“El lenguaje es la casa del ser. En su morada habita el hombre.”
Martin Heidegger, Carta sobre el humanismo

I. La fidelidad al texto como forma de pensamiento

En la historia intelectual del siglo XX, pocas editoriales han encarnado con tanta constancia una ética del rigor como Herder. Fundada en Friburgo de Brisgovia en 1801 por Bartholomä Herder, la casa alemana —y su filial barcelonesa, creada en 1943 por José María Herder— ha mantenido, durante más de dos siglos, la convicción esencial de que editar es pensar.

En lo que a esto se refiere, ningún autor expresa mejor esa fidelidad al pensamiento que Martin Heidegger. Traducirlo, editarlo y volverlo legible sin despojarlo de su densidad ha sido una de las empresas más difíciles y nobles del ámbito filosófico contemporáneo. Desde sus primeras ediciones en español, Herder comprendió que publicar a Heidegger no consistía simplemente en reproducir un texto, sino en prolongar una actitud ontológica: cuidar la palabra, respetar su dificultad y aceptar que el sentido solo emerge en el silencio de la atención.

En ese gesto —a la vez filológico, filosófico y espiritual— se cifra buena parte de la continuidad entre el pensamiento alemán y la cultura filosófica española de posguerra. En un contexto donde la censura política y el escolasticismo habían empobrecido el horizonte intelectual, Herder introdujo la fresca respiración de la fenomenología, la hermenéutica y la existencia pensante. De ese modo, abrió un espacio de libertad interior que permitió a una generación de lectores volver a pensar desde la raíz del lenguaje.

II. Heidegger y Herder: el cuidado como destino editorial

El vínculo entre Heidegger y Herder fue menos institucional que espiritual y geográfico. Ambos compartieron Friburgo como espacio simbólico. Allí enseñaba Heidegger; allí había nacido la editorial. En el fondo, ambos trabajaban la materia del lenguaje como morada del ser.

Consciente de ello, Herder asumió la tarea de traducir y publicar a Heidegger con un respeto casi monástico. La complejidad conceptual del filósofo exigía una edición que respirara al ritmo de su pensamiento. Por eso la editorial cuidó cada palabra alemana con la precisión de un orfebre: Dasein, Ereignis, Gestell, Lichtung. Ninguna se tradujo con precipitación; cada término fue tratado como un microcosmos, como una semilla de sentido.

Así, traducir a Heidegger se convirtió en un acto de Sorge, de cuidado en el sentido profundo del propio Heidegger: no una mera atención técnica, sino una forma de estar en el mundo. Los traductores vinculados a Herder —Helena Cortés Gabaudan, Raúl Gabás, Bernabé Navarro— ejercieron un magisterio silencioso. Gracias a su labor se formó en castellano una lengua filosófica capaz de sostener la tensión entre el rigor alemán y la claridad hispánica.

En esas traducciones se gestó un español filosófico nuevo, sobrio y musical, en el que la palabra ser dejó de ser una abstracción para convertirse en destino.

III. La resonancia teológica: Gottlieb Söhngen y la escucha del ser

Paralelamente a esa labor editorial, otro pensador alemán tendía puentes entre el pensamiento heideggeriano y la teología cristiana: Gottlieb Söhngen (1892–1971), profesor de Teología Fundamental en Múnich y maestro de Karl Rahner y Joseph Ratzinger.

Söhngen comprendió muy pronto que la filosofía de Heidegger, lejos de destruir la teología, la obligaba a repensarse desde su raíz. Ser y tiempo había desplazado el centro de la metafísica hacia la existencia concreta mostrando que el ser humano no es una sustancia sino una apertura hacia el ser. Esa apertura, reinterpretada teológicamente, podía entenderse como una llamada, una vocación, una forma de gracia.

Donde Heidegger describía la arrojadura (Geworfenheit), Söhngen reconocía una vocación;
donde el filósofo percibía el silencio del ser, el teólogo escuchaba el eco del Logos.

En su crítica al ontologismo neoescolástico, Söhngen coincidía con Heidegger: Dios no podía reducirse a un ente supremo dentro de la metafísica. Sin embargo, no renunció al lenguaje de la fe. Antes bien, quiso pensar desde la herida del ser, sin olvidar la promesa.

Su lectura introdujo en la teología católica una nueva gramática existencial. La palabra ser dejó de pertenecer al campo de la abstracción aristotélica para convertirse en experiencia. La teología dejó de hablar sobre Dios y comenzó a hablar ante Dios.

IV. Rahner, Herder y la continuidad del diálogo

De la confluencia entre Heidegger y Söhngen surgió la obra de Karl Rahner, quien llevó más lejos la intuición de su maestro al formular su concepto de trascendental existencial: el ser humano como apertura constitutiva a lo Absoluto. Esa estructura de apertura —que Rahner reconocía como herencia de Heidegger— se convirtió en el núcleo de una nueva teología del sujeto.

En este contexto, Herder desempeñó un papel determinante. Al publicar las obras de Rahner y otros pensadores afines, actuó como mediador editorial de un diálogo silencioso entre filosofía y teología. En sus catálogos de los años sesenta y setenta convivían Ser y tiempo con los Escritos de Teología, prolongando la conversación entre pensamiento y fe iniciada décadas atrás.

