero presumiblemente irritado por sus limitadas posibilidades. Feustel, por su parte, estaba emparentado lejanamente con Wagner por matrimonio, lo que parece haber contribuido a cerrar el trato. Además, ambos eran políticamente astutos. Wagner podía tener una reputación dudosa como antiguo revolucionario que despreciaba la moral burguesa, pero era famoso y estaba bien relacionado. Más que eso: era, con diferencia, el compositor más controvertido del planeta. Si construía su teatro y representaba sus obras en Bayreuth, la ciudad se convertiría en un referente y atraería a turistas adinerados que impulsarían la economía local más allá de los sueños más descabellados. Y si no funcionaba, el ayuntamiento no habría perdido nada más que una pequeña colina verde en las afueras que probablemente nadie habría querido nunca. A finales de 1871, Wagner escribió a Feustel para decirle que Bayreuth debía tener alojamiento suficiente para las aproximadamente 200 personas necesarias para representar sus óperas, además de suficientes camas de hotel para unos 2.000 visitantes en el mes del Festival propiamente dicho. Para una ciudad que en 1870 aún no llegaba a los 20.000 habitantes, estas cifras prometían un buen rendimiento económico con una inversión menor.
En abril de 1872, Wagner, Cosima y sus hijos abandonan Tribschen y se trasladan a Bayreuth, alojándose por el momento en el Hotel Fantaisie. La ceremonia de colocación de la primera piedra del nuevo Teatro de Festivales se organizó para la mañana del 59 cumpleaños de Wagner, el 22 de mayo de 1872. Para darle la máxima publicidad, la combinó con una interpretación de la Novena Sinfonía de Beethoven ese mismo día, y la ciudad se inundó de visitantes, entre ellos representantes de periódicos de todo el mundo. De repente, Bayreuth era el centro del mundo de la música: Feustel y Muncker debían de estar encantados.
La prensa alemana informó del acontecimiento con el decoro y la deferencia apropiados. Pero, de hecho, la ceremonia principal fue un desastre. Llovió constantemente, todo el mundo se empapó y Wagner pronunció un pomposo discurso al que la mayoría no se molestó en asistir debido al barro, y que de todos modos a duras penas pudo oírse bajo el aguacero. El banquete posterior fue un acontecimiento de «horrores culinarios», según el corresponsal del Times (y si a un crítico inglés la comida le pareció mala, entonces debió de ser muy mala). Pero la interpretación de la Novena de Beethoven por parte de Wagner -la primera que dirigía en casi veinte años- fue, a decir de todos, un éxito fabuloso. El crítico del Times afirmaba que «nunca había entendido del todo su estructura maravillosamente grandiosa y armoniosa hasta hoy», y añadía que «Wagner es tan virtuoso con la orquesta como Liszt con el pianoforte».
Ayudados hábilmente por Feustel, Wagner y sus discípulos se dedicaron a recaudar dinero para su Teatro de Festivales vendiendo los llamados “certificados de mecenas”. Cada uno de ellos costaba 300 táleros y garantizaba entradas para las primeras representaciones del Anillo cuando finalmente se llevara a cabo. Wagner anunció que el primer Festival tendría lugar en 1873. No fue así; no estaba preparado. Se pospuso hasta 1875, y de nuevo hasta 1876. El dinero seguía siendo un problema constante. Toda la empresa estuvo a punto de derrumbarse a principios de 1874, pero se salvó en el último momento cuando, a pesar de las negativas iniciales, el rey Luis II concedió un enorme préstamo además de todo el dinero que ya había dado. En abril de 1874, Wagner y su familia pudieron mudarse a su nueva casa de Bayreuth, que bautizó como “Wahnfried” (una enrevesada palabra compuesta que significaba que sus ilusiones —Wahn— habían encontrado por fin la paz —Friede—). Los ensayos del primer Festival comenzaron en 1875, y en agosto de 1876 El anillo del nibelungo estaba listo para el público.
