Puede que el concierto de Navidad de Seabrook sea una menudencia en el gran esquema de cosas, pero como sabe cualquier estudioso moderno de la fama, no hay tarima tan baja que no te haga parecer ligeramente más alto que los demás.
Paul Murray, Skippy muere
Ambientada en el Seabrook College, un internado católico tradicional en un suburbio elegante de Dublín, el “milagro económico” del país proporciona apenas un telón de fondo muy confuso para la historia de Ruprecht “Van Blowjob” Van Doren, un genio matemático de 14 años con sobrepeso y devoto de la teoría de cuerdas, y su reflexivo mejor amigo, Daniel “Skippy” Juster.
El libro comienza con la muerte anunciada en su título y las más de 650 páginas siguientes tratan de los acontecimientos que llevaron al trágico fallecimiento de Skippy durante una competición, poco aconsejable, de comer donuts. Como visión panorámica de la vida en una escuela pública, Skippy Muere, es a la vez hilarante y perspicaz, pero describirla como una «comedia adolescente» no hace justicia al mundo en expansión que Murray ha creado. Aquí, una miríada de temas aparentemente desconectados -entre ellos la cosmología, el papel de Irlanda en la Primera Guerra Mundial, la mecánica cuántica, Robert Graves, los cuentos de hadas y el abuso infantil- se fusionan en una narrativa coherente y de ritmo rápido que rebosa de originalidad e invención.
Un elenco heterogéneo de personajes acecha los pasillos de Seabrook: adolescentes obsesionados con la pornografía, el lujurioso profesor de francés Father Green (“Old Pere Vert”), el director en funciones Greg “The Automater” Costigan, la misteriosa y lujuriante sustituta de geografía Aurelie McIntyre, y el desafortunado y fracasado profesor de Historia Howard Fallon, apodado Howard el Cobarde, ex banquero de la City y antiguo alumno de la Institución, son algunos de ellos.
Howard va hasta su taquilla y mete un par de libros y un taco de fotocopias en su maletín; tras lo cual, moviéndose como un cangrejo para evitar el contacto ocular, se desliza fuera de la sala. Zapatea de vuelta por la escalera y por el pasillo ahora desierto, los ojos fijos con decisión en la salida, cuando frena atraído por el sonido de una joven voz femenina.
Al parecer, aunque la campana del fin de jornada sonó hace sus buenos cinco minutos, en el Aula de Geografía la clase está en pleno apogeo. Ligeramente agachado, Howard atisba por el ventanuco de la puerta. Los chavales del interior no muestran signos de impaciencia; de hecho, a juzgar por sus expresiones, son bastante ajenos al paso del tiempo.
El motivo se encuentra al principio del aula. Se llama señorita McIntyre; es una sustituta. Howard la ha entrevisto en la sala de profesores y en el pasillo, pero aún no se las ha arreglado para hablar con ella. En las cavernosas profundidades del Aula de Geografía, atrae la mirada como una llama. Su cabello rubio, que posee esa cualidad desbordante normalmente sólo vista en anuncios televisivos de champú, complementa un sofisticado dos piezas color magnolia más apto para una sala de juntas que para una clase de año de transición; su voz, aunque suave y melodiosa, ostenta al mismo tiempo un tono categórico, un trasfondo autoritario. En el pliegue del codo sostiene un globo terráqueo que, mientras habla, acaricia con gesto ausente como si fuera un gato doméstico gordo y malcriado; el globo casi parece ronronear mientras gira lánguidamente bajo las puntas de sus dedos
-…justo bajo la superficie de la Tierra -está diciendo-, las temperaturas son tan altas que hasta la piedra se derrite. ¿Puede decirme alguien cómo se llama esa piedra derretida?
-Magma -graznan varios chavales a la vez.
-¿Y cómo se denomina cuando sale a borbotones sobre la superficie de la Tierra desde un volcán?
– Lava- responden con voz trémula
Paul Murray, Skippy muere
La novela es una exploración profunda y conmovedora de la adolescencia, la amistad, la moralidad y la búsqueda del sentido de la vida. A través de una narrativa ingeniosa y multifacética, Murray presenta, por un lado, el retrato de ese universo tan singular, siniestro y no obstante risible, del instituto Seabrook, lugar en el que el aparente prestigio académico y la supuesta rectitud religiosa oculta egos, jerarquías y secretos —harto conocidos si hablamos de colegios católicos, por desgracia— abominables, y por otro, disecciona, con precisión de entomólogo, a toda una retahíla de padres, madres y profesores miserables o superados por la maquinal realidad del sistema que no son otra cosa que el reflejo de una clase social media, aspirante a alta, arribista, superficial, embotada por las expectativas de fama y riqueza para sus hijos, o varados en su cobarde mezquindad. Pero, aún hay más. Si la mirada de Murray a los mayores resulta sugestiva, la disección del universo juvenil es simplemente asombrosa.
