Exoneras el vientre, y no te da vergüenza, en un desgraciado bacín de oro, Baso, y bebes en copa de vidrio: cagas, por tanto, más caro

Marcial, Caprichos de nuevo rico, Epigramas XXXVII

No podemos separar la conciencia del ser, del existir, de la memoria, la propia, la personal y, cómo no, la colectiva. La memoria no es una actividad meramente proyectada hacia el pasado, sino que contribuye, como agente, a construir el presente y el futuro. Tanto es así que la memoria no tiene otro sentido que el que adquiere en el presente, al representar, esto es al hacer presente el pasado con el fin de entender el hoy o de proyectar el mañana.

La identidad se fundamenta en la memoria y en su versión textualmente elaborada, la historia. El relato histórico es, pues, uno de los agentes esenciales que sustentan las comunidades humanas, un generador del capital simbólico, bien compartido y transmitido, bien modificado y criticado de generación en generación, de siglo en siglo. No existen sociedades humanas carentes de relatos, de historia narrada, de símbolos transmitidos.

Este llano fue plaza, allí fue templo: 

de todo apenas quedan las señales.

 Del gimnasio y las termas regaladas

 leves vuelan cenizas desdichadas.

 Las torres que desprecio al aire fueron

a su gran pesadumbre se rindieron.

Este despedazado anfiteatro, 

impío honor de los dioses, cuya afrenta

 publica el amarillo jaramago, 

ya reducido a trágico teatro, 

oh fábula del tiempo!, representa

cuánta fue su grandeza, y es su estrago…

Rodrigo Caro, canción a las ruinas de Itálica

La dominación romana unificó hasta cierto punto la Península, pero no en forma de un Estado propiamente dicho, sino como una colonia dependiente del Imperio, y es en esta situación política en la que florecen en España pensadores y escritores notables como, Quintiliano, renovador de la Retórica, los poetas Canio Rufo y Deciano, los jurisconsultos Luciniano y Materno y el agrónomo Columela. Pero sobre todos ellos, descollaría Marcial, poeta satírico nacido en Calatayud, que en sus más de quinientos epigramas escribe una crónica descarnada de la vida cotidiana, con los vicios, públicos y privados, de la Roma imperial. Amigo de Quintiliano, Plinio «el Joven» y Juvenal, Marcial incorpora el realismo crítico propio de la mentalidad romana sin abdicar de una actitud interesada y vital de halago a los poderosos. Desde su residencia en la metrópoli, el escritor  recordaría con nostalgia las tierras de Hispania, a la que regresaría para morir. La cultura española es entonces un reflejo exacto de la romana, y solamente en los casos de Moderato de Gades y de Calcidio recoge pálidamente algo de las postrimerías del helenismo.

Es muy poco lo que se sabe de Moderato de Gades, que debió nacer en Cádiz (h. 66) y vivir en Roma, por lo menos hasta la fecha del decreto de expulsión de los filósofos. Escribió una Vida de Pitágoras, filósofo por el que había sido muy influido. En realidad, hay que inscribirle dentro del pitagorismo, si bien trata de armonizar esta doctrina con la platónica. Atribuía símbolos místicos a los números, a los que compara con los dioses, dándoles sus nombres: Apolo era la mónada; Artemis, la díada; Gamos y Afrodita, la héxada; Kairós y Atenea, la hebdómada; Poseidón, la ogdóada; Panteleia, la década. Sigue la doctrina clásica de considerar al uno como causa de unidad y existencia de todas las cosas, y al dos, de la diversidad, la multiplicidad y el cambio. Quizá lo más original es su concepto de las tres unidades supremas, en que aparecen ya sugeridas las tres hipóstasis de Plotino: la primera, como trascendente al ser; la segunda, a la que identifica con la inteligencia y es, por lo tanto, el mundo de las ideas; la tercera, que es el alma, partícipe de la unidad y de la inteligencia. Al margen de las tres unidades está la díada, que es la materia caótica ordenada por el Demiurgo, sobre la base de imitar el mundo de las ideas.

