Aria

I must break for an hour’s sleep.
The urge for something less ambiguous than more silence is unbearable.
What do I have left to work with?
What have I ever had but four seasons, four corners, four nucleotides?
How can I name the man’s changes with only that?
Only, once, touring the snowdrifted world, pointing out the spore, he asked,
“What could be simpler? We all derive from the same four notes.”

Debo rendirme a una hora de sueño.
El impulso de hallar algo menos ambiguo que más silencio se vuelve insoportable.
¿Qué me queda con lo que pueda trabajar?
¿Qué he tenido nunca, si no cuatro estaciones, cuatro esquinas, cuatro nucleótidos?
¿Cómo nombrar los cambios del hombre con solo eso?
Solo una vez, recorriendo el mundo cubierto de nieve y señalando una espora, preguntó:
«¿Qué podría ser más simple? Todos derivamos de las mismas cuatro notas».

Richard Powers, the Gold bug variations

Nadie recordaba en qué instante comenzaron a sonar aquellas cuatro notas —Do, Si, La, Sol— que más que una melodía parecían una cuenta regresiva. No eran todavía música, sino el compás de la caída, la aritmética pura del tiempo.

Bach – Goldberg Variations: Aria (Glenn Gould)

¿Era hermosa? Nunca lo pensé. La pregunta parece un expediente muerto. Basta insinuarla para que todos reclamen su juicio, como si lo visible perteneciera al dominio público.

Las notas descendían como pasos sin retorno, como si el mundo hubiera sido cincelado en cuatro escalones mínimos. De ahí nacía la certeza de que todo lo demás —estaciones, amores, pérdidas— no era más que variación infinita de esa secuencia.

La belleza, en cambio, se imponía como un poder secreto: política, histórica, capaz de convertir cualquier crónica en espectáculo. Daniel lo sabía. Una frente despejada o la línea de un cuello bastaban para que el deseo se confundiera con la nostalgia. Cada rostro perfecto le parecía un mapa hacia una patria perdida.

Veinte años después, él y ella volvieron a encontrarse en un mirador oxidado junto al mar. Los telescopios aguardaban monedas que nadie introducía; el horizonte se extendía fatigado bajo la misma sal de entonces. Entre ellos no surgió el inventario de los años transcurridos, sino otra secuencia: Sol, Si, Re, Sol, el arpegio de Bach que cifraba su propia historia.

Y yo, sin glamour, apenas con una belleza de medianía, me descubrí atrapada en la confusión de su mirada. Decía verme en las tapicerías de Cluny, en la dama y el unicornio. Un elogio extraño, un anacronismo. Tal vez lo que encontraba en mí era precisamente eso: un rostro fuera de época.

Él comparó la vida con los visores del mirador: introduces una moneda, un minuto de claridad, luego el clic seco, el apagón y las manos vacías. Ella rió, pero comprendió que también lo suyo había sido eso: un paisaje breve, interrumpido de golpe. En esa conciencia resonó la otra secuencia, Do, Si, La, Sol, el calendario humano, la caída que siempre devuelve al mismo punto.

Resonaba también la certeza de que la belleza nunca es emblema de fuerza interior, sino rastro visible de millones de células, epifenómeno de un experimento sin fin. El rostro perfecto, el que detiene la mirada, no es más que la media estadística de una variación incesante.

Y, sin embargo, allí estaban los dos motivos entrelazados: el de la carne y el de la música, el descenso y el ascenso, la pérdida y el retorno. Glenn Gould había encarnado como nadie ese doble calendario: en 1955, torrente cristalino; en 1981, plegaria fatigada. Entre ambas versiones se revelaba la tensión de lo humano y lo eterno.

Los dos permanecieron en silencio, quizá porque el silencio estaba lleno de música. Comprendieron que lo que vibraba entre ellos no era distinto de lo que rige el giro de las estaciones, la secuencia del ADN o el motivo inicial de Bach que se abre a infinitas variaciones: lo mínimo capaz de sostener lo inagotable.

Y al fin, tiempo y belleza se reconocían hermanas: espejismos necesarios, promesas de permanencia en medio de la pérdida. El calendario perpetuo no es un círculo que se cierra, y la belleza no es un rostro que se agota. Son caminos en espiral que siempre regresan, nunca iguales: a veces más hondos, en ocasiones más altos, siempre distintos. Y, en los contados instantes en que la repetición concede un respiro, también más sabios, más temperados.

Da capo

Hay quien sostiene que la historia entera puede reducirse a un puñado de sonidos. Que bastan cuatro notas para fundar un mundo.

El calendario humano se escribe en descenso: Do, Si, La, Sol. Cuatro pasos hacia abajo, cada uno más cerca de la caducidad. Es el gesto de la cuenta regresiva, como bajar una escalera que no conduce a ninguna puerta, solo al suelo que se aproxima. Cada nota cae un poco más, como un pulso que se debilita, como una respiración que se acorta. No anuncia avance, sino agotamiento: los días tachados, las estaciones que se apagan en idéntico retorno, el clic seco de un telescopio de monedas que se interrumpe de pronto y nos deja sin cambio frente al horizonte.

Bach, en cambio, inaugura sus Variaciones Goldberg con otro motivo de cuatro notas: Sol, Si, Re, Sol. El movimiento no desciende: se eleva. Es un arpegio que abre el acorde y regresa a su raíz, como quien sube los peldaños de una escalera para volver a la cima desde donde partió. Cada nota no resta, añade: no es cuenta atrás, sino respiración que se expande. Allí donde el tiempo humano marca su desgaste, la música sostiene un presente sin caducidad. En esas cuatro notas iniciales late ya la clave de lo inagotable, treinta variaciones que nunca agotan el motivo porque éste se basta a sí mismo, como un manantial que no cesa de brotar.

Glenn Gould – Bach – Goldberg Variations BWV 988 – Aria Da Capo

Rferdia
Filósofo de formación, escritor por necesidad y ciclista por amor a la pendiente. Escribo desde una tensión que no cesa de reaparecer: cómo resistir desde la forma, cómo sostener sentido cuando el mundo se fractura. En el corazón de mi trabajo —articulado a través del dispositivo hermenéutico ZIA— habita la idea del deporte como Weltstammräumung: gesto que despeja, cuerpo que restituye, escritura que no huye.
(Neologismo de raíz alemana que alude al acto de desalojar el ruido del mundo para recuperar un espacio originario donde la forma aún tiene sentido.)

Let`s be careful out there