No es que el mundo sea irreal, es que está dispuesto como una fábula
En un mundo que ya no se deja leer con categorías racionales ni con datos verificados, propongo una interpretación simbólica y estructural de la política global contemporánea. A partir de la imagen del bridge como modelo estratégico, el texto despliega una genealogía crítica de los proyectos civilizatorios que compiten por el mundo que viene: Nueva Babilonia, Jerusalén, el Vaticano, China, Rusia. Una lectura desde el subsuelo, donde los signos pesan más que las pruebas y donde el verdadero poder no se proclama, sino que se insinúa.
A quien aún espere de la historia pruebas concluyentes, firmas legibles, documentos sellados y confesiones irrefutables, se le escapa lo esencial: el poder verdadero no deja huella, deja señales. La escena política internacional, tal como se muestra hoy, no responde ya a la lógica de la confrontación ideológica ni a la dialéctica entre Estados-nación, sino a una coreografía de signos donde lo que se juega no se dice y lo que se dice no se juega. Este mundo que se presenta como caótico es, más bien, una partida de cartas —una partida de bridge, según la imagen que ciertas élites manejan como código y como método.
No se trata aquí de alegoría ni de metáfora decorativa. El bridge, con su estructura cíclica, sus palos dominantes, sus parejas que se alternan en alianzas estratégicas temporales, deviene modelo operativo para comprender la sucesión de proyectos globales que marcan el rumbo del mundo desde el inicio de la crisis financiera en 2008. Cada ciclo de cuatro años (coincidente con las elecciones presidenciales en EE.UU.) constituye una partida: con su proyecto dominante, su carta de triunfo y su comodín. La política exterior se convierte, así, en un tablero de máscaras que se intercambian en función de un plan más largo, más invisible, más coherente de lo que las apariencias permiten sospechar.
¿Quién reparó, en 2017, que The Economist —órgano tradicional de la familia Rothschild— ilustraba su portada anual con cartas del Tarot en lugar de gráficos o líderes mundiales? ¿Quién leyó ahí no un gesto estético, sino una revelación simbólica explícita del orden en curso? La carta The Tower (La Torre), con un edificio en ruinas, una hoja clavada a la puerta y una cruz, no aludía tanto al derrumbe financiero como a la quiebra del orden protestante liberal. Lo que se anunciaba no era una recesión económica, sino una reforma encubierta del mundo: la caída del régimen surgido de Lutero, Adam Smith y Bretton Woods.
A la izquierda, una muchedumbre roja. A la derecha, una cruz católica. China y el Vaticano, dos potencias milenarias, se repartían los restos del viejo orden. El comodín era Trump, no por su ideología (que no tenía, ni tiene ), sino por su función disruptiva. No jugaba por sí mismo, sino a favor de la Gran Europa, esa entelequia conceptual donde convergen la Internacional Negra, el Vaticano postmoderno y los remanentes de una aristocracia en sombras.
Es en esta lectura, simbólica y no periodística, donde el texto encuentra su verdad: la geopolítica se ha desplazado al campo del mito operativo. Ya no hablamos de bloques ideológicos, sino de proyectos civilizatorios:
– Nueva Babilonia (el liberalismo financiero angloamericano),
– Nueva Jerusalén (Londres cabalista, esotérico y post-imperial),
– Gran Europa (la Europa vaticana, germánica y jesuítica),
– China (el Mandato del Cielo, encarnado en la expansión tecno-territorial del taoísmo político).
Y a esa partida se suma Rusia, dudando entre su tentación euroasiática (la Horda) y su destino de “Tercera Roma”, es decir, protector espiritual de Europa ante la disolución liberal.
Bajo este esquema, las guerras no son guerras: son giros del juego. Las crisis no son errores: son manos mal jugadas. Las alianzas no son duraderas: son cartas. El juego, sin embargo, no es banal: está regido por una lógica antigua, por una idea casi litúrgica del tiempo y por una percepción simbólica de la realidad. El poder ya no reside en dominar territorios, sino en controlar el sentido que damos a los acontecimientos.
Por eso, los lugares del mundo visible (París, Londres, Pekín) importan menos que los nodos del mundo invisible: el Monte Athos, el Muro de las Lamentaciones, los monasterios ortodoxos, las portadas de las revistas, los mapas antiguos que se regalan en visitas diplomáticas. Se habla de gas, pero se disputa el relato. Se comercia con deuda, pero se encumbra el símbolo.
Esta mirada no puede ser refutada con datos, porque no pertenece al orden de lo verificable. Pero sí puede ser comprendida desde una filosofía que no haya olvidado que lo real no es lo que se toca, sino lo que estructura la posibilidad de que algo sea tocado. Decía Confucio que el mundo se conoce por signos, no por hechos. Ortega, más occidental y moderno, no habría desmentido esta idea, sino que la habría elevado: la realidad no se impone, se interpreta.
Así, la gran tarea de nuestra época no es informar más, sino pensar mejor. Y pensar mejor, hoy, exige dejar atrás el periodismo de titulares y recuperar una atención superior: la que ve el sentido allí donde otros ven datos, la que sabe que la política no es un ejercicio de poder, sino de forma.
No se trata de adoptar teorías de la conspiración ni de asumir visiones delirantes del mundo. Se trata, simplemente, de reconocer que el poder verdadero nunca se muestra como tal, y que su lenguaje no es el de los informes oficiales, sino el de las estructuras arquetípicas: el tarot, el mapa, la genealogía mítica, la estrategia oculta.
El viejo mundo se derrumba, y la partida continúa. En el centro de la mesa, las cartas han sido ya repartidas. No sabemos aún quién juega qué, pero sí sabemos —si aprendemos a mirar— qué se está jugando realmente.
( Continuará )
Vienna, Part I · Keith Jarrett
Ramónacrobata
Filósofo de formación, escritor por necesidad y ciclista por amor a la pendiente. Escribo desde una tensión que no cesa de reaparecer: cómo resistir desde la forma, cómo sostener sentido cuando el mundo se fractura. En el corazón de mi trabajo —articulado a través del dispositivo hermenéutico ZIA— habita la idea del deporte como Weltstammräumung: gesto que despeja, cuerpo que restituye, escritura que no huye.
(Neologismo de raíz alemana que alude al acto de desalojar el ruido del mundo para recuperar un espacio originario donde la forma aún tiene sentido.)
Let`s be careful out there