Dios creó la bicicleta para que Los hombres la usaran como herramienta de sus esfuerzos y exaltación del duro camino de la vida
Inscripción bajo el busto de Il Campeonissimo Fausto Coppi.
El otoño, con su lenta ceremonia de cielos oblicuos y hojas que caen, volvió a envolver Lombardía, como cada año, en el rito que pone fin a la temporada ciclista profesional. El Giro de Lombardía —la Clásica de las hojas muertas— es más que una carrera: es el punto donde el tiempo ciclista se cierra sobre sí mismo y abre de nuevo su círculo. Este año, entre Como y Bérgamo, sobre 238 kilómetros de ascensiones, descensos y memoria, el paisaje se volatilizó como una carga de dinamita atada a la cintura de un saudí . Madonna del Ghisallo, Berbenno, Crocetta, Zambla Alta y, como destino, el Passo di Ganda. Cada nombre suena como una letanía antigua, repetida con la devoción de quien vuelve al mismo lugar para recordar que todo fluye sin demora.
El inicio tuvo la tensión de los días grandes. Quinn Simmons se adelantó pronto encendiendo la chispa de una fuga que agitó al pelotón. Por detrás, los equipos ajustaban el ritmo y las sombras de los favoritos se extendían sobre el asfalto. En las rampas de la Roncola, la carrera empezó a seleccionar sin prisa: los cuerpos cedían, el viento otoñal arrancaba del grupo las ramas más frágiles. El Giro de Lombardía se deshojaba como el paisaje que lo acoge, con la calma y la crueldad del tiempo que se desprende de una emoción exacta. Entonces llegó el Passo di Ganda, y a treinta y siete kilómetros de la meta, Tadej Pogačar ejecutó su movimiento con la precisión de un ritual aprendido. No fue un estallido, sino una marea que subía y arrastraba todo a su paso. Remco Evenepoel intentó sostener el pulso, pero la diferencia se abrió, metro a metro, hasta volverse irreversible. En solitario, Pogačar atravesó los valles bañados por la luz cobre del otoño; detrás, los rivales luchaban contra el vacío y el silencio. La carrera, en ese instante, ya era suya.
Richard Carapaz, uno de los nombres esperados, se fue al suelo en el descenso del Ganda y abandonó con visibles gestos de dolor. Era el reverso inevitable de la victoria. Evenepoel resistió para ser segundo, Michael Storer aseguró el tercer lugar, y el mejicano Isaac del Toro firmó un quinto puesto insuficiente para el estado de forma con el que llegaba a la cita lombarda
En la llegada a Bérgamo, el campeón cruzó la meta sin estridencias, con el gesto sereno de quien cumple una ley interna. Su quinta victoria consecutiva en el Giro de Lombardía lo eleva a leyenda absoluta: diez Monumentos, cuatro Tours, dos Mundiales, más de cien triunfos como profesional… “Es mi mejor año, de largo”, confesó después, y en su voz había una mezcla de cansancio y asombro, la conciencia de haber tocado algo que se escapa a la medida humana.
Disuelto el podio y apagadas las cámaras, Lombardía regresa a su silencio. Las hojas seguirán cayendo sobre las mismas carreteras que unas horas antes fueron escenario de la lucha, y en cada una de ellas parecerá repetirse la curva de una rueda que gira sin descanso. Así termina el año ciclista: con el rumor del viento entre los árboles y la certeza de que todo se extingue para volver a empezar. Pogačar, dueño de su estación, ha hecho del otoño una patria. Su victoria no es sólo un triunfo deportivo, sino la imagen de un ciclo que retorna, cada vez distinto, cada vez más cerca del mito.
Quizá el ciclismo, en su fondo más hondo, no sea otra cosa que una pregunta en movimiento. Heidegger decía que el pensar comienza allí donde el ser se pregunta por sí mismo; Pogačar, sobre su bicicleta, encarna esa misma indagación. Cada carrera es una tentativa de esclarecer lo que existe, cada escenario una renuncia momentánea a entenderlo todo. Como el filósofo alemán avanzaba entre la espesura del bosque, el ciclista esloveno atraviesa los pliegues del tiempo buscando un claro: un instante de verdad donde el cuerpo, la respiración y la voluntad coincidan en una sola línea.
Tadej regresa cada octubre al mismo camino y, al hacerlo, reformula la antigua cuestión que mueve al ser humano: cómo sostenerse en el devenir sin perder el sentido. En su pedaleo solitario late la misma tensión que anima al pensamiento: la lucha por permanecer fiel al movimiento, por mantener encendido el fuego de la pregunta.
En ese paralelo secreto entre la rueda y el pensar, entre el esfuerzo del ciclista y la obstinación del filósofo, se revela una verdad silenciosa. Ambos saben que detenerse sería traicionarse. Y así, mientras las hojas continúan cayendo sobre Lombardía, Tadej Pogačar sigue pedaleando en el claro del ser no sólo buscando la victoria, sino acaso la forma de seguir avanzando dentro del misterio.
Rferdia
Filósofo de formación, escritor por necesidad y ciclista por amor a la pendiente. Escribo desde una tensión que no cesa de reaparecer: cómo resistir desde la forma, cómo sostener sentido cuando el mundo se fractura. En el corazón de mi trabajo —articulado a través del dispositivo hermenéutico ZIA— habita la idea del deporte como Weltstammräumung: gesto que despeja, cuerpo que restituye, escritura que no huye.
(Neologismo de raíz alemana que alude al acto de desalojar el ruido del mundo para recuperar un espacio originario donde la forma aún tiene sentido.)
Let`s be careful out there