La forêt enfin se referme comme un livre : le héros est livré à à la chance, son biographe à la précarité des hypothèses.

El bosque, por fin, se cierra como un libro: el héroe queda entregado a la suerte; su biógrafo, a la precariedad de las hipótesis. 

Pierre Michon, Vidas minúsculas

Improvisación resulta una palabra inadecuada para describir lo que hace Keith Jarrett solo ante un piano durante hora y media. Comienza sentándose inmóvil durante unos instantes, aparentemente para vaciar su mente de pensamientos extraviados, y luego empieza a tocar. Lo que surge puede ser emocionante, conmovedor, desconcertante, feroz, tierno… todo eso y mucho más. 

 En el año 2018 Keith Jarrett se convirtió en el primer músico de jazz ( no ha habido otro hasta la fecha) en recibir el León de Oro, a una trayectoria, en la Bienal de Música de Venecia. Con motivo de ello, el sello discográfico, ECM, conmemoró la ocasión con una grabación de su concierto en solitario de 2006 en el Gran Teatro La Fenice de Venecia. Aunque, por lo demás, no sea imprescindible para el amante de su música, acostumbrado a la excelencia, hay que resaltar que la amplia gama emocional, la técnica imperiosa y el rigor compositivo de las improvisaciones del pianista estadounidense, mal que les pese a ciertos papanatas, ciertamente pueden compararse con el trabajo compuesto por ganadores anteriores, tipos de la talla de Luciano Berio y  Pierre Boulez.

Desde el soberbio e irrepetible Köln Concert,  grabado en enero de 1975 para ECM, Jarrett ha publicado multitud de discos de piano solo en vivo de una calidad extraordinaria y este no es una excepción. En La Fenice tenemos 97 minutos de composición principalmente improvisada: una suite de ocho partes increíblemente variada que cubre una asombrosa multiplicidad de estilos diferentes, comenzando con un feroz modernismo atonal, algunos de los cuales encajarían perfectamente ( perdón por la insistencia) junto a la obra de «sus compañeros» compositores premiados anteriormente.

 Con una concentración notable durante más de 90 minutos, el pianista crea una serie de exploraciones vagamente relacionadas, evidentemente sin usar material preparado de antemano. Todas las características de Jarrett están aquí: trabajo de dedos fluido y virtuoso, continuidad y desarrollo de ideas originales, toque sensible y atención a la dinámica, demostración de un vasto conocimiento armónico y seguridad rítmica. La absorción del pianista de composiciones clásicas, particularmente las de Bach, los últimos románticos y los primeros modernistas, dominan esta interpretación; no hay connotación de blues hasta la “Parte III”.

La improvisación inicial de diecisiete minutos muestra a Jarrett en un estado de constante invención. Jarrett abre la serie sin mayores contemplaciones, con una improvisación de casi 18 minutos más bien ardua, sin referencias tonales ni nada que se parezca a una melodía. Son ráfagas de notas, que persisten con ligeros cambios de ritmo y de registro, hasta que pasada un poco la mitad, la pieza se estabiliza en una secuencia de acordes más bien ascensional, bastante típica de Jarrett. La «Parte I» es técnicamente impresionante, aunque emocionalmente fría; indicios de clasicismo impregnan el ajetreado comienzo, pero más allá de los primeros diez minutos el ritmo se ralentiza hasta una serie casi mínima de fragmentos melódicos. No obstante, la impenetrabilidad de la pieza resulta a veces abrumadora, aunque paradójicamente, los pegadizos temas de la «Parte III» y la «Parte IV» recuerden los motivos hipnóticos del  Köln Concert, y ciertos pasajes del Concierto de Paris grabado en la Sala Pleyel en 1988. No importa, Jarrett avanza a través de movimientos de un brillante lirismo impresionista , contemplación minimalista y ritmo musculoso: no tienes idea de hacia dónde se dirige, pero lo sigues, es convincente.

El viento pasa sobre Saint-Goussaud; cierto es que el mundo nos violenta. ¿Pero qué violencias no ha sufrido? Los helechos misericordiosos ocultan la tierra enferma; en ella crecen un trigo pobre, historias bobaliconas, familias con fisuras; del viento surge el sol, como un gigante, como un loco. Luego se apaga, como se apagó la familia de los Peluchet: así se dice, cuando el nombre deja de aparearse con los vivos. Sólo lo pronuncian todavía bocas sin lengua. ¿Quién miente con obstinación en el viento?

Le vent passe sur Saint-Goussaud; le monde, certes, fait violence. Mais quelles violences n’a-t-il pas subies? Les fougères miséricordieuses cachent la terre malade; y poussent du mauvais blé, des histoires niaises, des familles fêlées; du vent le soleil surgit, comme un géant, comme un fou. Puis il s’éteint, comme s’est éteinte la famille des Pelu- chet: on dit ainsi, quand le nom cesse de s’appa- rier à des vivants. Seules le profèrent encore des bouches sans langue. Qui ment avec obstination dans le vent?

