El editor ideal es el que sabe cuándo no tocar nada
Mario Muchnik
No pretendo aquí formular una verdad inmutable o construir una tesis cerrada. Lo que propongo es más sencillo, más personal: una conjetura dictada por el placer de imaginar cómo habría sido el encuentro entre un autor descomunal y un editor excepcional.
¿Y si Thomas Pynchon hubiese sido publicado en español por Mario Muchnik?
No se trata de cambiar la historia sino de imaginar, con respeto, una posibilidad distinta: la posibilidad de una alianza entre una de las voces más ambiciosas de la narrativa contemporánea y uno de los editores más exigentes, más cultos y más fieles al espíritu de la literatura.
Empiezo, con el reconocimiento absoluto, que no es cortesía, de la exquisitez del catálogo de Tusquets Editores, pues más allá de haber dado a conocer con constancia y coherencia la obra de Pynchon en lengua española, ha mantenido —desde hace décadas— una línea editorial de rara exigencia con autores esenciales como Ernst Jünger. En el contexto hispánico, Tusquets ha sido y sigue siendo una casa editorial mayor.
Una reedición que es motivo de celebración
Así, conviene subrayarlo: Tusquets, con gran perspicacia editorial, ha anunciado la reedición de varios títulos de Pynchon este septiembre, coincidiendo con la esperada aparición el 7 de octubre, tras 12 años de silencio, de su última novela titulada Shadow Ticket. No puede uno sino celebrarlo. Que Pynchon vuelva a circular, que se le vuelva a leer, que se le devuelva al centro del debate literario, es una noticia feliz. Y si esas nuevas ediciones sirven para afinar, encuadrar, y actualizar su obra, habrán cumplido una función mayor que cualquier nostalgia hipotética.
Ahora bien: la pregunta permanece. ¿Qué habría sido de la obra de Pynchon si hubiese sido acogida por un editor como Mario Muchnik?
Un editor que leía con el cuerpo entero
Mario Muchnick no era solo un editor formidable. Era un lector total: físico, filosófico, rabiosamente culto. Cuando ponía en marcha una edición, no lo hacía desde un plan de mercado, sino desde un compromiso íntimo con el texto. Lo tocaba como se toca a Bach: con precisión, pero también con oído. Y con una conciencia absoluta de forma.
Pynchon, que es un desafío para cualquier lengua, habría encontrado en Muchnik no un domesticador, sino un lector a su altura. Un interlocutor. Un orfebre dispuesto a acompañar su arquitectura verbal sin miedo ni concesiones. La traducción, en ese contexto, no habría sido un trámite más, sino un proceso tan delicado como necesario: probablemente en manos de una sola voz, constante, conocedora, afinada. ¿Acaso no es un deseo lícito?
Pynchon no es solo un autor difícil
Se ha repetido hasta el agotamiento: Pynchon es inabordable. Excesivo. Indescifrable. Es cierto que sus novelas —de V. a Against the Day— suponen un reto de lectura. Pero eso no implica que estén destinadas a la marginalidad. En países con la tradición, el rigor, y el gusto editorial como Alemania e Italia, se lo ha tratado como lo que es: un clásico de nuestro tiempo.
El problema no es la complejidad, sino cómo se la presenta. Y ahí es donde la hipótesis Muchnik cobra sentido: habría hecho de Pynchon no un escritor excéntrico, sino una presencia central. Habría puesto sus obras a la altura de su genio. Habría iluminado sus pliegues con el cuidado de quien sabe que los grandes textos necesitan no solo lectores, sino mediadores lúcidos.
Una tradición de lectura exigente
Muchnik fue el editor en español de Elías Canetti e Ismail Kadaré, y a ambos los he leído bajo su sello. No es un dato menor,(no me refiero al hecho de que los haya leído yo, por supuesto), sino a que estamos hablando de dos de los autores cumbres del siglo XX, cuya obra exige precisión, responsabilidad crítica, y una escucha que sepa lidiar con lo inabarcable sin simplificarlo. Mario Muchnik estuvo a la altura de ese desafío. Y por eso no resulta en absoluto forzado imaginar que habría comprendido, desde el primer momento, la escala de lo que Pynchon proponía. No como rareza excéntrica, sino como literatura mayor.
Fantasía crítica, no melancolía
No se trata de enmendar nada, sino de reivindicar una forma de edición como acto de lectura profunda. Mario Muchnik lo sabía. Por eso pensar en él como editor de Pynchon no es un ejercicio melancólico, sino una forma de imaginar con más claridad todo lo que exige —y todo lo que permite— una obra literaria verdadera.
En una época en que los catálogos se desdibujan y las traducciones se fragmentan, esta fantasía editorial no busca sustituir lo hecho, sino recordar lo esencial: que la edición literaria no es solo industria, sino gesto crítico. Y que el placer del lector empieza muchas veces en la mirada silenciosa del editor.
Antifona Libera · Stefano Battaglia · Michele Rabbia Pastorale
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ramonacrobata · 2025
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