Gracias a ello, la editorial tejió una tradición de pensamiento transversal en la que fenomenología, hermenéutica y teología fundamental se daban la mano bajo una misma ética del lenguaje. La fidelidad al texto se transformó, así, en fidelidad al ser.

V. Herder como espacio de hospitalidad filosófica

Con el paso del tiempo, Herder ha sabido mantener viva esa herencia. Autores como Byung-Chul Han, Peter Sloterdijk o Hans-Georg Gadamer, herederos directos o indirectos del pensamiento heideggeriano, prolongan hoy su presencia en el catálogo de la editorial. No se trata de una simple coincidencia, hablamos de coherencia interior, de la voluntad de mantener abierta la conversación entre filosofía, teología y lenguaje.

Herder no ha convertido a Heidegger en un tótem académico; lo mantiene como interlocutor. Cada nueva edición, cada revisión cuidadosa, prolonga la Sorge que define la ética profunda del sello: cuidar el pensar como se cuida un jardín de palabras.

VI. Jesús Adrián Escudero y la pedagogía del pensar

En el panorama filosófico español contemporáneo, ninguna figura ha contribuido tanto a mantener viva la lectura rigurosa de Ser y tiempo como Jesús Adrián Escudero, cuyas obras —entre ellas la Guía de lectura de Ser y tiempo, el Diccionario Heidegger y Heidegger y la genealogía de la pregunta por el ser— han sido publicadas por Herder Editorial.

Su labor filológica y pedagógica prolonga la tradición de la propia casa: acercar el pensamiento sin banalizarlo. Escudero ha sabido ofrecer al lector hispanohablante una cartografía precisa del pensamiento heideggeriano, respetando su dificultad sin diluirla. Su guía cumple, en el presente, la misma función que Herder desempeñó en el pasado: hacer accesible lo esencial sin empobrecerlo.

Gracias a su trabajo, el legado de Herder encuentra continuidad en una nueva generación de lectores y estudiosos que devuelven al pensamiento su dignidad original: la del estudio lento, la del concepto que respira. En este sentido, su obra representa —como en otro tiempo la de los traductores de Heidegger— la pedagógica paciencia de quien acompaña al lector en el difícil arte de pensar.

VII. Friburgo, Todtnauberg, Barcelona

Tres lugares trazan el triángulo simbólico de esta historia:
Friburgo, donde Heidegger enseñó y donde nació la editorial;
Todtnauberg, donde el filósofo escribió entre los abetos y la niebla;
y Barcelona, donde José María Herder fundó la filial que tradujo su obra y la de sus herederos.

Entre esos tres puntos se extiende una misma geografía espiritual: la del cuidado. El cuidado del ser y el cuidado del libro, el silencio de la montaña y la precisión tipográfica, la meditación del lenguaje y su transmisión fiel.

Camino hacia la cabaña de Heidegger en Todtnauberg. En este retiro de la Selva Negra escribió buena parte de su obra, entre los pinos y la niebla, fiel al ritmo de una vida pensante que Herder supo traducir sin apresuramiento.

Epílogo: la palabra como morada

En el fondo, la historia de Heidegger, Söhngen y Herder es la de un mismo movimiento espiritual: el intento de cuidar el pensar en tiempos de desarraigo.
Heidegger mostró que el hombre habita el ser a través del lenguaje.
Söhngen comprendió que esa misma palabra —límite y promesa— podía volverse espacio de revelación.
Herder, sin haber publicado al teólogo de Múnich, preservó no obstante la huella de ese diálogo al traducir a quienes prolongaron su legado —Rahner, Ratzinger, Guardini— y al sostener una ética editorial fundada en el mismo respeto por la palabra que animaba a ambos pensadores.

En consecuencia, más que un puente entre Heidegger y Söhngen, Herder representa la continuidad silenciosa de su horizonte común: el cuidado del lenguaje como forma de verdad.
En sus libros, en sus traducciones minuciosas y en su sobriedad formal persiste la intuición de que pensar es traducir, y que traducir —cuando se hace con fidelidad— es custodiar el ser.

Hoy, cuando el pensamiento corre el riesgo de disolverse en el ruido, la lección de Herder sigue viva: pensar es cuidar, y cuidar la palabra sigue siendo una manera de habitar el mundo.
En esa fidelidad al lenguaje —esa vigilia frente al olvido— se entrelazan, sin necesidad de contacto directo, el filósofo de Friburgo, el teólogo de Múnich y la editorial que convirtió la paciencia en una forma de resistencia.

Solo cuidando la palabra puede el hombre seguir habitando la casa del ser.

Rferdia
Filósofo de formación, escritor por necesidad y ciclista por amor a la pendiente. Escribo desde una tensión que no cesa de reaparecer: cómo resistir desde la forma, cómo sostener sentido cuando el mundo se fractura. En el corazón de mi trabajo —articulado a través del dispositivo hermenéutico ZIA— habita la idea del deporte como Weltstammräumung: gesto que despeja, cuerpo que restituye, escritura que no huye.
(Neologismo de raíz alemana que alude al acto de desalojar el ruido del mundo para recuperar un espacio originario donde la forma aún tiene sentido.)

Let`s be careful out there