The true life is not reducible to words spoken or written, not by anyone, ever. The true life takes place when we’re alone, thinking, feeling, lost in memory, dreamily self-aware, the submicroscopic moments.
La verdadera vida no es reducible a palabras habladas o escritas, por nadie, jamás. La verdadera vida ocurre cuando estamos solos, pensando, sintiendo, perdidos en la memoria, conscientemente soñadores, en los momentos submicroscópicos.
Don DeLillo, Point Omega
En esta breve y contenida novela, Don DeLillo se aleja del ruido de la historia y vuelve la mirada hacia la interioridad, hacia las formas en que la conciencia intenta resistir o dar sentido a lo que la excede.
En Punto Omega, DeLillo no busca llevar el lenguaje al límite ni a su desaparición. Lo que hace es más sutil. Afina la prosa, reduce la velocidad narrativa y propone un espacio donde el pensamiento puede sostenerse sin necesidad de resolución. La novela no explica, no argumenta. Se instala en el murmullo, en el intervalo.
El protagonista, Richard Elster, ha trabajado como asesor civil del Pentágono durante la guerra de Irak. Su tarea no fue técnica ni militar. Fue convocado para pensar, para traducir el conflicto en términos comprensibles. Pero ese lenguaje que alguna vez fue útil ya no le sirve. Cuando lo encontramos, vive en el desierto, retirado, tratando de despejar su mente de las palabras que ayudó a construir. El silencio que busca no es una huida sino una forma de enfrentamiento con lo que no puede nombrar.
En este contexto, un joven cineasta lo visita con la intención de filmarlo hablando frente a una pared blanca. Imagina un monólogo puro, sin edición, sin guion. Una forma de capturar la verdad sin adornos. Pero Elster no accede. O lo hace solo a medias. Lo que ofrece es más esquivo. Rehúye el encuadre. Intuye que cualquier formulación será otra vuelta sobre lo mismo. Otra racionalización del vacío.
Con la llegada de su hija Jessie, la casa adquiere otra vibración. Ella representa algo frágil, cercano, casi vital. Su desaparición repentina, sin explicación, corta la narración como una herida. Lo que era contemplación se convierte en desconcierto. Elster no puede entenderlo ni absorberlo. Lo real se impone, ajeno a toda lógica.
La novela comienza y termina en una sala del MoMA. Allí, un hombre observa 24 Hour Psycho, la instalación de Douglas Gordon que proyecta la película de Hitchcock a velocidad extremadamente lenta. La transformación del tiempo cinematográfico en experiencia extendida ofrece una clave de lectura. Así como la imagen se dilata, también lo hace la novela. No avanza. Se detiene. Invita a mirar con paciencia, a escuchar lo que usualmente se pierde en la rapidez del relato.
DeLillo trabaja con escalas temporales diversas. Lo personal, lo histórico, lo geológico. La narración parece moverse en un tiempo que ya no es humano, o que busca salirse de sus coordenadas habituales. En ese desplazamiento aparece una pregunta: ¿es posible seguir pensando con palabras cuando el mundo ha dejado de responder a ellas?
Algunos han propuesto que todo lo narrado podría ser una invención del cineasta. Una forma de duelo proyectada como relato. Una necesidad de ordenar el vacío. La novela no confirma ni niega esta posibilidad. Prefiere mantenerse en el umbral, dejando que esa ambigüedad respire.
Punto Omega no es una novela de desarrollo argumental. Es más bien una pausa escrita. Un espacio para dejar que la conciencia se exprese sin urgencias. DeLillo no quiere convencer ni denunciar. Quiere mostrar lo que queda cuando todo ha sido despojado. Y lo que queda es eso: una mente que piensa sola, rodeada de lo que no se puede decir.
No hay redención ni condena. Solo la tentativa de mirar lo que duele sin dramatismo. Y en ese gesto —quieto, casi transparente— tal vez se asome una forma de verdad, mas allá de los supuestos usuales, más allá de las cosas que la verdad supone y asume y da por ciertas.
DeLillo construye aquí una obra más cercana al poema o al ensayo que a la novela convencional. Su economía no implica pobreza, sino rigor. No se trata de representar la guerra ni de denunciarla frontalmente, sino de mostrar el estado interior de quien ha contribuido a pensarla desde el lenguaje. Elster no es un criminal, pero ha sido un intermediario simbólico. Su retiro es, quizás, un modo de exilio interior: no para huir, sino para encontrar, si acaso, otra forma de habitar el pensamiento.
Lejos de sus obras más extensas y polifónicas, DeLillo demuestra en Punto Omega que también puede escribir con el peso de lo breve. La novela se erige como una meditación sobre la culpa, el lenguaje, la contemplación y la distancia entre el discurso y el hecho. No hay redención ni condena: solo un hombre ante el silencio que sigue a las palabras que ya no alcanzan.
Le’ts be careful out there