Aún permanecía la Península Ibérica bajo la dominación romana, cuando ya el cristianismo se había difundido ampliamente por sus tierras. Los nombres de Osio, obispo de Córdoba, Paciano,  Aurelio, o  Prudencio, son hoy conocidos. Pero en el campo de la filosofía, sobresale, la figura de Calcidio (siglo IV), que había traducido y comentado el Timeo, fuente única del platonismo medieval, pues hasta el siglo XII no empezarán a circular otras versiones de los diálogos platónicos. 

En lo que se refiere a su doctrina, hay que encuadrarla dentro del neopitagorismo o platonismo medio, con elementos cogidos de las doctrinas aristotélicas y estoicas. Aunque cita a Filón y a Orígenes, no lo hace nunca con Plotino o Porfirio. Hasta se ha dudado de que fuese cristiano, pero sus alusiones al Viejo y Nuevo Testamento parecen atestiguarlo; si las que hace a este último resultan veladas, muy bien pudiera deberse a las persecuciones, entonces a la orden del día. Por lo que se refiere a su comentario del Timeo, está considerado como uno de los mejores de los tiempos antiguos y medios; a su través desarrolla un conocimiento enciclopédico, en el que entran las más variadas materias, desde aritmética y geometría hasta cosmogonía, astronomía, antropología y teología.

Calcidio elogia la filosofía, considerándola como el mayor beneficio que ha recibido el género humano, y a la cual divide en teorética (o contemplativa) y práctica (o actuosa). En lo que toca a la realidad, distingue tres clases de seres: 1) las ideas, fijas, estables, perceptibles por el entendimiento y que, por tanto, constituyen el objeto propio de la ciencia; 2) las cosas sensibles, que tienen formas propias (species nativae), aunque son mudables y cambiantes, y constituyen objeto de opinión; 3) la materia considerada en sí misma, que al no ser inteligible ni sensible, no es objeto de ciencia ni de opinión, sino de un conocimiento ilegítimo al que llama scientia adulterina. Por lo que se refiere a las teorías astronómicas, recoge las ideas de la época, combinación de teorías platónicas, pitagóricas y alejandrinas. Según éstas, el Universo está rodeado de una esfera envolvente (cielo inmóvil), dentro de la cual se halla la serie escalonada de esferas móviles, en las que se ubican todos los astros. Hay bajo el cielo inmóvil cuatro regiones, cuya perfección es cada vez menor a medida que se acerca a la Tierra, y habitadas por seres vivientes, pues también los astros lo son. La primera región la del fuego puro y sereno- está habitada por los astros, que son seres divinos, perfectos, inmortales, dotados de inteligencia y constituidos por un cuerpo purísimo e incorruptible. La segunda región es la del éter, habitada por daimones etéreos, en presencia del trono divino, y son como ángeles superiores. La tercera región es la del aire, donde residen los daimones aéreos, a los que se considera como ángeles inferiores por estar sujetos a pasiones. La cuarta región es la de la sustancia húmeda, habitada por daimones malos. En el centro del Universo se halla la Tierra, considerada como redonda e inmóvil.

En su concepción antropológica, Calcidio considera al hombre como compuesto de alma y cuerpo; este último consta de cuatro elementos naturales y cuatro humores. El alma, en cambio, es inmortal carece de composición, a pesar de lo cual distingue en ella tres parte superior (cabeza), media (corazón) e inferior (vientre).

En la cumbre de todos los seres está el Ser Supremo, que es al vez Sumo Bien, superior a toda sustancia y a toda naturaleza, incomprensible para todos los hombres y al cual tienden todas las cosas; e también causa de los demás seres y gobierna el Universo entero. Hay un doble proceso en la relación de Dios con las criaturas: un proceso de «disolución» que va de aquel a éstos, mediante un desarrollo descendente; un proceso de «composición» que va de las criaturas a Dios y que tiene un carácter ascendente. Por supuesto, Calcidio admite la creación del mundo por Dios, si bien afirma que esa creación no fue en el tiempo sino ab aeterno; hay en su comentario un intento de conciliar la doctrina cristiana con la platónica. Por eso, probablemente, reduce la creación a una simple ordenación de cosas preexistentes.