Este primer Festival fue el mayor acontecimiento musical europeo del año. La cobertura de la prensa fue mucho mayor que en el caso de la Novena de Beethoven cuatro años antes, y esta vez entre el público se encontraban los emperadores de Alemania y Brasil junto al rey Luis II, además de toda una serie de compositores, directores, artistas y aristócratas, entre ellos Piotr Ilich Chaikovski, Anton Bruckner y Camille Saint-Saëns. El público nunca había visto un teatro igual. El arquitecto de Wagner, Otto Brückwald, se basó en el proyecto de Semper para Múnich, aunque también contó con la colaboración activa del propio Wagner. El auditorio está escalonado, de modo que casi todos los asientos tienen la misma vista del escenario, una noción democrática que Wagner defendió desde que imaginó el teatro en la década de 1850. El foso de la orquesta está semicubierto, de modo que el director y los músicos permanecen invisibles para el público en todo momento, sin que nada distraiga de la experiencia escénica. También parece que Bayreuth fue el primer teatro en el que se apagaron completamente las luces antes de una representación, otro ejemplo en el que Wagner abrió nuevos caminos. Tampoco había vestíbulo para que el público se mezclara. En su lugar, se veían obligados a reunirse al aire libre, para ser llamados de nuevo al interior por fanfarrias que tocan desde el balcón.
Wagner se encargó de la producción y dejó la agotadora tarea de dirigir el Anillo a su mano derecha, Hans Richter. Surgieron los habituales problemas iniciales que afectan a cualquier producción operística: los cantantes se quedaban afónicos y los cambios de escena a veces salían mal. Pero la impresión general fue abrumadoramente positiva. Sólo Wagner estaba desesperadamente descontento. Pocos días después de la última representación, le confesó a Cosima que todo había salido mal: los tempi, los decorados, los cantantes, todo. Sólo quería morir, dijo. No debería sorprendernos. Había alimentado su utopía durante un cuarto de siglo, y ver nuestros mayores sueños concretados en el mundo real nunca puede igualar la imagen mental que tenemos de ellos. Peor aún: el Festival sufrió una pérdida aún mayor de lo previsto, casi arruinando a Wagner por completo. Nunca volvería a ver su Anillo en Bayreuth. Pero un viaje a Italia pronto le puso de mejor humor. En dos años, el empresario Angelo Neumann consiguió poner en escena todo el Anillo con beneficios, primero en Leipzig, luego en Berlín y más tarde de gira por toda Europa. No sólo demostró ser mucho mejor hombre de negocios que el Maestro, sino que su producción incluso proporcionó a Wagner los fondos que necesitaba para componer su siguiente ópera, Parsifal.
Wagner había construido su Teatro de Festivales específicamente para representar El Anillo del Nibelungo. Con Parsifal, las cosas fueron al revés: se concibió para adaptarse al teatro terminado. Él y sus herederos prohibieron la representación de Parsifal fuera de Bayreuth, por lo que todo aquel que deseara disfrutar de la obra antes de que expiraran sus derechos de autor tenía que desplazarse hasta allí. Y a lo largo de los años acudieron en masa: desde Claude Debussy a Edward Elgar, Jean Sibelius e incluso Igor Stravinsky. De hecho, todavía hoy hay que ver y oír la obra en el Teatro de Festivales para entenderla bien. Wagner era un maestro de la acústica que había demostrado una y otra vez su genio para escribir música adaptada a un espacio concreto, ya fuera componiendo para mil cantantes en la Frauenkirche de Dresde en la década de 1840 (El ágape de los apóstoles) o para trece instrumentistas en la escalera de su casa de Tribschen en 1870 (el Idilio de Sigfrido). Y lo mismo ocurre en un grado mucho mayor en Parsifal, cuyos semicoros y voces incorpóreas al final del primer acto crean impresionantes efectos espaciales que Wagner había calculado con precisión tras escuchar su Anillo interpretado en esa acústica en 1876.
El Teatro del Festivales de Bayreuth tuvo incluso una repercusión inesperada en el país donde Wagner había previsto originalmente la puesta en escena de su Anillo. Cuando Suiza decidió construir un nuevo Parlamento Federal en Berna a finales del siglo XIX, el arquitecto elegido, Hans Wilhelm Auer, se basó en gran medida en los planos que su antiguo maestro, Semper, había hecho para el Teatro de Festivales de Wagner. La sala de debates de la Cámara Alta del Parlamento suizo tiene forma de teatro, con arco de proscenio y todo. Sin embargo, hay una gran diferencia entre Berna y Bayreuth. El auditorio Auer tiene una acústica notoriamente deficiente. Pero Wagner había retocado intuitivamente los planos de Semper antes de que se construyera Bayreuth, y el resultado es la acústica de primera clase que todo el mundo alaba.
