«Lo más grande es el espacio, porque lo contiene todo.»
Tales de Mileto (atribuido por Diógenes Laercio, I, 36)

La historia del hombre podría contarse como una serie de intentos por medir lo inasible. El tiempo, el cielo, la sombra, la velocidad, el cuerpo: cada época inventa sus propias varas, sus pértigas, sus relojes, sus algoritmos, pero la pregunta permanece intacta, cómo traducir en signo aquello que, por naturaleza, se resiste a toda medida. Cuentan que Tales de Mileto, en Egipto, se enfrentó a la mole de la pirámide sin pretender escalarla ni desmontarla piedra a piedra. Esperó en cambio el instante del día en que su sombra coincidía con su estatura, apoyó su vara en la arena y, mediante la proporción, dedujo la altura del coloso. No hubo violencia ni conquista, solo inteligencia transformada en número. Aquel gesto, aparentemente sencillo, contenía ya la semilla de la geometría: medir lo invisible con lo visible, confiar en que la luz se deja traducir cuando se la observa desde el ángulo adecuado.

Siglos después, en los mundiales de atletismo de Tokio ( 2025 ), Armand Duplantis parece repetir ese gesto originario en otra materia. Su vara no es de madera recta sino de fibra que se dobla hasta rozar lo imposible. Su objeto de medida no es la sombra proyectada sino el aire mismo. La pértiga se curva, el cuerpo se arquea, el listón se eleva, y el salto de 6,30 metros —nuevo récord del mundo— se convierte en prueba de que incluso el vacío puede adquirir espesor cuando un cuerpo lo atraviesa. No es la cifra lo decisivo, sino la manera de alcanzarla: convertir la gravedad en danza, el límite en parábola, el cálculo en músculo. Como Tales, el pertiguista australiano demuestra que lo imposible no existe para detenernos sino para ser traducido en acto. Su marca no significa únicamente “más alto que nadie antes”, sino la confirmación de que aún podemos medir lo que parecía vedado al hombre: el aire, la altura, la suspensión.

Esa misma lógica anima el discurso de Clemens J. Setz al recibir el Premio Georg Büchner en 2021. En su Dankrede evocaba los experimentos de Karl Krall con caballos que, golpeando con el casco, señalaban letras en un tablero para formar palabras. “Esto podría considerarse una solución aproximada”, decía Setz, cuando uno de esos animales deletreaba Schobndnr al ver un retrato de Schopenhauer. No importaba la exactitud de la transcripción, sino la tentativa, el salto lingüístico que abría un espacio nuevo entre lo animal y lo humano, entre el sonido y el signo. Esa “solución aproximada” no está lejos de la curvatura de la pértiga: imperfecta, temblorosa, pero suficiente para trazar un récord. Y en otra parte de su discurso citaba las palabras de Josef Winkler: “No te avergüences de nada. Puede que te destroce, pero no es vergonzoso. Tienes derecho a decirlo.” Ese derecho a decir lo indecible es también el derecho a medir lo imposible, a exponerse a la caída sin esconder la tentativa. Tales con la sombra, Duplantis con el aire, Setz con el lenguaje: todos confirman que la medida no está en el objeto sino en el coraje de enfrentarlo.

Hay un hilo común que recorre esas escenas. La sombra desaparece en cuanto el sol se mueve, el salto dura apenas un segundo, la palabra se evapora tras pronunciarse. Medir lo efímero es aceptar que se deshace en cuanto se lo captura. Tales sabía que su proporción se disolvería, Duplantis sabe que su récord será batido, Setz sabe que la vibración oral de su discurso se perderá aunque quede impreso. Lo efímero no disminuye el gesto, lo intensifica. La medida, al ser fugaz, se vuelve aún más humana: un intento de fijar, aunque sea por un instante, la frontera de lo ilimitado.

Decir que una pirámide mide tantos codos, que un atleta voló sobre 6,30, que un caballo deletreó un nombre puede parecer un simple registro, pero en realidad es la huella de un acontecimiento mayor. El número no es el fin, sino la traducción de un asombro. Lo esencial está en la osadía de haberlo intentado. Por eso el récord de Duplantis no es solo deportivo, sino eco de la vara de Tales y de las palabras de Setz. Todos, en contextos distintos, midieron lo que parecía inabarcable y convirtieron lo invisible en cifra, lo intangible en forma.

La vara en la arena, la pértiga en el aire, el casco del caballo sobre el tablero: tres instrumentos de la misma empresa. Medir el mundo sin derribarlo, atravesar el límite sin destruirlo, traducir lo imposible en signo. Tales abrió un horizonte de conocimiento, Duplantis uno de cuerpo y riesgo, Setz uno de lenguaje y asombro. Entre los tres trazan una misma lección: medir, lejos de reducir, abre un pasaje hacia lo ilimitado.

Rferdia
Filósofo de formación, escritor por necesidad y ciclista por amor a la pendiente. Escribo desde una tensión que no cesa de reaparecer: cómo resistir desde la forma, cómo sostener sentido cuando el mundo se fractura. En el corazón de mi trabajo —articulado a través del dispositivo hermenéutico ZIA— habita la idea del deporte como Weltstammräumung: gesto que despeja, cuerpo que restituye, escritura que no huye.
(Neologismo de raíz alemana que alude al acto de desalojar el ruido del mundo para recuperar un espacio originario donde la forma aún tiene sentido.)

Let`s be careful out there