«Premetto sempre la volontà alla sensibilità perché non c’è nessuno, filosofo o non filosofo, che non abbia notato che un umano e un castoro sono più sensibili di un forno a microonde o di un telefonino. Quello che però si è rilevato molto di meno – passati i tempi di Kant, Schopenhauer e Nietzsche – è il ruolo centrale che la volontà esercita nella vita e nella comprensione umana, giacché conferisce un senso, ossia una direzione, al sapere, al calcolo e al linguaggio. La nostra mente, infatti, non si compone solo di concetti, di categorie e di sensazioni. Possiede anche e anzitutto un impulso primario, assegna i fini all’intelligenza umana, trasformandola (quando va bene) in ragione, o (quando va male) in volontà di potenza. Cioè le conferisce quei motivi che mancano, e mancheranno per sempre, al burattino, che alla fine ubbidisce ai voleri del burattinaio».

«Siempre antepongo la voluntad a la sensibilidad porque no hay nadie, filósofo o no filósofo, que no haya notado que un ser humano y un castor son más sensibles que un horno microondas o un teléfono móvil. Sin embargo, lo que se ha destacado mucho menos —pasada la época de Kant, Schopenhauer y Nietzsche— es el papel central que la voluntad ejerce en la vida y en la comprensión humanas, ya que confiere un sentido, es decir, una dirección, al conocimiento, al cálculo y al lenguaje. De hecho, nuestra mente no se compone solo de conceptos, categorías y sensaciones. También posee, ante todo, un impulso primario, asigna fines a la inteligencia humana, transformándola (cuando va bien) en razón o (cuando va mal) en voluntad de poder. Es decir, le confiere aquellos motivos que le faltan, y le faltarán para siempre, al títere, que al final obedece los deseos del titiritero».

— Maurizio Ferraris, La pelle. Che cosa significa pensare nell’epoca dell’intelligenza artificiale (Il Mulino, 2025)


La filosofía de nuestro tiempo se encuentra ante una paradoja central. Mientras las tecnologías digitales y la inteligencia artificial multiplican sus capacidades, se expande también la tentación de reducir lo humano a funciones de cálculo, como si nuestra identidad se agotase en el procesamiento de datos. Frente a esta deriva, resulta urgente recuperar una cuestión primera y olvidada: la piel. No concebida como superficie fisiológica sin más, sino como envoltura viva que constituye, protege, expone y singulariza la existencia. Defender la piel en la era del silicio no es nostalgia, es la afirmación de una ontología encarnada que resiste a la absorción de lo humano por el archivo digital.

La piel es, en primer lugar, fundamento ontológico. En ella se inscriben el hambre, el frío, el dolor y la caricia. No es mero límite biológico, sino umbral originario: frontera que delimita y, al mismo tiempo, abre al mundo. Cada arruga y cicatriz es archivo de una biografía encarnada. Ningún algoritmo puede duplicar esa densidad. El dato se almacena; la herida se recuerda. La piel es, en este sentido, el archivo primero de la existencia individual. Como señaló Maurice Merleau-Ponty, la percepción es siempre corporal y no puede reducirse a abstracción lógica¹.

En segundo lugar, la piel es economía del deseo. Allí se negocian proximidades y distancias, atracciones y repulsiones. El tacto funda un pacto tácito que involucra confianza y riesgo. Tocarse no es mero intercambio físico, sino acto que compromete afectivamente a los cuerpos. La inteligencia artificial puede simular patrones de respuesta, pero no puede participar de esa economía de deseo que brota de la fragilidad del contacto. Jean-Luc Nancy lo formuló con precisión: corpus significa siempre exposición al otro, vulnerabilidad compartida².

La piel es también ética del querer. El rasgo decisivo que distingue lo humano de lo artificial es la voluntad. Las máquinas no desean, no esperan, no se responsabilizan. Cada caricia humana, en cambio, es ya un acto moral, porque comporta riesgo y cuidado. Allí donde la máquina replica funciones, la piel implica responsabilidad. Roberto Esposito ha subrayado que toda inmunidad es ambivalente: proteger es también excluir³. La piel encarna esa paradoja y la convierte en práctica cotidiana de responsabilidad.

Pero la piel no es solo biografía individual: es también archivo político. Pigmentación, cicatrices y marcas son historia inscrita de exclusión, represión o resistencia. En un mundo donde las plataformas digitales convierten la subjetividad en mercancía, la piel resiste como documento irreductible. Afirmarla es reivindicar el derecho a que lo encarnado no sea colonizado por la lógica del dato.

La defensa de la piel supone además salvaguardar la singularidad irrepetible. Allí donde la inteligencia artificial opera mediante modelos estadísticos, la piel preserva lo único. Un lunar, un pliegue, la textura de una risa: todo ello es irrepetible. En cada encuentro humano se juega una tonalidad afectiva que no admite generalización. Defendiendo la piel defendemos lo que ninguna correlación puede abarcar.

En este horizonte se inscribe el último libro de Maurizio Ferraris, La pelle. Che cosa significa pensare nell’epoca dell’intelligenza artificiale⁴. El filósofo italiano retoma la metáfora de la piel como “envoltura viva de un organismo volitivo” y la convierte en clave para pensar la diferencia entre lo humano y lo artificial. Su tesis es clara: los ordenadores no viven, no mueren, no desean, no tienen miedo. Son impasibles, meros registradores de nuestras pasiones. Ferraris aporta tres intuiciones decisivas: la piel es interfaz originaria entre interior y exterior; el pensamiento humano se distingue porque está encarnado en un cuerpo que sufre y recuerda; el peligro consiste en proyectar en la máquina nuestras propias desesperaciones, dotándola de una falsa aura amenazante.

