🎧 Parergon auditivo

In Your Own Sweet Way · Keith Jarrett At The Blue Note

La melodía entra como quien no quiere romper el silencio, pero lo desplaza

Dicen que las grandes jugadas no se ven en el tablero, sino en la sombra de quien mueve las piezas. A veces ni eso. A veces basta con el humo: el de un pitillo mal apagado en la sala donde se decide el mundo, el de un flash que nunca llega a revelarse, o el del motor que arranca en la madrugada con alguien que ya no está en la foto.

Corría el año 92. Ha llovido desde entonces. El mapa aún parecía quieto y los trajes en Washington olían a naftalina ganadora. George Bush padre llevaba en la solapa la Guerra del Golfo, la sonrisa de haber enterrado a la URSS sin un disparo, y ese barniz brillante que da Yale cuando uno se lo cree más de la cuenta. Parecía intocable. Pero ya se sabe que lo eterno en política suele durar lo que un aplauso comprado en un cabaré de Moncloa

Y lo lo destronan, of course. Pero no lo hace Clinton. Lo hace el silencio detrás de Clinton.

Un tipo llamado Ross Perot —con voz de vendedor de tractores y fortuna de Wall Street— irrumpe en escena como se irrumpe en los albergues de tercera: con ruido, sospecha y una maleta llena de sinsabores. Grita “gringo blanco” con la furia performativa del que se sabe blanco hasta el tuétano. Habla del “granero sucio” de Washington, del “pueblo traicionado”, y del “sentido común” como si el país fuese una casa de empeños con bandera.

No viene a ganar. Viene a estorbar. Viene a restar. Viene a escenificar el malestar para que Clinton pueda representar la calma sin mover un dedo.

Y detrás de Perot —como detrás de todo lo útil y estridente— están los que nunca se presentan a las elecciones. Goldman Sachs, Lehman Brothers… Fondos de inversión que quieren reventar Rusia a martillazos y quedarse con los escombros. Bush no lo permite. Prefiere una Rusia hambrienta pero viva, débil pero funcional. Eso lo convierte en enemigo. Y los banqueros no olvidan. Tienen memoria de usurero: sólo recuerdan las deudas impagas.

Traen entonces a Perot. Y con él, la coartada perfecta para dividir la derecha, agitar al votante hispano, y disfrazar a Clinton de alternativa razonable.

No lo dice la prensa. No lo digo yo. Lo dice el propio Clinton años después, con esa media sonrisa que tiene el que nunca paga la cuenta: “Se nos ocurrió introducir un personaje que tensara a los republicanos desde dentro”. Como quien incendia un telón y desaparece entre los aplausos.

Lo que sigue es una obra maestra de manipulación conductual. El equipo de Clinton no necesita una ideología. Tiene algo mejor: tiene a los economistas de la conducta. Cass Sunstein, por ejemplo. Un ilusionista de Harvard con biblioteca de Skinner, que más tarde diseña las reglas de la desinformación gubernamental disfrazadas de corrección. Sunstein cree que la verdad es irrelevante. Que lo importante es moldear la percepción como se moldea el cemento fresco: con propaganda y cálculo.

Y ahí sigue Richard Thaler, ese que convierte el empujón en teoría. Lo llaman nudge, porque decir coacción blanda sería demasiado honesto. Y no muy lejos, Larry Summers, que arruina países en horario de oficina y por las noches imagina cómo reprogramar al votante como si fuera un cajero automático.

A Bush padre lo traiciona su fe en el equilibrio. En una entrevista casi póstuma, confiesa que la caída de la URSS fue su mayor derrota. Que una Rusia débil y dependiente era más útil que un cadáver con memoria. Que al destruirla, se soltó un oso herido. Y los osos heridos no olvidan. Esperan.

Clinton, en cambio, llega con la sonrisa del vendedor y el cinismo del cobrador. Promete modernidad, pero entrega obediencia. Parece progresista, pero es el cartero de los fondos. El DJ sin música propia.

Y lo que empieza a sonar entonces no es democracia. Es otra cosa.
Un remix estratégico, con la melodía escrita por quienes afinan las emociones del electorado como se afina un piano viejo: a martillazos suaves, con guantes de seda y la mirada puesta en el dividendo.

Los que diseñan aquella campaña no se han ido.
Escriben discursos. Subvencionan emociones.
Cultivan causas que estallan en el momento justo.
Ajustan el volumen de la rabia.
Y aún sostienen la partitura del poder con una sola receta secreta:
controlar la dopamina como quien raciona el oxígeno.

La música no ha parado.
Y el público sigue creyendo que elige la canción.
Pero alguien —al fondo— cambia los discos sin ser visto…( Continuará )

Ramónacrobata
Filósofo de formación, escritor por necesidad y ciclista por amor a la pendiente. Escribo desde una tensión que no cesa de reaparecer: cómo resistir desde la forma, cómo sostener sentido cuando el mundo se fractura. En el corazón de mi trabajo —articulado a través del dispositivo hermenéutico ZIA— habita la idea del deporte como Weltstammräumung: gesto que despeja, cuerpo que restituye, escritura que no huye.
(Neologismo de raíz alemana que alude al acto de desalojar el ruido del mundo para recuperar un espacio originario donde la forma aún tiene sentido.)

Let`s be careful out there