Μὴ φθίμεν᾽, ὦ ψυχά, ἀθανάτου βίου·
τὸ δ᾽ ἐφικτὸν ζήτει.

No aspires, alma mía, a la vida inmortal; busca agotar el campo de lo posible

Píndaro, Oda Olímpica I, versos 61–62.

El pasado 28 de septiembre, Kigali entró en la historia del ciclismo al acoger por primera vez los Campeonatos del Mundo de ruta de la UCI en África. La capital de Ruanda, todavía marcada por las cicatrices del genocidio de 1994 y por la herencia de la colonización belga, se convirtió en escenario de una gesta que trasciende lo deportivo. Sobre un recorrido de 267,5 kilómetros y más de 5.400 metros de desnivel, con nueve vueltas iniciales a un circuito urbano exigente, un tramo intermedio que incluía las ascensiones al Mont Kigali y al Mur de Kigali y seis giros finales en el bucle de llegada, se disputó una prueba durísima en la que apenas treinta de los ciento sesenta y cinco corredores inscritos lograron llegar a la meta. En ese paisaje africano reducido a escala, donde cada repecho era una casi una colina y cada adoquín un recordatorio de fragilidad, Tadej Pogačar firmó una de las victorias ( suma y sigue ) más memorables de la historia reciente del ciclismo.

La semana había comenzado con dudas para el esloveno. En la contrarreloj individual fue cuarto, doblado de manera inesperada por Remco Evenepoel, lo que le privó del doblete y lo obligó a transformar la decepción en motivación para la prueba en línea. El perfil de la carrera no tardó en darle la oportunidad. Con ciento cuatro kilómetros por recorrer, en plena subida al Mont Kigali, Pogačar lanzó un ataque seco. Juan Ayuso intentó seguirlo, Isaac Del Toro lo acompañó brevemente, pero ninguno resistió. Desde entonces la carrera se redujo a una sola imagen: un corredor en fuga contra el mundo. El propio Pogačar lo explicó después: “Estaba luchando conmigo mismo, pero decidí empujar, aunque no era el plan quedarme tan pronto en solitario”. Lo cierto es que, a partir de ese momento, rodó sesenta y seis kilómetros absolutamente solo, sosteniendo un ritmo implacable en un terreno que parecía diseñado para quebrar voluntades.

Por detrás, Evenepoel asumió la persecución, pero se topó con un cúmulo de contratiempos. Perdió tiempo en las subidas, sufrió al menos dos cambios de bicicleta y vio retrasado el auxilio de su coche de equipo. Pese a todo, el belga remontó con carácter y aseguró la plata, aunque llegó a meta con un minuto y veintiocho segundos de desventaja. Tercero fue el irlandés Ben Healy, a casi un minuto del belga, devolviendo a su país al podio de un Mundial tras más de tres décadas de ausencia. Además el podio adquirió ciertas resonancias simbólicas inevitables: un esloveno en lo más alto, un belga en segundo lugar en Kigali y un irlandés en tercero. En la capital de un país profundamente marcado por la colonización belga, la medalla de plata de Evenepoel parecía una metáfora involuntaria, una sombra histórica filtrándose en la celebración deportiva.

La victoria de Pogačar, sin embargo, trasciende el simbolismo inmediato. Con este título se suma a la corta lista de corredores que han logrado retener el maillot arco iris en ruta, junto a Paolo Bettini, Julian Alaphilippe y Peter Sagan. Pero añade algo que ninguno consiguió: es el primer ciclista en la historia en ganar de manera consecutiva, en dos temporadas seguidas, el Tour de Francia y el Mundial de ruta. Ni siquiera Eddy Merckx, que firmó el doblete en 1971 y 1974 y en este último año completó el legendario triplete Giro–Tour–Mundial, logró hacerlo de manera encadenada. La hazaña de Pogačar inaugura una categoría inédita: la regularidad imposible. Su temporada 2025, además, ya incluye el Tour de Flandes y el Tour de Francia. Si en octubre conquista también el Giro de Lombardía, su campaña quedará como una de las más extraordinarias de todos los tiempos, comparable únicamente con la de Merckx en 1974, aunque en un ciclismo mucho más especializado y competitivo.

Para Ruanda, la cita fue un escaparate. La organización impecable, la seguridad garantizada y el entusiasmo del público permitieron al presidente Paul Kagame presentar al mundo una imagen de estabilidad y modernidad. Sin embargo, la memoria no se borra con banderas ni con medallas: Kigali sigue siendo un nombre asociado al genocidio y, más atrás todavía, a las divisiones étnicas institucionalizadas por Bélgica. Ese trasfondo se mezcló inevitablemente con la celebración, recordando que el deporte no existe aislado de la historia.

Lo que se vio en las calles de Kigali fue más que una victoria deportiva. Fue un manifiesto de estilo y de época. Pogačar no huyó de sus rivales: habitó la soledad como pedaleo. Convirtió el aislamiento en territorio propio, la fuga en un espacio de libertad, la carretera africana en una metáfora de resistencia. En la capital ruandesa, con la memoria como telón de fondo, escribió un capítulo que pertenece ya al patrimonio del ciclismo. Y en esa imagen final —un corredor en solitario que avanza con calma sobre un paisaje duro e implacable— quedó condensada una verdad simple y universal: pedalear también puede ser la forma más pura de habitar el mundo.

Rferdia
Filósofo de formación, escritor por necesidad y ciclista por amor a la pendiente. Escribo desde una tensión que no cesa de reaparecer: cómo resistir desde la forma, cómo sostener sentido cuando el mundo se fractura. En el corazón de mi trabajo —articulado a través del dispositivo hermenéutico ZIA— habita la idea del deporte como Weltstammräumung: gesto que despeja, cuerpo que restituye, escritura que no huye.
(Neologismo de raíz alemana que alude al acto de desalojar el ruido del mundo para recuperar un espacio originario donde la forma aún tiene sentido.)

Let`s be careful out there