“Me acuerdo, pero no de todo. Lo esencial se movía.”
— Los destrozos
Una música que no concluye. Una voz que no termina de recordar.
La melodía comienza sin anunciarse. El piano entra como si ya estuviera sonando. El bajo dibuja contornos suaves, sin dirección. Flamenco Sketches avanza por modos. Cada sección abre un clima distinto, sin marcar separación. No hay tema principal. No hay regreso. Solo desplazamiento.
En Los destrozos, el narrador vuelve a Los Ángeles. Se encuentra con escenas del pasado. Reconoce lugares, rostros, detalles. Pero algo ha cambiado. No en lo que ve, sino en cómo lo percibe. Recuerda, pero de manera fragmentaria. La memoria es inestable. Lo esencial se le escapa.
El disco termina con esta pieza. La novela también parece cerrarse. Pero no hay final claro. Lo que queda es una atmósfera. Una sensación que no se puede explicar del todo. El narrador ha contado su historia, pero no ha logrado comprenderla por completo. Hay zonas que persisten sin forma.
“The song was too slow, too long, and yet it moved us. It was an abstraction, a metaphor for loss, something we all shared.”
“La canción era demasiado lenta, demasiado larga, y sin embargo nos conmovía. Era una abstracción, una metáfora sobre la pérdida, algo que todos compartíamos.”
La música cambia de modo sin sobresaltos. Cada transición es natural. Como si caminaras de una habitación a otra en medio de la noche. No sabes en qué momento ha cambiado el espacio. Pero ya no estás en donde estabas.
El narrador tampoco. Lo que cuenta se va disolviendo a medida que avanza. No encuentra consuelo. No encuentra respuesta. Solo sigue escribiendo. Como si narrar fuera una forma de sostenerse. Como si al nombrar lo perdido pudiera al menos mantenerlo cerca.
“We remained silent until it ended.”
“Nos quedamos en silencio hasta que terminó.”
El texto no busca el cerco. Tampoco la música. Ambos se quedan en el borde. Esperando algo que no llega, pero sin angustia. Solo con una forma de atención. De escucha. De cuidado.
La última nota no se alarga. Simplemente deja de sonar.
Había una vez un muchacho que se llamaba Bret, y no era Bret, pero decía que era Bret, o quizás era el que Bret habría querido ser si no hubiera sido el que fue, y ese muchacho, que era Bret y no era Bret, decide contar una historia que no sabe si vivió (pero la vivió), o la soñó (pero la soñó), o la escribió en secreto (pero ya estaba escrita), o quizás simplemente la repitió en voz baja tantas veces que terminó por convertirse en una novela, y qué novela, porque Los destrozos no es una novela cualquiera, es una confesión en clave menor, un thriller en clave mayor, una carta de amor que se autodestruye al abrirla.
La historia es sencilla, si por sencilla se entiende una maraña de espejos rotos: hay un colegio, hay chicos ricos, hay chicas ricas, hay fiestas, hay drogas, hay un nuevo chico (oscuro, brillante, ambiguo, alarmante), hay un narrador que ve demasiado y no puede dejar de mirar, hay asesinatos, sí, varios, hay pánico, hay deseo, hay vigilias, hay visiones, hay recuerdos que se filtran como películas mal montadas (¿recuerdas Blow-Up?, ¿recuerdas Carrie?, ¿recuerdas cuando los años ochenta eran reales?), hay una voz que no se calla, que lo quiere contar todo, pero no puede contarlo todo, porque contarlo todo sería destruirlo todo, y sin embargo lo cuenta todo, o cree que lo cuenta, o finge que lo recuerda, y eso basta, eso basta para que la ficción —esta ficción— sea más real que cualquier archivo policial.
Y entonces, ¿qué hace Ellis?, ¿qué hace Bret?, ¿qué hace ese Bret que no es Bret y que se llama como el autor y que lo imita y que lo traiciona y que se inventa un pasado para destruir el presente? Lo que hace es una novela que sangra, que se delata, que se estira como una cuerda vocal hasta romper el tímpano del lector incauto. Porque Los destrozos es una novela para escuchar. Tiene ritmo, tiene fraseo, tiene compases de espera y silencios marcados con la precisión de una confesión grabada en cinta. Cada frase viene con eco. Cada recuerdo tiene doble fondo. Cada escena pide relectura, no para entenderla sino para sentirse perseguido por ella.
Los críticos ( esos coreógrafos de lo opinable ) han dicho, y algunos lo han dicho con el temblor de quien reconoce un crimen estético bien ejecutado, sin ir más lejos Parul Sehgal en The New Yorker, que Los destrozos es su novela más personal, más íntima, más desesperada. Y tienen razón. Esta vez no hay distancia. Esta vez no está Patrick Bateman para esconderse. Esta vez el asesino no está afuera: está adentro, está en la sintaxis, está en la memoria, está en la necesidad de inventar la historia para no aceptar lo que la historia dejó atrás (o lo que no dejó, o lo que dejó roto y sin nombre). Porque esto no es solo una novela sobre adolescentes ricos y asesinatos misteriosos. Esto es, sobre todo, una novela sobre el miedo a recordar lo que uno ya sabía y prefirió no saber.
Por eso conviene leerla —sí, leerla, no escanearla ni subrayarla ni traducirla al lenguaje de los hashtags—, leerla con la lentitud con que uno recorre las habitaciones de una casa que fue suya y ahora está vacía (pero no del todo), leerla con ese miedo de encontrarse en cada página un recuerdo que no sabías que recordabas, un deseo que no quieres admitir, una versión de ti mismo que solo existe cuando otro la escribe. Porque esta novela no se cree mejor que tú. Solo más honesta, más vulnerable, más peligrosa. Y por eso resiste. Y por eso arde.
Coda
Kind of Blue no fue solo el inicio de una nueva forma de entender la improvisación, sino también una suerte de pausa cósmica en la historia del jazz. Como si los músicos hubieran dejado de tocar para empezar a escuchar el espacio entre las notas. Aquella sesión de 1959 capturó algo irrepetible, no por su perfección técnica, sino por la misteriosa claridad emocional que sigue hablando, más de medio siglo después, a quienes están dispuestos a escuchar el silencio.
Título: Los destrozos
Autor: Bret Easton Ellis
Editorial: Random House
Colección: Literatura Random House
Traducción: Marcial Souto
Fecha de publicación: 2 de marzo de 2023
Título: Kind of Blue de Miles Davis
Autor: Ashley Kahn
Traducción: Ignacio Julià
Editorial: Alba Editorial
Colección: Música
Lugar de publicación: Barcelona
Año: 2002 (1.ª ed. en español; original en inglés, 2000)
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