“Cada tierra hace su pan y cada boca su refrán.”

En toda lengua se libra una batalla invisible. Por un lado, están quienes pretenden custodiarla, fijar sus límites, garantizar su pureza. Por otro, los hablantes que, sin pedir permiso, la reinventan cada día. El español, quizá más que otras lenguas, ha sido escenario constante de esa tensión. Basta recordar el recelo con el que durante siglos se ha recibido cada palabra extranjera, como si fuese un cuerpo extraño que amenaza con contaminar la sangre de la lengua.

Un texto periodístico de mediados del siglo XX lo expresaba con lucidez. Allí se comparaba al idioma con una playa que la Real Academia Española peina y limpia cada día, como si su tarea fuese retirar las algas y objetos arrojados por la marea popular. Palabras como jeep se juzgaban intrusas y feas, indignas de figurar en el diccionario. Sin embargo, la calle ya las había aceptado, aunque no siempre en su forma original: alguien, con agudeza campesina, llamó “saltamontes” a ese vehículo, porque le recordaba el brinco nervioso del insecto. He ahí la grandeza del lenguaje vivo: su capacidad de inventar imágenes súbitas, ingeniosas, irreverentes.

Frente a la sequedad de la “aceptación” administrativa, un Jardiel Poncela cualquiera reclamaba el derecho a decir “esgociorio” para nombrar lo que de verdad entusiasmaba. Y en una aldea gallega, al ver cómo un niño estrellaba su cometa contra el suelo, una mujer exclamaba un interminable “esparapapillouselle” que nadie había registrado, pero que de inmediato enriquecía la lengua.

La enseñanza es clara. El idioma no crece por decreto ni por norma académica. Crece en los labios anónimos que inventan palabras por necesidad, por humor o por puro desahogo. Esa espontaneidad es la que salva al español de convertirse en una lengua fosilizada.

Hoy la situación ha cambiado de forma, pero no de fondo. Ya no es tanto la Academia la que impone su autoridad, sino la tecnología. La colonización lingüística nos llega envuelta en interfaces digitales, en manuales de programación, en anglicismos que circulan sin traducción: streaming, hashtag, influencer. Frente a esa avalancha, algunos reaccionan con el mismo patriotismo idiomático de antaño, como si estuviésemos llamados a defender una trinchera. Otros, en cambio, abrazan sin reservas cada palabra nueva, aunque venga de un algoritmo.

¿Dónde situarnos? Tal vez la clave esté en recuperar el espíritu de aquellas invenciones populares. No se trata de cerrarnos ni de entregarnos, sino de jugar con lo que llega, traducirlo, retorcerlo, hacerlo nuestro. Lo mismo que hizo aquel aldeano al llamar “saltamontes” a un jeep. O aquella mujer que, al ver caer una cometa, regaló un grito que nadie había oído antes.

En un tiempo en el que la lengua parece sometida al cálculo de las plataformas digitales, conviene recordar que su fuerza no reside en la corrección ni en la pureza, sino en la capacidad de generar asombro. Toda palabra nueva, por absurda o grotesca que parezca, puede iluminar súbitamente la experiencia y abrir una grieta en el muro de lo establecido.

El español sobrevivirá —como siempre lo ha hecho— mientras existan hablantes dispuestos a inventar, a deformar, a pronunciar palabras que no figuran en ningún diccionario. Porque el idioma, al fin y al cabo, no es un museo de piezas muertas, sino un campo abierto donde cada generación deja volar su cometa. Y si alguna vez se estrella, mejor todavía: de ese golpe nacerá, quién sabe, otra palabra tan insólita como esgociorio.

Rferdia
Filósofo de formación, escritor por necesidad y ciclista por amor a la pendiente. Escribo desde una tensión que no cesa de reaparecer: cómo resistir desde la forma, cómo sostener sentido cuando el mundo se fractura. En el corazón de mi trabajo —articulado a través del dispositivo hermenéutico ZIA— habita la idea del deporte como Weltstammräumung: gesto que despeja, cuerpo que restituye, escritura que no huye.
(Neologismo de raíz alemana que alude al acto de desalojar el ruido del mundo para recuperar un espacio originario donde la forma aún tiene sentido.)

Let`s be careful out there