Pierre michon, vidas minúsculas

 El final de la vigorosa Parte V se resuelve claramente como un movimiento final que no es tal, puesto que oculta una hermosa exploración melódica para elevarnos sin remisión. La segunda improvisación, de algo más de tres minutos, de alguna manera se oye como una recapitulación, como si estuviese necesitando volver al áspero clima del comienzo, aunque sobre el último tercio surge un paisaje de ambientación más española, que tampoco es nueva en el de Pensilvania. En la tercera tenemos una de esas típicas melodías suyas, tan vitales como inmóviles, ya que se desarrollan sobre un fuerte principio de ostinato.

La cuarta es uno de los grandes momentos de este álbum, una bellísima balada lenta en cuatro tiempos, que se reitera una y otra vez por siete minutos sin diluirse, pero siempre con algún nuevo encanto armónico. El purísimo do mayor en el que transcurre es casi un simbolismo de la proverbial sencillez jarrettiana.

Su vocación fue África. Y me atrevo a creer por un instante, sabiendo que no fue así, que lo que lo llevó allí no fue tanto la grosera atracción de la  fortuna que se podía hacer, sino una rendición incondicional entre las manos de la intransitiva Fortuna; que era demasiado huérfano, irremediablemente vulgar y sin nacimiento para hacer suyas esas santurronerías idiotas del ascenso social, la prueba de un carácter fuerte, el éxito ganado sólo por el mérito; que partió como blasfema un borracho, emigró de la misma manera que éste cae. Me atrevo a creerlo. Pero, al hablar de él, hablo de mí; y tampoco dejaría de reconocer lo que fue, según imagino, el móvil principal de su partida: la seguridad de que allí un campesino se convertía en blanco y, así fuera el último de los hijos mal nacidos, contrahechos y repudiados de la lengua madre, estaba más cerca de sus faldas que un peul o un baulé; le hablaría en voz alta y ella se reconocería en él, la desposaría «por los jardines de palmas, entre gente muy dócil» convertida en pueblo de esclavos sobre el que se apoyaría esa unión; ella le daría, junto con todos los demás poderes, el único poder que vale: el que atraganta todas las voces cuando se eleva la voz del que Habla Bien.

Sa vocation fut l’Afrique. Et j’ose croire un instant, sachant qu’il n’en fut rien, que ce qui l’y appela fut moins l’appât grossier de la fortune à faire qu’une reddition inconditionnée entre les mains de l’intransitive Fortune; qu’il était trop orphelin, irrémédiablement vulgaire et non né pour faire siennes les dévotes calembredaines que sont l’ascension sociale, la probation par un caractère fort, la réussite acquise qu’on doit au seul mérite; qu’il partit comme jure un ivrogne, émigra comme il tombe. J’ose le croire. Mais parlant de lui, c’est de moi que je parle ; et je ne désavouerais pas davantage ce qui fut, j’imagine, le mobile majeur de son départ : l’assurance que là-bas un paysan devenait un Blanc, et, fût-il le dernier des fils mal nés, contrefaits et répudiés de la langue mère, il était plus près de ses jupes qu’un Peul où un Baoulé; il la parlerait haut et en lui elle se reconnaîtrait, il l’épouserait << du côté des jardins de palmes, chez un peuple fort doux >> devenu peuple d’esclaves sur qui asseoir ces épousailles; elle lui donnerait, avec tous les autres pouvoirs, le seul pouvoir qui vaille : celui qui noue toutes les voix quand s’élève la voix du Beau Parleur.

Pierre michon, Vidas miúsculas

Único en su tipo, racionalmente incomparable con sus contemporáneos, con cada adición a su catálogo su producción se juzga en relación con su propia historia. Su inmensa discografía es el testimonio de un arte sin fronteras y de una personalidad única en el campo del jazz, cuyo enfoque y estilo único lo convierten en un maestro universal de la historia de la música.

Juliette -cuya envoltura mortal, en mi mente y en estas páginas, está casi totalmente erosionada, como debió de estarlo incluso en vida, escamoteada bajo los múltiples miriñaques, el capuchón estilo Chardin y los atavíos informes de madona bobalicona o de anciana, pero a la que sin embargo bien debo imaginar ya encorvada, agotada por los años, pero todavía con dos grandes ojos hermosos-, Juliette está de pie, con una mano agarrándose quizás a un respaldo, a un reborde, y en el hueco de la otra mano, como un pájaro recogido después de la lluvia, sujeta la reliquia. Y sin embargo nadie ha muerto, y no parece que nadie vaya a nacer. El padre la mira suplicante, mudo; también podemos pensar que se enfurece: ¿por qué Antoine le había tomado la palabra? Él también se agarra a un mueble, a un respaldo; se sienta un largo rato, se vuelve a levantar y se queda de pie; seguramente la que se sienta entonces es ella. Ya no queda más que el ruido idéntico del reloj de péndulo de la chimenea, y fuera, difusamente, los mismos pájaros que ayer; ella se levanta; y así toda la noche, en que la vela se consume hasta el cabo (pero ya es el alba de junio), los dos depositarios del hijo imploran el porvenir opaco y hueco, recorren su pobre memoria inagotable, el instante pesa sobre ellos con todo su peso de cielo nocturno. O quizás todo eso, esta conciencia de un tiempo roto para siempre en que el pasado va a crecer desmesuradamente, sea prematuro: esperan a Antoine, temblando, tranquilizándose y torturándose mutuamente, mientras la pasión de la esperanza los coge en su torbellino, los rechaza, los deja por muertos insuflándoles vida, un poco de vida que ella toma, echa afuera, a los perros, trae de vuelta servilmente con el destello de un recuerdo, un olvido breve, el reflejo puntual de un péndulo de reloj.