Wagner organizó el segundo Festival de Bayreuth en el verano de 1882 específicamente para representar Parsifal. Volvió a ser el responsable de la producción, y de nuevo dejó la dirección en manos de otra persona, en esta ocasión Hermann Levi, director titular de la Orquesta de Múnich, aunque el propio Wagner entró en el foso y tomó la batuta hacia el final de la última representación de la obra. Como el foso está semicubierto y permanece oculto a la sala, nadie en el auditorio se dio cuenta hasta después. Ese invierno, Wagner y su familia se retiraron al sur para escapar de los rigores del invierno de Bayreuth, como era su costumbre anual. Allí murió —en Venecia— el 13 de febrero de 1883.
El cuerpo de Wagner fue trasladado a Bayreuth en un ataúd de plomo y enterrado en el jardín trasero de Wahnfried. No había dejado testamento, así que Cosima asumió la dirección del Festival. Ella siempre había sido muy modesta, y que una mujer —cualquier mujer— dirigiera un teatro de ópera era algo inaudito. Así que la mayoría de la gente supuso que el Festival moriría con su creador. Pero no fue así. Cosima demostró ser una consumada organizadora con un carácter férreo. La incapacidad de Richard como gestor les había dejado durante años al borde del desastre. Pero bajo los auspicios de su viuda, el Festival de Bayreuth floreció como institución anual, representando cada vez más obras de Wagner, hasta El holandés errante. Con el tiempo, cedió la dirección del Festival a su hijo Siegfried, y en la actualidad el Festival sigue siendo dirigido por la familia Wagner, aunque ya no como propiedad familiar, sino a través de una fundación sostenida por el Estado. Las primeras óperas de Wagner han permanecido hasta ahora fuera del “canon de Bayreuth”, pero la tercera, Rienzi, se representará finalmente en Bayreuth por primera vez en 2026, en el 150 aniversario del Festival inaugural.
El Festival de Bayreuth ha sobrevivido a la muerte de su creador, a dos guerras mundiales y a su apropiación por los nazis, consiguiendo siempre reinventarse como espejo de la época y atrayendo todavía a los mejores artistas de nuestro tiempo, de Daniel Barenboim a Pablo Heras Casado. Wagner había previsto en un principio la asistencia de 2.000 personas a su Festival, pero la cifra anual asciende hoy a casi 60.000. Cuando Theodor Muncker y Friedrich Feustel tuvieron la corazonada de que atraer a Wagner a Bayreuth podía ser bueno para su pequeña ciudad, no tenían ni idea de que iban a cambiarla para siempre.
En Bayreuth se encuentra la abertura que comunica la realidad con lo mágico. Si existen los besos prolongados jamás ha habido uno que dure más que el beso entre Kundry y Parsifal dentro de él, en su intersticio, el tiempo transcurre de modo diferente, como en esta bellísima descripción del Alentejo que hace Antonio Lobo Antunes:
O Alentejo, verificou ele estendendo o ouvido para além do motor, a apalpar o voo das grandes borboletas negras da tarde nascidas dos chaparros à maneira de trémulas folhas de sombra, dos campos amarelos do verão e das oliveiras eternamente misteriosas, eternamente nocturnas, prateadas e lilases no ar quente da tarde, o Alentejo começa por ser esta cor diferente do silêncio, esta textura branca do silêncio que os cães distantes rasgam, de quando em quando, de latidos vermelhos como o clarinete dos palhaços
Pues el hombre es ese ser sin edad fija, ese ser que tiene la facultad de tornarse en unos segundos muchos años más joven, y que, rodeado por las paredes del tiempo en que ha vivido, flota en él, pero como en un estanque cuyo nivel cambiara constantemente y le pusiera al alcance ya de una época, ya de otra.
Marcel Proust, La fugitiva
Let’s be careful out there