Dios está por encima de todas las demás realidades. Luego sigue el mundo de las Ideas, que son los ejemplares eternos de todas las cosas sensibles. El mundo inteligible y el sensible aparecen como contrapuestos y directamente relacionados; si el primero es el modelo eterno (exempla), el segundo es la copia temporal (simulacra). El cristianismo de Calcidio le impide seguir el esquema platónico, y ello le lleva a dejar en un ámbito confuso el tema de la relación entre Dios y el mundo inteligible.

Te admiras, Avito, de que yo hable con mucha frecuencia de gentes remotas, habiendo envejecido en la capital del Lacio; que sienta sed de las aguas del aurífero Tajo y que desee volver al patrio Jalón, y a los campos mal cultivados de una casita bien abastada. Me gusta la tierra en que soy rico con poco, y los recursos pequeños me hacen nadar en la opulencia.

Marcial, Epigramas

Las doctrinas gnósticas y maniqueas parece que fueron difundidas en España por un egipcio llamado Marcos, el cual ganó a su causa al retórico Elpidio y a una dama llamada Agape. Llegó a formarse una secta cuyos adeptos tenían reuniones secretas, profesaban un ascetismo riguroso, la pobreza, la continencia, la abstinencia de carnes y condenaban el matrimonio. Se consideraban como elegidos y se llamaban hermanos. A ellos se reunió Prisciliano, joven gallego, de rica familia, instruido y elocuente, pero terco, vanidoso y amigo de figurar. Hizo numerosos prosélitos, entre otros a los obispos Instancio y Salviano, pero especialmente entre el elemento femenino. La secta se difundió por Galicia, Lusitania y Bética.

Entre los enemigos de Prisciliano, el principal fue Idacio de Mérida, quien, viéndose impotente para reprimir el movimiento, le llevó a un sínodo de Zaragoza (380), donde una serie de prácticas priscilianistas fueron condenadas. Instancio y Salviano, en lugar de someterse, replicaron nombrando a Prisciliano obispo de Ávila. El asunto llegó al emperador Graciano, quien desterró a Prisciliano y a todos los obispos de su secta; así pudieron defender sus doctrinas por Aquitania. En Burdeos, Prisciliano fue rechazado por el obispo; pasó después a Roma, intentando ser recibido por el papa Dámaso, pero tampoco lo consiguió. Quiso entrevistarse con San Ambrosio de Milán, quien también se negó a mantener contacto con los priscilianistas. El emperador Máximo, que se había sublevado contra Graciano, a quien derrotó, dio orden de destierro contra ellos, tras un sínodo donde sus doctrinas fueron condenadas. Prisciliano y otros compañeros suyos apelaron a Máximo, quien hizo pasar el proceso del tribunal eclesiástico al civil. Este tribunal no podía acusarlos de herejía, pero, en cambio, les imputó el crimen de maleficio (prácticas mágicas), que estaba rigurosamente perseguido por las leyes romanas. El resultado fue que Prisciliano, junto con otros compañeros suyos, fueron condenados a muerte y decapitados en Tréveris en  el año 385

El hecho de que la mayoría de los escritos priscilianistas se hayan perdido nos impide conocer con precisión sus doctrinas. Uno de los libros conservados son los Noventa cánones,  que tampoco es absolutamente fiable para reconstruir el pensamiento de Prisciliano, pues la versión conservada está corregida por el obispo Peregrino.

El fondo maniqueo del priscilianismo se observa en el hecho de que opone el principio material a la naturaleza divina; ésta es origen del Bien, aquél del Mal. Admite también la preexistencia y transmigración de las almas, cree en la astrología y sostiene la existencia de libros de inspiración divina al margen del canon oficial.

Siete siglos de presencia romana apuntalan una herencia que, a hombros del latín, el cristianismo y el derecho, se mantiene viva hasta hoy: despreciar y olvidar esta herencia, es el camino más corto hacia el desastre, y vamos hacia él.

Let’s be careful out there