El padre esperó un año, dos, quizás diez. El empecinamiento taciturno de los trabajos y los días llenó ese tiempo, que pasaré por alto. El padre maduró sin embargo, en él germinó la semilla de ausencia, cuando se podía creer solamente que moría la esperanza; un día, por fin, fuerza es pensar que quedó libre de lo real.

Juliette, dont l’enveloppe mortelle, dans mon esprit et dans ces pages, est presque totalement érodée, comme elle dut l’être de son vivant même, escamotée sous les multiples tournures, le capulet à la Chardin et les atours informes de madone niaise ou de vieillarde, mais que pourtant je dois

bien imaginer déjà courbée, tirée par les ans et avec encore deux grands beaux yeux -, Juliette est debout, une main peut-être étreignant un dossier, un rebord, et au creux de l’autre main tenant, comme un oiseau ramassé après la pluie, la relique. Nul n’est mort pourtant, et nul apparemment ne va naître. Le père la regarde en suppliant, muet; on peut aussi penser qu’il s’emporte: pourquoi fallait-il qu’Antoine le prît au mot? A son tour il étreint un meuble, un dossier; il s’assied longuement, se relève et reste debout: c’est elle alors sans doute qui s’assied. Il n’y a plus que le bruit semblable de la pendule, et dehors vaguement, les mêmes oiseaux qu’hier; elle se lève : ainsi toute la nuit, où la chandelle se consume jusqu’au bout (mais c’est déjà l’aube de juin), les deux dépositaires du fils implorent-ils l’avenir matet creux, arpentent leur pauvre mémoire inépuisable, l’instant sur eux pesant de tout son poids de ciel nocturne. Ou tout cela peut-être, cette conscience d’un temps désormais brisé où le passé démesurément va croître, est prématuré : ils attendent Antoine, en tremblant, en se rassurant et se torturant l’un l’autre, la passion de l’espoir dans son tourbillon les prenant, les rejetant, les laissant pour morts en leur insufflant vie, un peu de vie qu’elle reprend, jette dehors aux chiens, servilement rapporte avec l’éclair d’un souvenir, un oublibref, le reflet ponctuel d’un battant d’horloge.

Le père attendit un, deux ans, peut-être dix. L’opiniâtreté morne des travaux et des jours emplit ce temps, que j’éluderai. Le père cependant mûrit, la graine d’absence en lui germa, quand on pouvait croire seulement qu’y dépérissait l’espoir; un jour enfin, on doit penser qu’il fut quitte du réel.

Pierre Michon, Vidas minúsculas

El segundo disco se abre con la «Parte VI», una pieza repetitiva que nunca parece generar impulso a lo largo de sus más de trece minutos. Aquí, se hace cada vez más evidente que Jarrett está tocando para un público de una sola persona para  concluir con tres de sus clásicos:  El primero es My Wild Irish Rose, la desarmante melodía de su disco The Melody at Night With You, en una versión algo más expansiva que en la de aquel» precioso álbum casero». El segundo, es una transfiguración de la balada Stella By Starlight en una melodía con walkin’ bass. El tercero , una gran balada que Jarrett escribió en los ‘70, Blossom, y que ahora despliega en fraseos larguísimos e hipnóticos. Para terminar, Jarrett se toma su tiempo; Blossom  es una delicia, funciona perfectamente como composición para piano solo y es un final impecable para un asombroso viaje musical. Y es que, aunque moleste a supuestos guardianes de las esencias pianísticas anclados en húmedas columnas de periódico, cuyas páginas apenas sirven para envolver con ellas el pescado, Keith Jarrett es el pianista que ha ejercido una mayor influencia en la práctica contemporánea del piano al cambiar el enfoque de un vocabulario de bebop basado en el blues o el clave, a una complejidad y abstracción de origen clásico, cimentadas en un pulso implícito contra el inmanente presente de un escenario.

Debe haber sido maravilloso estar entre el público en Venecia esa calurosa noche de julio: los aplausos son entusiastas, no me extraña: sé de lo que hablo.

Let’s be careful out there