El mérito del libro radica en revalorizar el cuerpo frente a la ideología digital que equipara cálculo con pensamiento. Conecta, además, con su teoría de la documentalidad: la piel como superficie de inscripción, traza originaria de lo social. No obstante, el texto presenta limitaciones. En su afán de marcar diferencias, Ferraris corre el riesgo de reinstalar un dualismo tajante —máquina sin vida frente a cuerpo viviente— sin atender a las zonas híbridas donde lo técnico y lo orgánico se entrecruzan. Tampoco aborda con detalle las implicaciones políticas de tecnologías como la biometría o la vigilancia algorítmica, que afectan directamente a la piel como archivo social. Aun así, La pelle constituye una contribución relevante, y su lectura refuerza la necesidad de reivindicar la encarnación como núcleo irreductible de lo humano.

Defender la piel no significa oponer irracionalmente cuerpo a razón ni condenar la técnica. Significa recordar que somos cuerpos vulnerables antes que procesadores de datos, que la experiencia encarnada precede a toda simulación digital, que el querer humano no puede reducirse a optimización algorítmica. En un tiempo en que corremos el riesgo de entregar nuestra humanidad a los espejismos del archivo digital, defender la piel equivale a defender la dignidad misma de lo humano.


Notas

  1. Maurice Merleau-Ponty, Fenomenología de la percepción, trad. Jem Cabanes (Barcelona: Península, 1993), 203.
  2. Jean-Luc Nancy, Corpus, trad. Margarita Martínez (Madrid: Arena Libros, 2003), 45.
  3. Roberto Esposito, Inmunitas. Protección y negación de la vida, trad. Carlo Rodríguez (Barcelona: Paidós, 2005), 88.
  4. Maurizio Ferraris, La pelle. Che cosa significa pensare nell’epoca dell’intelligenza artificiale (Bolonia: Il Mulino, 2025).

Monólogo: La piel y el títere

(En escena, un personaje solo. Habla al público, como si confesara algo íntimo, a ratos con furia contenida, a ratos con un tono de plegaria.)

PERSONAJE
Siempre antepongo la voluntad a la sensibilidad. Sí, lo digo sin rodeos. Porque nadie en su sano juicio —filósofo o no— dejaría de notar que un hombre y un castor sienten más que un microondas o un teléfono móvil. Pero eso ya lo sabemos todos, ¿no? La sensibilidad se da por descontada. Lo que se nos ha escapado —¡oh, qué olvido trágico!— es el centro mismo de nuestra vida: la voluntad.

La voluntad no es un capricho. No es un deseo pasajero ni una ocurrencia súbita. Es el pulso que da dirección a nuestro saber, al cálculo, al lenguaje. Sin ella, todo queda inerte. Con ella, la inteligencia se convierte en razón. O en voluntad de poder, cuando se tuerce. Porque la voluntad nos salva o nos condena: ella es quien transforma la luz del pensamiento en sentido, o en dominio.

Y mírenme, mírense: no somos solo conceptos ni categorías, ni tampoco un cúmulo de sensaciones. Llevamos dentro un impulso primario, un querer que es más viejo que cualquier idea, más fuerte que cualquier algoritmo. La piel lo sabe. La piel lo grita. Cada cicatriz es un recuerdo, cada arruga es un archivo. La piel no finge, no maquilla: guarda memoria del dolor, del placer, de las veces que supimos o no supimos cuidar.

Las máquinas… Las máquinas no quieren. Ellas obedecen. Como títeres que se mueven con la mano invisible del titiritero. Nosotros, en cambio, nos agitamos, resistimos, dudamos, deseamos. La máquina puede imitar un gesto, una palabra, un cálculo; pero no puede temblar ante el frío, ni estremecerse con un roce. No puede sentir miedo a la muerte. No puede aburrirse de sí misma.

¿No lo ven? La diferencia es abismal. La piel es frontera y es archivo, es deseo y es herida. Es política también: pigmentos, cicatrices, marcas de exclusión y de resistencia. Y frente al mercado que quiere devorar nuestra atención, la piel se levanta como último bastión.

Defender la piel es defendernos a nosotros mismos. Defender la voluntad contra el vacío obediente del títere. Porque sin piel, sin voluntad, lo humano se vuelve mera estadística. Y entonces… entonces ya no somos nadie.

(Pausa. Mira sus propias manos. Habla casi en susurro.)


La máquina registra. Nosotros queremos. Y mientras queramos, aunque sea un poco, aunque sea apenas un soplo, todavía habrá flores que broten del estiércol.

(Silencio. Baja la cabeza. Oscuro.)

Rferdia
Filósofo de formación, escritor por necesidad y ciclista por amor a la pendiente. Escribo desde una tensión que no cesa de reaparecer: cómo resistir desde la forma, cómo sostener sentido cuando el mundo se fractura. En el corazón de mi trabajo —articulado a través del dispositivo hermenéutico ZIA— habita la idea del deporte como Weltstammräumung: gesto que despeja, cuerpo que restituye, escritura que no huye.
(Neologismo de raíz alemana que alude al acto de desalojar el ruido del mundo para recuperar un espacio originario donde la forma aún tiene sentido.)

Let`s be careful out there