¿Y cómo es enseñar Historia?
¿Qué cómo es? -repite él.
A mí me gusta mucho estar de nuevo con la Geografía. Ella dirige una mirada soñadora hacia el cielo azul hielo, hacia los amarillentos árboles. Ya sabes, esas batallas titánicas entre distintas fuerzas que dieron forma al mundo sobre el que caminamos hoy… es algo tan dramático… Retuerce las manos sensualmente, una diosa forjando mundos a partir de materia prima, tras lo cual vuelve a fijar los Ojos en Howard. Y la Historia, ¡eso tiene que ser divertidísimo!
Esa no es la primera palabra que a él le viene a la mente, pero Howard se limita a poner una sonrisa insulsa.
-¿Qué estás dando en este momento?
-Pues en la última clase hemos estado viendo la Primera Guerra Mundial.
-¡Oh! -Ella junta las manos—. Me encanta la Primera Guerra Mundial. Los chicos tienen que estar disfrutando.
-Te sorprenderías -dice él.
-Deberías leerles a Robert Graves-dice ella.
-¿Quién?
-Estuvo en las trincheras -contesta ella. Y, tras una pausa, añade: También fue uno de los grandes poetas del amor.
-Le echaré un vistazo -refunfuña él. ¿Algún consejo más? ¿Alguna otra lección deducida de tus cinco días en la profesión?
Ella ríe.
-Si doy con más me aseguraré de transmitirlas. Das la impresión de necesitarlas. Le coge los libros de los brazos y apunta la llave de su coche hacia el enorme SUV blanco y dorado aparcado junto al destartalado Bluebird de Howard. Te veo mañana -dice.
-Bien-dice Howard.
Pero ella no se mueve, y él tampoco: ella le mantiene ahí un momento por la pura luz de sus espectaculares ojos, mientras le repasa con la punta de la lengua asomada por la comisura de la boca, como si decidiera qué tomar de cena. Acto seguido, con una sonrisa de falsa modestia llena de afilados dientes blancos, dice:
-Sabes, no voy a acostarme contigo.
Al principio Howard está seguro de haber escuchado mal; y cuando se da cuenta de que no es así, sigue demasiado pasmado para contestar. De modo que se limita a quedarse plantado, o quizá se tambalea, y lo siguiente que sabe es que ella ha subido a su todoterreno y se ha marchado, enviándole un remolino de plumas blancas en torno a los tobillos.
Paul murray, Skippy muere
En ‘Skippy Muere» vemos la presión constante a la que los adolescentes están sometidos, especialmente en el caso femenino, Lori es pura tragedia, muy de actualidad, dentro del ocio vacuo y perverso al que parecen abocados : donuts, alcohol, drogas, videojuegos, pornografía…
La confusión, la ausencia de referentes en un entorno de cinismo, la aplastante sensación de soledad y desatención, incluso de trato arbitrario por parte de los adultos, es algo que en el caso del tímido, quebradizo Skippy o su brutal némesis, Carl, resulta desgarrador. Lo que ha conseguido Paul Murray con Skippy con esta novela es ciertamente meritorio. Es difícil encontrar muchos libros que logren mantener el equilibrio con tantas y tan dispares, en apariencia, cuestiones que abordar. Entre la surrealista, grotesca orgía, la solemne visita al Memorial Gardens de Islandbridge con Howard, cobarde maestro, clave en sus actos e inacciones, y el emocionante e inolvidable intento de conectar con su desaparecido amigo, debiera haber un mundo. Lo mismo sucede entre la antimateria y los misterios arcanos propios de la «Isla Esmeralda». Sin embargo, encaja. En el fondo, todos buscan fantasmas para intentar encontrar respuestas.
No olvidemos que la novela se desarrolla en el año 2003, en medio de la burbuja especulativa del país. “Si eras escritor y no formabas parte de esa juerga que se estaba desarrollando, el lugar te oprimía”, dice Paul Murray: “Todo el mundo compraba todoterrenos, todo el mundo quería ampliar la cocina, todo el mundo buscaba alguna forma de gastar su dinero. Todos fueron tan implacablemente codiciosos, egoístas y mentirosos. El país entero se convirtió en una enorme estafa piramidal y ahora está en la miseria”.
Una vida, como veis…dice Frost, es algo que debe elegirse, igual que un sendero que atraviesa un bosque. Cosa compleja para nosotros que vivimos en una era que parece ofrecernos una gama completa de elecciones, un dédalo de caminos prefigurados. Pero si prestáis atención, veréis que muchos de esos caminos no son más que versiones distintas de lo mismo, comprar productos, por ejemplo, o creer en el discurso prefabricado de turno, una religión, un país, un equipo de fútbol o una guerra. La idea de tomar decisiones propias, o de por ejemplo no creer, no consumir, es hoy el camino menos transitado.
