Los días pasan, los años pasan. La vida sigue su curso. Nos manda señales. Inequívocas, portentosas. Pero no parece poder hacer mucho más. No es asunto suyo. Es asunto nuestro, ¡cómo va a ser asunto suyo!
Antonio Moresco, Escritos insurreccionales.
Chaqueta negra, blusa blanca, llega al escenario con sencillez y elegancia. Naturalmente, comienza a tocar, sobriamente, con fluidez, cuidada elegancia, madurez exquisita e impoluta ejecución, como no deja de hacerlo durante todo el recital. Hélène Grimaud nació el 7 de noviembre de 1969 en Aix-en-Provence. Empezó a tocar el piano a los 7 años y a los 13 ingresó en el Conservatorio de París, y en 1990, la bellísima embajadora del «piano francés emprendió su carrera internacional como solista; una carrera, excuso decirlo, simplemente apabullante
Beethoven compuso su trigésima sonata, la Op.109, en 1820, cuando estaba completamente sordo, pero este aislamiento forzado del mundo parece haber alimentado su inspiración. En el primer movimiento, un tema rápido y una melodía lenta se entrelazan. El sentido del matiz de Hélène Grimaud queda patente en esta alternancia de plenitud y dulzura, de fuerza y sutileza. Su virtuosismo resplandece en los ardientes acordes del scherzo, un movimiento tocado ¡Prestissimo!, pero es en la gran belleza, en la pureza total y la serenidad perfecta del tercer movimiento, donde la interpretación de la pianista francesa, sobria pero expresiva, es profundamente conmovedora. Siguen seis variaciones antes del retorno del tema, que suena como una canción para la eternidad.
Johannes Brahms escribió los Intermezzi (Op. 117) y la Fantasía (Op. 116) en el verano de 1892 en Bad Ischl, en la región alemana de Salzkammergut, Austria. Tras un paréntesis de diez años, el compositor volvió al piano, que se había convertido en su confidente. Son obras intimistas de colores otoñales, de ensueños impregnados de nostalgia, aunque el ardor vuelve en los caprichos de la Fantasía. Las partituras fueron enviadas por correo a Clara Schumann. A través de la sutileza de su interpretación, Hélène Grimaud abre un ajimez cuya celosía filtra un haz de emociones y sentimientos preñados de intimidades camufladas. Los Intermezzi evocan la calma, la tranquilidad y la dulzura ligeramente triste de un final de verano que arrastra al oyente sobre un atardecer de arena arrullado por esta música melancólica. Brahms hablaba de «las dolorosas nanas de una madre infeliz o de un soltero desconsolado». La pianista consigue recrear esta atmósfera hechizante, combinando fluidez y plenitud, tan características de la música de Brahms, mientras despliega toda su energía en los apasionados caprichos de la Fantasía. Pero allí, en la marea de los goces, allí, en el eco musical del oleaje perfumado, allí, en el trémulo aliento cósmico, allí, en el pleno placer supremo, justamente allí, en esos instantes, suena el criminal ruido del móvil de un hijo de la grandísima puta: perpetrar un atentado de semejante dimensión debería de ser objeto de trabajos forzados de por vida.
El concierto se cerró, sin contar el regalo de la dos magníficas propinas y pese a la inconsolable irritación, con la intensidad de la Chacona: acordes potentes, ritmos frenéticos, staccatos acrobáticos. La Chacona de J.S. Bach última pieza de su 2ª Partita para violín, compuesta entre 1717 y 1720 es una pieza de bravura tanto para pianistas como para violinistas. La transcripción para piano de Ferruccio Busoni, aunque yo prefiera la menos romántica pero más equilibrada y potente transcripción hecha por Bramhs, suena plena: ¡Qué fuerza! El piano se apodera de la sala, ¡casi se convierte en un órgano!. La sensibilidad del compositor se revela en los momentos más lentos, muy melodiosa, pero es la densidad de esta música lo que te derrumba, una densidad reforzada por la gravedad de la interpretación de la francesa. Una densidad que confiere una calidad áspera, dura, a veces sombría, a esta obra, dedicada por Bach a su primera esposa, fallecida. Una extraña calma emerge en el solo de la mano izquierda, antes de que se repitan los impresionantes acordes de apertura. El equilibrio es perfecto, la Grimaud capta la mezcla de serenidad espiritual y épica específica del programa, en un himno a la música con acentos triunfales. Todo concluye en una apoteosis que provoca un silencio de asombro. Potente y sensible, sutil y elegante, así suena Hélène Grimaud.
Let’s be careful out there