En uno de los últimos libros que escribió —y que no publicó― dice Ortega que «cada palabra reclama en principio una biografía, en un sentido análogo al que tiene este término referido al hombre». La biografía es para cada ser humano lo esencial de su vida captado en una narración. De las palabras podría decirse análogamente que tienen una biografía en la medida en que también nacen, cambian, alcanzan su mediodía y luego envejecen y mueren.
Hubo un tiempo en que las hazañas no necesitaban relato: bastaba el gesto. Hoy el relato lo inunda todo, pero los gestos —los verdaderos— escasean. Aquí se habla de uno. Un hombre sobre una bicicleta. Nada más. Y sin embargo.
Desde que los antiguos escribieran sobre los corredores de Maratón, la figura del atleta ha tenido algo de mensajero y de símbolo, algo de heraldo que comunica no solo una victoria sino una forma de estar en el mundo. Tadej Pogačar, ciclista esloveno, se inscribe hoy en esa línea casi mitológica de figuras que no sólo vencen o compiten, sino que reescriben con su talento y esfuerzo la estructura misma del relato. Hay en su pedalear —incluso cuando parece leve, danzante, solar— una dimensión épica que desborda los márgenes del deporte.
No estamos ante una estadística más ni ante una figura ocasional del marketing contemporáneo. Pogačar aparece como un cuerpo narrativo, un sujeto que transforma la ruta en escritura y la etapa en dramaturgia. ¿Qué nos cuenta el joven esloveno cuando ataca en Hautacam, o cuando con el rostro tenso sigue pedaleando en la alta montaña con una sonrisa insólita? Nos cuenta —sin palabras, con ritmo— que hay todavía en el mundo espacio para la libertad expresiva del gesto. Que un ataque en solitario puede ser una forma de oración en movimiento. Que la estética puede ser resistencia y la voluntad una forma de canto.
Nacido en Komenda en 1998, formado en la escuela ciclista de Rog Ljubljana, Pogačar ha demostrado desde sus inicios una intuición desbordante, una capacidad de leer la carrera como si la estuviese soñando y corrigiendo al mismo tiempo. Ganador del Tour de Francia en 2020, 2021,2024 y 2025 y protagonista de duelos tan cruentos como simbólicos contra Mathieu van der Poel, o Jonas Vingegaard, su figura se ha ido transformando de joven prodigio a icono narrativo de nuestra época. Y no solo por sus victorias sino por la forma en la que las obtiene. Por la humanidad con que desborda el rol que le ha tocado.
Desde una perspectiva simbólica, su figura parece responder al ideal de Simmel: un sujeto moderno que articula su identidad en el conflicto entre forma y vida. En él la forma no es un corsé, sino una matriz de creación; la vida no es un dato biológico, sino un campo de tensión entre la espontaneidad y la historia. Pogačar no gana como quien aplica una fórmula, sino como quien la rompe. Su mismo nombre, casi onomatopéyico, parece golpear el aire como un verso corto de final abierto: una palabra de lengua eslava que resuena ya como eco en las montañas del Tour.
Algunos han querido leer su ciclismo como naíf, como impulsivo, como tácticamente defectuoso. Y sin embargo, esa lectura olvida que la narrativa del ciclismo contemporáneo, estandarizada por potenciómetros y cálculos de vatios, necesitaba una anomalía. Una desviación. Pogačar es la excepción que no confirma la regla, sino que la desestabiliza. Su pedalada en subida, su ataque en los descensos, su sonrisa siempre, hablan de una voluntad de relato que no necesita del triunfo para ser gloriosa.
A la manera en que Miguel Indurain fue leído por algunos como el símbolo de un nuevo estoicismo, Pogačar puede ser leído como la figura de una nueva épica solar. No la épica del sacrificio, sino la de un agonismo intenso. No la del cálculo, sino la del riesgo encantado. Una épica sin pompa, sin proclama, sin aparato simbólico añadido. Basta su bicicleta y una carretera por delante.
En una época en que los relatos épicos se disfrazan de ironía o de sarcasmo, Pogačar nos devuelve la frontalidad del gesto. Su cuerpo joven parece decirnos: “yo soy posible”. En un mundo saturado de cinismo, el esloveno pedalea con una forma de belleza antigua y presente a la vez. Como si supiera que cada ataque contiene una escena de teatro moral. Como si comprendiera —con las piernas, no con las palabras— que la heroicidad ya no reside en vencer, sino en dotar al acto de una forma.
Y así, Tadej Pogačar, sin alterar el paso del tiempo, lo vuelve legible. Cada vez que se alza en los pedales y vuela por el aire fino de los Alpes, algo en nuestra mirada se despierta. No hay forma más clara de decirnos que el mito aún se escribe. Y que la rueda, girando, nunca se repite.
Ramónacrobata
Filósofo de formación, escritor por necesidad y ciclista por amor a la pendiente. Escribo desde una tensión que no cesa de reaparecer: cómo resistir desde la forma, cómo sostener sentido cuando el mundo se fractura. En el corazón de mi trabajo —articulado a través del dispositivo hermenéutico ZIA— habita la idea del deporte como Weltstammräumung: gesto que despeja, cuerpo que restituye, escritura que no huye.
(Neologismo de raíz alemana que alude al acto de desalojar el ruido del mundo para recuperar un espacio originario donde la forma aún tiene sentido.)
Let`s be careful out there