Das Staunen ist ein Sehnen nach Wissen.
Johann Wolfgang von Goethe
El asombro es el principio de la sabiduría.
Aristóteles
Todo lo que perdura nace en el espíritu de la perseverancia, de la evolución y de la lucha, como una maravillosa respuesta al reto de la destrucción y de la muerte.
Mauricio Wiesenthal, Las reinas del mar
Si en el breve trayecto de regreso a casa tras comprar el pan no te resquebrajas pisando la realidad de loza inestable de un mundo que se derrumba taza a taza, quizá todavía estés dispuesto a coger de nuevo tu bicicleta y acercarte al vislumbre de un umbral que se erige, no solo como demarcación, sino como un espacio de fascinación donde lo cotidiano roza lo sublime y lo conocido se encuentra con lo inesperado. Tu bicicleta, símbolo de tránsito y transformación, se revela entonces como acceso a un lugar de estremecimiento, a la revelación de lo que yace más allá de las convenciones dispuestas por otros para ti . En este sentido, pedalear es un punto de inflexión donde la mirada se renueva y el espíritu se expande, pedalear es , como no, una experiencia estética.
Podríamos acordar junto a Raymond Bayer que la experiencia estética es un equilibrio percibido, una resonancia ritmada, y un juicio que la expresa. Ahora bien, el juicio no se remonta a su causa primera. No existe, por consiguiente visión directa y clara de algo, pues la resonancia ritmada se interpone como una especie de pantalla, y como un médium, modifica el problema confiriendo un nuevo timbre al pensamiento que juzga. La «resonancia ritmada» vendría a ser como una especie de membrana, un doble espejo que refleja por un lado lo que conocemos del objeto ( de ese algo), mientras que por el otro refleja lo poco o mucho que aportamos de nuestra propia cosecha.
En la noción de resonancia ritmada se destaca una cierta coincidencia de patrones que se advierten y se reconocen a la vez como presentes en la obra, en nosotros mismos y en nuestros «semejantes modales», es decir, en aquellos con los que compartimos modos de relación. Por eso es que hay una «resonancia ritmada», porque compartimos esos ritmos —esas proporciones, esas medidas— con el objeto (ese algo) y eso nos hace capaces de resonar con ellos al unísono; así, en la soledad del pedal se establece una resonancia ritmada que nos sitúa a la entrada de un umbral tan desconcertante como el acceso al interior de una mujer.
Pero, pedalear en soledad es ,además, un poderoso vehículo hacia el autoconocimiento ofreciéndonos un espacio único para explorar nuestro yo interior de manera profunda y significativa.
Cuando nos adentramos en la experiencia de pedalear en solitario, nos sumergimos en un estado de introspección profunda. La tranquilidad del entorno y el ritmo constante de las pedaladas nos permiten sintonizar con nuestros pensamientos, emociones y sensaciones internas. Además, la soledad del pedal nos brinda la oportunidad de despejar nuestra mente de distracciones externas y ruido mental. En este espacio de silencio y calma, podemos encontrar la claridad que nos ayuda a reflexionar sobre nuestras vidas, metas y deseos más profundos.
La comunión con la naturaleza y la sensación de libertad que se experimenta al rodar en solitario nos abre la puerta a una mayor conciencia espiritual, a una invitación para confrontar nuestras propias limitaciones y miedos, a una fortaleza inesperada. Aceptamos quiénes somos en ese momento, conscientes todavía de nuestra capacidad para crecer, evolucionar y transformarnos. La soledad del pedal nos conecta con nuestra esencia más pura descubriendo aspectos de nuestra personalidad y valores imperecederos marginales en práctico egoismo de la rutina diaria.
Es en la soledad del pedal donde nos enfrentamos ante nuestra verdadera máscara, donde llamamos ante la puerta de quiénes somos.
Pedalear no es solo un registro de eventos o pensamientos, pedalear se convierte también en un mapa de asombros, en el vislumbre de un conjunto de umbrales a través de los cuales la energía fluye hacia la trascendencia infiltrada en la vida; pedalear es la posibilidad de un tal vez grabada en lo más profundo de la sorpresa y el deslumbramiento, un catalizador de la reflexión y la emoción.
En las profundidades sin fondo del espíritu, donde una persona deja de ser persona, en profundidades inaccesibles al Estado y la sociedad creadas por la civilización, ruedan ondas sonoras, similares a las ondas del éter que abrazan el universo. Allí, hay vibraciones rítmicas similares a los procesos que forman montañas, vientos, corrientes marinas… hasta allí, el pedal accede.
La imagen fija y la imagen en movimiento se entienden como momentos de congelación y fluidez del tiempo, capaces del sobresalto. En la soledad del pedal no solo se capturan momentos, sino que también se crean interjecciones al transformar la percepción y la memoria.
El sonido y el sentido, en la soledad sonora del pedal, se convierten en vehículos para el sobrecogimiento, modulando la experiencia humana a través de la resonancia de la voz y el poder de la palabra. El cuerpo mismo, en su expresión y su silencio, es un umbral hacia lo insondable, un campo de posibilidades donde el encanto se corporiza.
La soledad del pedal también nos revela el entrelazamiento de la vida con el arte, donde uno es espejo y a la vez ventana al otro. La identidad personal y colectiva, el yo y los otros, se encuentran en un espacio intermedio suspendidos en un instante de reconocimiento, donde el pasado dialoga con el presente y el futuro se insinúa con posibilidades infinitas.
En la esfera de lo doméstico y lo político, la soledad del pedal se presenta como un punto de encuentro inesperado, desafiando la artificial separación entre lo privado y lo público. Aquí, el asombro surge cuando lo personal adquiere relevancia política y lo político se filtra en las texturas de la vida individual.
El interior y el exterior literal y simbólicamente se entrelazan en un juego constante de escondite donde el entusiasmo surge de la disolución de fronteras. Contrarios que se tocan, permitiendo que el detalle más ínfimo resuene con el eco de acontecimientos trascendentales. Los destierros y retornos, la pertenencia y el desarraigo, son vividos y relatados con una intensidad que solo la fascinación ante una nueva perspectiva puede brindarnos. Como escribió Novalis: » Aunque habían escuchado los mismos cuentos, los otros no habían vivido nada semejante».
En definitiva, la soledad del pedal como asombro es un reconocimiento de la capacidad de maravillarse y de ser transformado por dicha maravilla. Es una invitación a traspasar los límites de lo esperado y sumergirse en el vasto océano de lo posible, donde cada umbral es un amanecer de percepciones y cada imagen bisagra , una puerta hacia la infinita complejidad de la experiencia humana. En esta confluencia de encuentros y desencuentros, el asombro nos espera, siempre fresco, siempre nuevo, como la promesa eterna de descubrimiento y renovación. La pregunta es hasta qué punto ese asombro nos arroja para confrontar nuestra verdadera esencia y ponerla en juego, para construir nuestra morada, así sea la morada de una noche. Pase lo que pase: ese es el desafío.
Let’s be careful out there