Paul Murray, Skippy muere
El autor logra combinar con maestría el humor y la tragedia, creando una historia que es a la vez divertida y conmovedora, capturando con una prosa ágil y perspicaz, y de manera auténtica, la voz y las preocupaciones de los adolescentes. «Skippy Muere» es una novela ambiciosa que aborda temas universales con sensibilidad y agudeza. En un libro más sencillo, el fatídico atragantamiento de Skippy durante un concurso de comer donuts podría considerarse un acontecimiento definitivo. Y en una soporífera» novela negra» nórdica , las últimas palabras que Skippy consigue garabatear, escribiendo con un dedo mojado en relleno de donuts de frambuesa, también exigirían ser tomadas en serio. Pero Skippy Muere, trata su gran escena de muerte como algo más extravagante que horroroso. De hecho, la novela es tan insistentemente circular que la muerte de Skippy tiene menos que ver con un final que con un principio. Demasiado ocupado para que una sola calamidad lo detenga, el libro está obsesionado con la teoría M, la juventud perdida, la historia irlandesa y las dimensiones paralelas, por no hablar del sexo, las drogas y el humor escolar. Por eso, la muerte de Skippy se entiende mejor como una desaparición, que deja a sus compañeros de clase más brillantes preguntándose dónde ha ido exactamente.
Última clase antes de las vacaciones. Hasta hace poco, la señora Ni Riain, la profesora de irlandés, pese a sus años, sus pechos curiosamente cónicos y el aire, gracias a la base de maquillaje que gasta, de estar hecha de caramelo, era ampliamente considerada la maciza número uno de Seabrook y objeto de una cantidad respetable de obsesiones; lo que sin duda da una idea de la naturaleza del deseo y su sorprendente disposición a apañárselas con el material disponible. Sin embargo, desde la llegada de la señorita McIntyre, esa ilusión se ha hecho añicos, y el irlandés es ahora otra materia aburrida más a digerir.
Paul murray, Skippy muere
A lo largo del libro, Murray parece estar tratando de encontrar una teoría unificada de la narración, que fusiona vagamente la física con la adolescencia de una manera inesperadamente conmovedora. Como él mismo lo expresa, ofreciendo un resumen de la novela : “Tal vez en lugar de cuerdas, las cosas están hechas de historias, un número infinito de pequeñas historias vibrantes; alguna vez todas fueron parte de una gran historia gigante, excepto que se rompió en un trillón de piezas diferentes, es por eso que ninguna historia por sí sola tiene sentido, y entonces lo que tienes que hacer en una vida es tratar de volver a tejerla, mi historia en tu historia, nuestras historias en las de todas las otras personas que conocemos, hasta que tengas algo que para Dios o quien sea podría parecer una letra o incluso una palabra completa…”
El aburrimiento es verdaderamente un crimen. Un insulto para quienes no poseen medios ni libertad. Vuelve a mirarle. ¿No crees que tenemos el deber de hacer lo que sea para no aburrirnos?
Las últimas palabras son pronunciadas en la boca de Howard, donde acaba perdiéndose todo colofón filosófico. La boca de ella se enrosca en la de él; él la empuja contra la pizarra y ella encaja la pelvis en la de él; las palabras CALENTAMIENTO DESERTIFICACIÓN INUNDACIONES EXTINCIÓN se convierten en borrones ilegibles al roce de la espalda de ella. Ella le muerde los labios, le desliza las manos por el pecho y lo agarra de los hombros; exhala involuntariamente, un gruñido grave, sorpresivamente masculino, cuando él le frota la entrepierna con el pulpejo de la mano, tras lo cual le lanza de espaldas hasta que topa con la mesa del profesor. Él trepa a ésta, ella trepa sobre él. La tormenta está por fin en pleno apogeo; el cielo ruge, aúlla, aporrea la ventana como un ser salido del Paleozoico o de una película de monstruos; y mientras la demoníaca maquinaria de manos, bocas, caderas toma el control, Howard, quizá no a un nivel de plena consciencia sino en algún sustrato inferior, se descubre una vez más, como en tantos días y noches, al borde de una pared de roca azotada por el viento, dentro de un semicírculo de rostros en sombras, mirando la mano que le tiende un papel con su nombre como si fuera el platillo de una báscula para pesar almas…
Paul Murray, Skippy muere
En última instancia, Skippy Muere, es una comedia trágica de dimensiones épicas que recorre los rincones del corazón humano y exprime hasta la última gota de patetismo, el humor y desesperanza de la vida, el amor, la poesía de Robert Graves, las sirenas, y todo lo demás. Funciona de una manera alquímica. Es un retrato sincero y divertido del dolor, la alegría y la belleza ocasional de la adolescencia, y una descripción trágica de un mundo siempre dispuesto a sacrificar a sus miembros más débiles. Mientras el siglo XXI entra en su adolescencia, esta es una novela impresionante de un joven escritor que quizá llegue a definir a su generación.
Let’s be careful out there